“Con sus plumas te cubrirá y con sus alas refugio te dará”
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—Hoshi, ¿en serio? ¿Una cita de la biblia?
—Tú déjame.
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Ya casi oscurecía por completo. Empezaban a preocuparse por eso, no había cuándo vieran algún pueblo a lo lejos.
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—¡Eh! Hice una rima.
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—¿Por qué en vez de pedir un jet no les pediste combustible? —le preguntó Edgar a Manuel.
Él abrió los ojos como platos, gruñó y empezó a darse palmadas en la frente, insultándose a sí mismo. En eso todos quedaron en un silencio sepulcral cuando un motor se escuchó a lo lejos, voltearon y vieron las luces de sus faroles. Un bus venía.
—Hay que pedirles que nos lleven —sugirió Omar que estaba cansado de caminar.
—No. Podrían ser los strippers —advirtió Adam.
—Corramos —ordenó en voz baja Manuel al ver que el bus venía con algo de música.
Se adentraron por el ralo bosque que se extendía por uno de los lados de la carretera, fueron lo más lejos posible y se aventaron tras unos arbustos cuando vieron que el bus no pasó de largo, sino que se detuvo. Tocaba reguetón a alto volumen.
Siete hombres musculosos y bien vestidos bajaron, tenían a otro sujeto desconocido con las muñecas atadas.
—Queremos esas esposas de vuelta, fue un error dárselas a ese niño —empezó a decir el que parecía ser el líder, usaba lentes de sol, como si fuera de día.
—Tú dijiste que lo hiciera, no es mi culpa —se defendió el atado.
—Como sea. Dinos cómo se llamaba.
—No tengo idea.
—¡Mientes! —Le dio una bofetada. Los chicos se espantaron un poco—. Necesito mi fuente de deseo, me es frustrante haber vuelto a ser asexual. ¡No puedo satisfacer a las nenas!
—No es mi culpa que seas gay.
Eso enfadó al líder.
—Asexual, maldita sea, ¡asexual! —Le dio otra bofetada—. Denle una lección a este afeminado.
Se hizo a un lado mientras el otro, al darse cuenta de lo que eso implicaba, empezó a pedir perdón. El resto de strippers se desabrocharon los pantalones. Karen se espantó más y Daniela se puso los dedos índice y pulgar en el mentón al observar, mientras sacaba sus binoculares, todos abrieron la boca, horrorizados, excepto ella, cuando los tipos empezaron a hacerle cosas indebidas al sujeto. Edgar se persignó y cerró los ojos.
Manuel les hizo señales para que siguieran. Avanzaron en total silencio por el bosque, rogando que los tipos no los vieran ni escucharan.
—Si me cae una araña juro que gritaré —susurró Alba.
—Yo también —dijo Karen.
—¡Alto! —escucharon ordenar al stripper. Giró a mirar al bosque—. Mis esposas —respiró hondo—, mis esposas me llaman… —los chicos sintieron que la presión sanguínea les bajaba—, me llaman.
Sus hombres echaron a correr al bosque sin más, tras lo cual Alba soltó un corto grito mientras todos iniciaban la carrera con desesperación.
—¡Mamá, que no me atrapeeen! —empezó a lloriquear Edgar mientras corría.
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La maldición del cliché
HumorKaren se aventura dentro de las historias de los libros que leyó. Lleva con ella unas esposas embrujadas y la compañía de sus amigos y su loro mágico, quien hace de narrador, aunque los estríperes están siempre al acecho. *** ¿Quieres un Patch, Edwa...
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