Capítulo 4

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Te di patadas donde pude, y bien fuerte; en las espinillas y en los huevos y en cualquier parte,pero eso no hizo que me sujetaras con menos fuerza, solamente que me arrastrases con más rapidez.Para ser un tipo tan delgado tenías una fuerza impresionante. Me llevaste a rastras por la arena hasta la casa y yo me dejé caer como un peso muerto, pataleando y chillando como un animal salvaje. Atravesamos la cocina y me metiste en ese baño tan oscuro mientras yo daba golpes, gritaba e intentaba derribar la puerta a patadas. Pero no sirvió de nada porque la habías cerrado desde fuera. No había ventana que romper, así que abrí la puerta que había al fondo. Tal como pensaba, allí estaba el retrete. Lancé todo lo que encontré dentro contra la puerta, con todas mis fuerzas. La botella de antiséptico se hizo añicos y salpicó por todas partes; el fuerte olor lo inundó todo. Al otro lado de la puerta, tú caminabas de un lado para otro.


- No hagas eso, Gemma -me avisaste- Lo vas a gastar todo.

Chillé pidiendo ayuda hasta que me dolió la garganta, pero ¿de qué iba a servir? Después de un rato las palabras que pronunciaba se convirtieron en meros sonidos que únicamente trataban de bloquearte a ti. Golpeé la puerta con los brazos hasta que los tuve magullados hasta los codos y las muñecas se me despellejaron. Estaba desesperada. En cualquier momento podías entrar con un cuchillo o una pistola o algo peor. Busqué algo con lo que protegerme; cogí un pedazo de cristal de la botella de antiséptico.Cuando te apoyaste en ella, la puerta se movió.

-Cálmate -dijiste con voz temblorosa- No vale la pena.

Te sentaste en el pasillo, delante del cuarto de baño. Lo sé porque podía verte los zapatos a través de la rendija de debajo de la puerta. Me senté y apoyé la espalda contra la pared, oliendo el antiséptico y el olor ácido de los pantalones empapados de orina. Un rato después, oí un suave ruido metálico cuando sacaste la llave del ojo de la cerradura.

-¡Déjame sola! -grité.

- No puedo.

- Por favor.

- No.

- ¿Qué quieres?

Yo estaba sollozando, hecha un ovillo. Me froté la sangre de los pies, los rasguños y heridas que me había hecho al correr.Te oí estampar la mano o la cabeza contra la puerta. Escuché tu voz ronca.

- No te voy a matar - dijiste - No te voy a matar, ¿de acuerdo?

Pero la garganta se me secó aún más. No te creía.Entonces te quedaste callado un buen rato y pensé que quizá te hubieses marchado. Casi prefería oír tu voz que escuchar el silencio. Estaba agarrando el pedazo de cristal de la botella con tanta fuerza que acabé clavándomelo en la palma. Entonces lo acerqué a un rayo de luz que entraba entre dos tablones de la pared: aquel fragmento contenía diminutos arcoíris y lo hice girar para que uno de ellos me danzara en la palma de la mano. Apreté un dedo contra el borde y apareció una burbuja de sangre. Sostuve el trozo de cristal encima de mi muñeca izquierda, preguntándome si sería capaz de hacerlo; y luego fui bajándolo poco a poco. Me hice un corte en la piel, de lado a lado, y la sangre empezó a fluir. No me dolía. Tenía los brazos demasiado entumecidos de golpear la puerta. No sangraba demasiado, pero dos gotas cayeron al suelo y yo ahogué un grito, sin acabar de creerme del todo lo que acababa de hacer.

Más tarde me dijiste que la culpa fue de los efectos secundarios de los fármacos, aunque yo no estoy segura: justo en aquel momento me sentía bastante resuelta. Quizá prefiriese suicidarme en lugar de esperar a que vinieses a matarme tú. Me cambié el cristal de mano y estiré la muñeca derecha.Pero entonces entraste. Fue todo muy rápido. La puerta se abrió de golpe y prácticamente al instante me estabas quitando el cristal de la mano y cogiéndome en brazos, rodeándome de tu fuerza.Te di un puñetazo en el ojo y me metiste en la ducha. Abriste el grifo un poco; el agua tenía un tono marrón y salía a chorros intermitentes que hacían gemir las tuberías. Tenía cosas negras flotando. Mientras la sangre se mezclaba con el agua y formaba un remolino, me arrastré de espaldas hasta la esquina. La verdad es que me gustaba que hubiese agua entre los dos, separándonos. Sentí que era mi aliada.

Stolen, una carta para mi secuestradorWhere stories live. Discover now