Capítulo Nueve

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La imagen se formó ante mis ojos como si de una ilusión se tratara. Las calles comenzaron a dibujarse en un tipo de pintura rápida, los niños aparecieron corriendo alrededor y las voces llegaron por último. Risas y gritos emocionados, bocinas de autos y llantas resbalando contra el asfalto.

Parpadeé una, dos, tres veces hasta que todo estuvo enfocado. O al menos todo lo que tenía enfrente, porque no podía ver más allá del rabillo del ojo. La imagen no terminaba de completarse en los extremos, limitando mi visión periférica.

Fruncí el entrecejo, sin comprender a que se debía mi presencia en un lugar que no conocía. ¿Cómo había llegado ahí?

Pero...

Poco a poco fui capaz de reconocer donde me encontraba. La calle se extendía sin fin frente y detrás de mí —eso era verdad cuando todavía era una niña—, con árboles grandes y llenos de hojas verde oscuro bordeando la zona asfaltada del centro, donde autos familiares y pequeños pasaban de vez en cuando. A esa hora del día la vía no era muy transitada, porque todos los "hombres de la casa" se encontraban fuera de sus hogares.

Por eso los niños se encontraban jugando como almas libres, sin ninguna obligación o preocupación. Esto ocurría en muy raras ocasiones, pues las calles no eran áreas de juegos infantiles y los más pequeños tenían lugares designados para pasar el rato. Aunque no podía verlo, sabía que había un parque, que aunque no era muy grande, cumplía el propósito de entretener. Contaba con varios columpios, un deslizador, una caja de arena y un pedazo de tierra, cubierto con césped, para que los más grandes jugaran a la pelota.

Cassie y yo íbamos a columpiarnos a menudo. Después de la escuela, nos íbamos directamente al parque y hablábamos hasta que oscurecía y nos quedábamos sin temas de conversación. Otras veces, ella practicaba sus rutinas de animadora y yo la grababa, le mostraba las partes en las que se equivocaba o necesitaba aplicar más fuerza a su movimiento.

La última vez que estuvimos ahí fue cuando ella llegó llorando días antes de su viaje a Londres. Su ex novio idiota había sido la razón detrás de sus lágrimas. Esa había sido la primera y única vez que Cassie lloraba por un chico y eso hizo que mis ganas de pegarle una patada en las pelotas se intensificara. Ya lo odiaba antes de eso y saber que él había hecho que mi mejor amiga rompiera su regla de no llorar por hombres solo lo hizo peor.

Ese parque quedaba justo detrás de mi casa.

La calle en la que me encontraba era la misma que recorría todos los días.

Intenté caminar, curiosa por saber el significado detrás de esta escena, pero mis piernas no reaccionaron. Estaba congelada en mi posición; o mejor dicho, no tenía una forma física para mover. Sentía mi cuerpo, pero no estaba ahí. Había escuchado que los veteranos de guerra que perdían alguno de sus miembros, todavía sentían que los tenían y eso les provocaba dolores intensos. Así me sentía yo.

Era extraño.

Entonces apareció una niña. Vestía un vestido amarillo, de manga corta y falda fruncida, con zapatillas blancas. Su cabello castaño estaba amarrado en una cola de caballo alta, haciendo que sus rizos se balancearan de un lado a otro con cada paso que daba. A ella le gustaba que su cabello se moviera de esa manera. Lo encontraba divertido.

Usualmente lo dejaba suelto, porque también le gustaban las cosquillas que provocaban los mechones contra la piel de su nuca. Pero, ese día era un día caluroso. La brisa que movía su falda era apenas perceptible en su piel caliente por los rayos del sol.

La observé con fascinación y temor. Era una niña bonita, de mejillas sonrosadas y ojos azules que transmitían con claridad todas las emociones que ella sentía. Su sonrisa era fácil y divertida, con un toque de picardía que no pasaba desapercibido para aquellos que la conocían.

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