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10: Alas

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Karen iba nerviosa, buscaba con la vista para ver si alguien no tenía un móvil a la mano y pudiera estarle mandando mensajes. También temía por el avión, pero todo iba bien, recién habían despegado, sin embargo, quedaba un muy largo camino. Su mirada quedó en el perfil de Adam, quien pronto dirigió sus ojos verdes a los suyos, dejándola sin aliento por milisegundos, más aún luego de sonreírle con algo de picardía y complicidad. Manuel se sentó en el sillón frente a ella, sirvió vino.

—Aunque ya despegamos, deben abrochar sus cinturones —advirtió en voz alta.

—Es por si pasa algo al avión y estar seguros, ¿verdad? —quiso saber Alba.

—No, ¿cómo crees? Es para tener la facilidad de reconocer tu cadáver calcinado de acuerdo al asiento en el que está.

La chica frunció el ceño y desabrochó su cinturón por la cólera y el desánimo. A Manuel no le importó y regresó su atención a su asustada amiga.

—¿Qué tal le parece el viaje, señorita Karen? 

—Bien, pero… ¿Eran necesarias las bailarinas? —Señaló a las mujeres vestidas como en carnaval de Brasil, que bailaban con los algunos de los chicos.

—Eh… —Notó que ella temblaba un poco—. Oye, está bien, no pasará nada, imagina que vas en un bus en la carretera.

—Sí, claro. ¡¿Cómo imaginar que estoy en un bus si estoy a más de treinta mil pies de altura?! —preguntó desesperada.

—¡Ahora cantaré algo para mis fans! —anunció Harry, interrumpiendo. Tomó su micrófono y una pantalla plegable descendió del techo—. Esto va dedicado a mi amada Karen.

Manuel y Adam le reclamaron, pero él los ignoró y se puso a cantar con todo su corazón. No se iba a dejar ganar por esos dos tontos, el normal y el ricachón. Desde que había visto a su chica había sabido que debía estar con ella. Tenía buenos amigos en su banda, pero no era lo mismo que poder darle amor a alguien, mimarla y darle su atención especial. Con los chicos se divertía y jugaba, pero con una chica podía ser muy diferente, y eso lo quería con Karen.

Una vez que terminó, sacó a Manuel de su asiento para ocuparlo él y hablar con ella.

—¿Qué tal lo hice?

—Bueno, tú cantas muy bonito, Harry, no lo puedo negar.

El muchacho alzó el puño en señal de victoria.

—Yo también podría cantar si pudiera cantar —renegó Manuel, sin sentido, ahí al lado y de pie.

Karen pensó que sería mejor ir a la habitación privada y dormir, así el viaje pasaría rápido. Pero, ¿y si luego de solucionar el problema, no volvía a su vida normal? Tenía mucho miedo. 

Al entrar a la habitación, buscó en su mochila para asegurarse de que las esposas seguían ahí, sin embargo, no las halló. Tensó los labios y se asustó. Miró a su alrededor y terminó dando con extraños ruidos en el baño privado del ambiente. Abrió mucho los ojos, y enseguida se asomó a la cabina a ver quiénes no estaban. Daniela y Jorge no estaban, el resto seguían ahí.

Se ruborizó al pensar en lo que esos dos estaban haciendo, posiblemente, en el baño. Se acercó con cautela y pegó la oreja.

—Así no, idiota —renegaba la pelirroja—. Te he dicho mil veces que lo metas así.

—Oh Dios —susurró Karen sorprendida.

—Pero cariño —decía Jorge—, no cabe.

Karen abrió más los ojos.

—¡Empuja! ¡Mételo y sácalo una y otra vez!

—¡Ah! Dios, Daniela, ¡Sabía que podía!

—Así, siente cómo succiona.

La maldición del clichéWhere stories live. Discover now