Margarita
Camino a la clínica y después de transcurrida la emoción inicial de nuestro reencuentro, le pregunté a Luis por el aspecto tan desprolijo en el que se encontraba. No era usual verlo tan descuidado, en especial, con esa barba de no afeitarse en varios días. ¿Era que había decidido cambiar de look?
—He estado pensando en otras cosas y he descuidado mi aspecto en estos días —dijo mientras me agarraba la mano derecha con nerviosismo.
No me miró cuando me habló. Todo lo contrario. Volteó su rostro a la ventana del taxi. Este se había detenido en el cruce de un semáforo.
Decidí no insistir en ese tema. Conocía esa reacción de él cuando se sentía incómodo ante alguna pregunta; era la misma de cuando era niño. Me dio gusto saber que, en algunas cosas, no había cambiado para nada desde que lo había dejado de ver años atrás. Inclusive, aquella sensación aumentó cuando me di cuenta de que ambos habíamos llegado a un punto en el que no necesitábamos hablar para darnos cuenta de lo que le sucedía el uno al otro. Era como un nivel de complicidad de pareja que solo se alcanzaba cuando había la suficiente compenetración entre un hombre y una mujer. El solo percatarme de ello provocó que sonriera como tonta.
Afuera del carro podía verse a las personas cruzar apresuradas la vía peatonal. Los conductores tocaban la bocina sin parar. Un policía de tránsito movía con una varilla roja mientras dirigía el tráfico. Algunos vendedores ambulantes nos ofrecían diversos productos por la ventana, como CDs de música, libros pirateados, pequeños frascos de productos de ¿potencia sexual? Nuestro trayecto había coincidido con la hora punta. ¡La ciudad era un caos total!
Pero a pesar del bullicio que se apreciaba en el exterior, dentro de mí se vivía una gran calma. Me encontraba muy feliz y con una gran paz interior al saberme acompañada de Luis, el hombre al que tanto quería y a quien tanto había echado de menos durante todos estos días. El solo sentir el roce de su mano con la mía me producía una gran tranquilidad, la cual era como un bálsamo para el pesar que había experimentado durante su ausencia, provocando que esta solo fuera un lejano recuerdo.
Un vendedor ambulante le ofreció a Luis unos muñecos de El Chavo del 8. Soltó una risa mientras le preguntó cuánto costaba.
—Mira, se parece a ti —señaló con el dedo índice derecho hacia una muñeca de La Chilindrina.
—Oye, ¿qué comparaciones son esas?
¡Otra vez la burra al trigo!
—Si bien no me acuerdo cuando eras niña, he visto fotos tuyas con Ada cuando ambas tendrían doce o trece años. —Sonrió con picardía. Su típica cara de ‹‹Voy a molestarte, mi boquita››—. Solías usar dos coletas cuando tenías esa edad. Y con tus pecas, solo te falta usar lentes para parecerte a ella. ¡Es que eres igualita a la Chilindrina! —dijo soltando una carcajada.
—Si tú lo dices... —dije con evidente ‹‹enfado›› mientras le daba un pequeño codazo.
Reí a panza suelta, uniéndome a su relajo.
¿Cómo se las ingeniaba Luis para hacerme olvidar mis pensamientos iniciales y divertirme ante cualquier tontería? Esta era una de las cosas que me encantaba y hacía que cada vez me enamorase más de él, porque con un par de bromas suyas, era capaz de olvidarme de todo y de solo sonreír.
—¿Me da una? —pidió Luis mientras le entregaba un billete al vendedor. Éste le entregó la muñeca justo a tiempo, ya que el taxi comenzó de nuevo a andar.
—¿No crees que estás un poco grande para las muñecas? —dije para fastidiarlo y tratar de ‹‹vengarme›› de su broma anterior.
—No es para mí.
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Decídete, Margarita [Saga Margarita 1] ✓ - [GRATIS]
ChickLitTras su reciente divorcio, una mujer de veintiocho años se reencuentra con un joven de dieciocho, quien le confiesa que siempre la ha amado; sin embargo, la diferencia de edad y otros prejuicios la hacen dudar sobre permitirse una segunda oportunida...