XXIX

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—Si hay algo de lo que soy más culpable que nadie —te dije, dándole un sorbo a mi café, deseando llegar pronto al final del mismo y de este tortuoso encuentro—, es de haberte creído siempre.

—Lyla, maldición. ¿Por qué tan repentinamente estás actuando así? Hasta hace unos días estábamos tan bien, cariño, no entiendo lo que te ocurre. 

Sonreí, no con alegría ni tristeza, sólo fue una reacción remota a la ironía de tus palabras.

—Hasta hace unos días no te conocía —murmuré, sorbiendo la nariz.

Parecías confundido y desesperado. 

Y te entendía, Caleb, porque tú me habías hecho sentir así muchas veces. 



Un café para olvidarWhere stories live. Discover now