A las cuatro
de la madrugada ella
al otro lado de
la habitación
llorando por sus pecados,
él ahí,
perdido entre las
lunas y los lunares
de aquella desconocida
que siempre fue infiel.
Gritos,
quejidos,
sollozos.
Porque él era
un idiota
y ella no se
atrevía a sacarlo
de su vida para
siempre,
porque lo quería,
pero él solo la rompía.