Epílogo

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Una bocanada de aire inundó sus pulmones. Abrió los ojos de golpe, respirando entrecortadamente. La cabeza le daba vueltas, como si hubiera estado girando muy rápido sobre sí misma. Se levantó despacio, tambaleándose. Miró a su alrededor, parpadeando varias veces. ¿Dónde estaba? ¿Qué era aquél lugar? Fijándose con más detalle descubrió que se trataba de los Muelles, ese lugar que la vio nacer, crecer y luchar por su libertad. Pero eran bastante diferentes. No había barcos y las aguas de la ría estaban calmadas, tanto que casi parecía un cristal grueso.

Se giró y salió corriendo de ese lugar. Tenía miedo de que El Dueño la descubriera de nuevo. Se encontró una calle, desierta. Los edificios no tenían ventanas ni puertas. Fue consciente de que la carrera que había hecho no la hacía sentir cansada. Con miedo, acarició la herida mortal que Dimitri le había hecho. No estaba. Miró de nuevo a su alrededor y tragó saliva ¿aquello era morir?

-Denise...

Una voz la sobresaltó. Sin saber cómo, dos figuras se acercaron a ella. Un hombre y una mujer. Entrecerró los ojos y el corazón le dio un vuelco, reconociéndolos...

-Ma... má...-susurró, notando cómo las lágrimas llenaban sus ojos-Pa... pá...

Adrien e Isabelle miraron a su hija con una sonrisa tierna. Iban vestidos con ropa normal, sólo que limpia y con una especie de aura luminosa. La joven descubrió que sus rostros parecían más jóvenes y en su mirada se podía ver reflejada la paz, sin atisbo de dolor y sufrimiento.

-Has sido muy valiente...-Adrien se acercó a ella y la abrazó-Estamos muy orgullosos de ti.

-¿Dón... dónde estoy?-preguntó la joven, aún conmocionada.

-Estás donde tú quieras estar. Hemos sido liberadas de las ataduras de El Dueño. Ahora, somos libres...-Isabelle se acercó a Adrien y le cogió del brazo. Denise los miró aún desconfiada.

-Pero... entonces estoy...

-Digamos que has pasado a la siguiente vida, hija-dijo Adrien-El lugar donde no existe miseria y donde podemos estar con nuestros seres queridos para la eternidad...

La muchacha asintió, aun compungida. Miró al suelo, dándose cuenta de que ella llevaba un vestido blanco y los pies descalzos. No sentía las heridas de su cuerpo, ni dolor, ni cansancio... notó como si le hubieran quitado un peso de encima. Estaba tan ligera que podía correr mil vueltas alrededor de la ciudad y no cansarse. Volvió a dirigir su mirada a sus padres, los cuales la observaban sin dejar de sonreír.

-Todo este tiempo... ¿habéis estado aquí?-preguntó, tragando saliva. Isabelle negó con la cabeza como respuesta.

-Siempre hemos estado aquí.-alargó el brazo y señaló la zona donde se supone que está el corazón-Siempre hemos estado a tu lado.

La joven asintió. Se retorció las manos.

-Lo siento...-susurró-Siento no haber podido hacer nada para salvaros... ni evitar vuestras... vuestras...-la voz se le entrecortó, amenazando con más lágrimas. Aunque, en realidad, no sentía tristeza. Era como si aquello fuera un sutil recuerdo, un acto reflejo.

-No tienes por qué culparte de nada, hija. Dios lo ha querido así. Ahora estamos todos juntos para la eternidad...-dijo Isabelle.

De pronto, Denise se acordó de algo.

-¿Habéis visto a Césaire?-preguntó dando por hecho inconscientemente de que sus padres sabían quién es. Adrien miró a Isabelle y luego al horizonte.

-No le hemos visto... pero en la plaza de Notre Dame hay un gran alboroto. ¿Quieres que vayamos a ver? Quizás lo encuentres allí...

Denise miró a donde los ojos de Adrien estaban fijos. Al instante, se encontró en la plaza de Notre Dame, o más bien en el fantasma de ésta. Sólo estaba la catedral intacta, con dos puertas de marfil cerradas. El resto, sólo eran casas sin ventanas ni puertas.

Hija de los Muelles ©Where stories live. Discover now