Capítulo 4: Carter's

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Lucas.

Ha sido una noche tranquila.

Como enfermero en el área de urgencias desde hace ya tres años, estoy acostumbrado a siempre estar en constante movimiento, recibiendo a los pacientes más graves y canalizándolos de una manera adecuada para una correcta atención, cumpliendo con las ordenes de los médicos que como yo solo quieren pasar una noche tranquila y recostarse para unas pocas horas de sueño. Y este día a pesar de lo que se podía esperar de una ciudad tan grande y ajetreada como esta, ha sido relativamente una noche tranquila, claro dentro de los parámetros a los que ya estamos acostumbrados los miembros del personal.

Dos embarazos, uno de ellos con alto riesgo de aborto, cinco personas en estado crítico por un accidente de tráfico debido a las intensas lluvias, dos heridos de arma blanca en una disputa de bar y una víctima de incendio provocada por una explosión en una bodega de seguridad. Como lo dije antes, una noche tranquila.

El sol comienza a salir por el horizonte, manchando de un tono naranja el cielo azul. Son las cinco y media de la mañana. Camino por entre las mesas de la cafetería que a esas horas del día está ligeramente vacía, solo un par de señores tomando café en un rincón y una mujer con la que sospecho es su madre, almorzando apaciblemente. Susan, la cocinera, me recibe con una sonrisa mientras en silencio observo el menú del día de hoy. No es la mejor comida del mundo, pero con el cansancio y el hambre que tengo, no puedo negarle la oportunidad a lo que ella prepara tan amablemente todos los días desde que trabajo en el hospital.

—¿Qué tal tu noche Lucas? —pregunta con una sonrisa.

Es una adorable mujer de unos cuarenta años de edad.

—Tranquila —respondo— bueno a lo que estoy acostumbrado, fue una noche común la verdad.

—¿Listo para ordenar?

—Un sándwich de pavo y un jugo de naranja, por favor.

—Excelente elección.

—¿Y qué tal tu noche? —pregunto sin dejar de ver como Susan con rapidez corta pequeñas rebanadas de pavo y las coloca con un poco de lechuga, aguacate y tomate, entre dos rebanadas de pan integral.

—Dormí como una bebe.

—Te odio tanto —digo jugando con ella.

—Me amas, mejor dicho —responde entregándome el jugo de naranja y un sándwich que se ve realmente delicioso.

—Si tienes razón, pero solo porque me alimentas cada mañana.

—¡Siempre lo haré!

Me acomodo sobre una silla de plástico color café, en una de las mesas más alejadas de la puerta principal. La mirada de la pareja de mujeres se posa sobre mí un par de segundos, dedicándoles una leve sonrisa y un asentimiento de cabeza. Abro con cuidado el envoltorio de plástico, el aroma del aguacate y el pan recién hecho me inunda la nariz. Sin dudarlo un solo minuto más, muerdo el pan deleitándome con la sensación crujiente de la lechuga y el sabor dulce del aguacate. El sabor del pavo con los demás condimentos, se desliza por mi garganta mientras que doy un trajo al jugo de naranja. Las sensaciones se mesclan entre sí, creando una experiencia única para una persona que no ha comido en más de nueve horas desde que el turno comenzó. Estoy muy cansado. Mis pies duelen de permanecer de pie durante tantas horas, mi cabeza zumba, deseo tanto llegar a mi departamento y echarme sobre la cama durante dos días seguidos.

Otra mordida al emparedado y las imágenes de lo ocurrido hace dos noches, aparecen como vivida secuencia. Aún tengo presente esos ojos azules tan intensos y misteriosos, la forma en la que me observó en completo silencio analizando cada detalle de mi persona, la suavidad de la piel de sus manos que contrastaba con la dureza de su agarre, su voz profunda y lenta, escurriéndose hasta mis oídos erizando mi piel desnuda. Pero sobre todo lo que más presente está en mi cabeza es la confianza que me inspiró en tan solo un par de minutos, como si supiera que nada malo ocurriría al estar junto a él.

Lobo enamorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora