El temblor llegó hasta el campo de batalla donde Amelia seguía intentando clavar la daga en el tronco sin perderla en el interior, o clavada en otro árbol cercano, o rompiendo la corteza del mismo. Max reía sin parar, divertido ante la tenacidad de la joven y la furia que iba en aumento.
Amelia no terminaba de entender por qué razón tenía tan poca puntería, o tan poca memoria, o tan poca habilidad para cualquier cosa. Según su hermano, debía mirar de encontrar su vocación. Max aseguraba que ella era especial, pero debía averiguar cómo hacer relucir el brillo que guardaba en su interior, oculto por el orgullo y la poca paciencia.
El ruido del temblor detuvo a Amelia después de lanzar la última daga. Ambos miraron hacia arriba a la colina. A pesar de saber que no iban a poder ver nada desde allí.
― ¿Qué ha sido eso?
― ¿Las salvaguardas? ―se atrevió a decir Amelia.
―Quédate aquí ―ordenó Max antes de salir corriendo colina arriba. Lejos de obedecer, y después de un nuevo temblor más fuerte que el anterior, Amelia corrió detrás de su hermano―. ¡He dicho que te quedes! ¿Qué parte no has entendido?
― La parte en la que es una orden y no una sugerencia, me parece ―comentó llegando a la cima de la colina junto a Max.
El muchacho suspiró, resignado. Le ofreció una de las dagas que llevaba en su cinturón, quedándose él con dos más. Por desgracia, Amelia había lanzado la última.
― Será mejor que esta vez des en el blanco si es necesario. Aunque dado que el blanco estará en movimiento, tal vez tu punto fuerte es en fallar para acertar.
Amelia lo pensó detenidamente unos instantes, incapaz de discernir si su hermano acababa de alabarla o insultarla.
Max contempló la ciudad a sus pies, donde las salvaguardas empezaban a caer en una sucesión de explosiones aterradoras.
― ¿Qué sucede? ―preguntó Amelia, asustada―. ¿Cómo pasa esto? Ni siquiera ha habido aviso. ¿Cómo la Clave no se ha percatado antes de...?
― No es momento de preguntarse eso, Amel ―Max descendió la colina, dirigiéndose apresuradamente hacia el edificio donde la Clave se reunía. Sabía que faltaban miembros en Idris, así que Max supuso que habrían llamado a los del consejo antes de que todo aquello se desatara. Sus padres debían saber qué estaba pasando, y porque lo habían mantenido tan oculto. Era imposible que ninguno de los subterráneos supiera que fueran a atacar Idris. Imposible.
Amelia corrió, visualizando las salvaguardas caer a medida que ellos bajaban tan deprisa como sus piernas eran capaces de soportar. Quería ser de utilidad, pero tal vez tuvieran todos razón y estaba mejor al margen de todo. Al menos así no molestaría.
Encontraron a sus padres cerca de la salvaguarda en ruinas más cercana. Había unos pocos cazadores de sombra reunidos y esparcidos estratégicamente, aunque no muy bien organizados. No eran muchos. Y solo eran nefilim. Ni un solo subterráneo se había unido al fuerte.
―¡Mamá, papá! ―gritó Max llamando su atención. Clary se volvió lívida hacia su hijo, y perdió totalmente el color al ver a Amelia justo detrás.
― ¿¡Qué diablos hacéis aquí!? ―se alarmó. Jace la interrumpió cogiendo al joven por el brazo.
― ¿Qué sucede? ―exigió.
ESTÁS LEYENDO
Cazadores de sombras.7. Ciudad del pasado
FanfictionHan pasado veinticinco años desde que todo terminó, ¿o tal vez no? Amelia Herondale Morgenstern, como se la conoce oficialmente, es un desastre como Cazadora de sombras, pero en su interior guarda un don muy especial. ¿Qué menos para la hija pequeña...