Rescatada una vez más

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La tromba de agua no amainó. Seguía cayendo sin piedad, taponando los rayos de sol primaverales. Las calles estaban desiertas, todos los parisinos aguardaban la tormenta primaveral en la seguridad de sus casas.

Los estudiantes se agolparon bajo los soportales del edificio antiguo que conformaba la Universidad, esperando a que el tiempo mejorara brevemente para volver a sus casas. Muchos disfrutaban de la comodidad de los carruajes que sus familias se podían permitir y los cuales recogían en la puerta directamente. Los que no tenían esa suerte, les tocaba esperar.

Enjolras alzó la mirada hacia los nubarrones negros que adornaban el cielo. Su pelo rizado caía sobre sus hombros empapado, al igual que la casaca marrón con la que se había vestido aquél día. Suspiró resignado, sabiendo que las opciones que tenía eran ir corriendo hacia el piso de estudiantes o esperar, aburrido, junto a sus compañeros. No había visto ni a Courfeyrac ni a Combeferre a la salida de la última clase. Tampoco a los demás componentes de Les Amis de l'ABC que visitaban a hurtadillas el Musain por la noche.

Estaba completamente solo.

Agobiado por el ruido de las voces de los demás estudiantes y el apelotonamiento bajo los techados, decidió salir corriendo. Su hogar no se encontraba muy lejos de allí, por lo que no tendría problema en llegar. Miró al cielo de nuevo antes de emprender la carrera.

Inmediatamente, su ropa se empapó, al igual que su pelo y su cartera. Aligeró el ritmo para que los libros que portaba y los pergaminos no se estropearan con el agua. Casi estaba llegando al portal, cuando una sombra tirada en el suelo le llamó poderosamente la atención.

Al principio, pensó que era cualquier animal muerto a causa de un carromato. Pero, al acercarse más, vislumbró una figura humana. No era ningún vagabundo ni bandido que había corrido tan mala suerte de perder su vida en una mísera pelea...

... sino que se trataba de una mujer.

Sin pensarlo dos veces, se acercó al cuerpo. Cuando descubrió el rostro que estaba enterrado entre la solería y un brazo, el corazón se le paró de golpe. Era ella. Aquellos rasgos no los había olvidado tan fácilmente. Su piel estaba fría como el hielo. Apretó los dedos contra su cuello, y percibió un pulso débil de su corazón, el cual luchaba para seguir con vida.

Se quitó la chaqueta, dejando su cartera en el suelo. Ya no le importaban ni los libros, ni los apuntes. Colocó la prenda húmeda sobre el cuerpo de la muchacha, con la intención de cubrirla ¿Cuánto tiempo llevaba allí abandonada? En su interior, se maldijo por haberla dejado marchar de su casa sin más hace unos días.

Se cruzó la cartera. La camisa blanca característica del muchacho estaba adherida a su piel, fría. Pasó un brazo por la nuca de la chica, y el otro por debajo de sus rodillas. Cogió aire y de un impulso la alzó. No pesaba mucho, pero aún así, era difícil de llevar, mas era un peso muerto.

Caminó bajo la lluvia, entrecerrando los ojos para poder ver más allá de sus pasos. Si iba por buen camino, llegaría al Musain en menos de cinco minutos. Respiró hondo y miró de reojo a la joven, desmayada. A pesar de presentar una palidez mortal, aún conservaba aquella belleza característica que había cautivado sutilmente el corazón del joven.

El viento azotaba con fuerza, haciendo que las gotas de agua se convirtieran en pequeños puñales que se estrellaban en su cuerpo de forma molesta. De repente, a lo lejos, reconoció el cartel del café. Caminó deprisa hasta que llegó a la puerta, la cual abrió dejando caer el peso de su cuerpo...

...............

-¡Deniiiiise!

Ella se giró y sonrió. Dejó el trapo que usaba a modo de muñeca y se levantó, sacudiéndose unos pantalones que le quedaban bastantes grandes.

Hija de los Muelles ©Where stories live. Discover now