CAPÍTULO TRES

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Santos echó un vistazo alrededor del horrible calabozo donde lo mantenían prisionero. De las cosas que lo deprimían sobre este lugar -las paredes sin ventanas, el aire pegajoso, el hedor fétido a causa de estar demasiado cerca del sistema de alcantarillado de la isla-, la cosa que más le molestaba era el color de la habitación: gris, gris, gris. Ni una pizca de color en ninguna parte. Ciertamente, así era cómo la gente se volvía loca por completo.

Como podrás recordar, Santos y Blanca fueron secuestrados recientemente por piratas malvados en la isla no tan desierta con la que se toparon el día anterior. En su viaje hacia el calabozo, en el cual Santos y Blanca fueron arrastrados en una red de pesca durante exactamente 146 minutos, Santos oyó que los piratas murmuraban entre sí.

-¡Arrr! Más vale que consigamos bastante oro por este, arrr -le dijo un pirata a otro-. Mira los botones en sus pantalones, está claro que es rico. ¡Arrr!

Santos sacudió su cabeza mientras escuchaba todos esos disparates. ¡Ni él ni Blanca conocían a nadie en esa isla! ¿Quién pagaría por sus vidas?

-Pensé que se suponía que los piratas eran inteligentes -Santos le susurró a Blanca, lo cual la hizo llorar más. No solo eran estos piratas malvados, sino que también tenían pocas luces.

El único resultado positivo de aquel viaje a través del polvo fue que, por el camino Santos vio un cartel que decía: "Bienvenidos a Isla Tigrititi". Al fin sabía dónde estaban. Por supuesto, no tenía la más mínima idea de dónde quedaba la Isla Tigrititi, pero lo reconfortó saber que aquella tierra tenía un nombre y que no era del todo incivilizada.

Una vez que llegaron a los calabozos, los piratas arrojaron a Santos y a Blanca en la celda más horripilante que tenían disponible, los ataron a las paredes, y cerraron la puerta.

Lo cual nos trae aquí, al presente, a la mañana después de este terrible viaje. Santos intentó ver el lado positivo de las cosas mientras miraba alrededor de la espantosa habitación gris: al menos los piratas lo habían encerrado en la misma celda que a Blanca. Pero mientras Santos miraba cómo su amada se frotaba las muñecas y los tobillos, los cuales le dolían a causa de las cadenas ajustadas que los rodeaban, se le partió el corazón. Todo era su culpa. Después de todo, sus botones lujosos eran la razón por la cual estaban allí.

-Oh, mi amor. Otra vez desearía ser tan solo un simple pescador. Esto jamás hubiera ocurrido si no fuese el Presidente de Ecuaduras del Norte.

Santos intentó tocarla, pero su brazo se sacudió hacia atrás; se había olvidado de que estaba encadenado a la pared. Santos y Blanca se encontraban a tan solo de distancia el uno del otro pero, como no se podían tocar, podría también haber habido un océano entre los dos.

De repente, la puerta del calabozo se abrió, y un pequeñísimo haz de luz se coló en el interior, dejando ver a un pirata viejo y miserable.

-¡Disculpe, Señor Pirata! -dijo Santos. Pero el viejo pirata lo ignoró mientras llevaba a cabo sus quehaceres: vaciar el orinal, revisar que no hubiera ningún arma secreta...

-Entiendo que crean que valgo millones -Santos insistió-. Pero mientras puede que eso sea cierto, tanto en términos de dinero como de intelecto, no hay nadie en esta isla que me conozca. Somos de una tierra lejana, ¿me entiende? Nadie pagará por nuestras vidas.

El viejo pirata apenas si lo escuchó cuando empezaba a marcharse, dejando un plato con pan duro y un pequeño vaso de agua.

-¡Deténgase! ¡No se vaya! ¡Esto es inhumano! -gritó Santos.

Santos extendió su brazo hacia el pirata mientras la puerta se cerraba, pero otra vez las cadenas le sacudieron el brazo hacia atrás. Frustrado, examinó el candado en los ajustados grilletes que sostenían sus extremidades.

Las pasiones de SantosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora