Capítulo X (Lulai y Susan Valecillo)

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—No sé nada de esa tal Carla —aseguré decidida a no romper la confianza de Roberto ni de la misma Carla.

—¿Estás segura? —el inspector mantuvo su mirada inquisidora sobre mí, pero yo logré mantener la calma y no ponerme nerviosa a la vez que asentía— Espero que estés diciendo la verdad, Caroline.

—Sí —sentí que mi madre también estaba pendiente de mí, como intentando averiguar si mentía o no. Tenía la tentación de voltear la cara para que no me viese, pero eso sería confirmar las sospechas de ambos, por lo que en cambio hice una pregunta—. ¿Puedo ver a Roberto?

—Mm... No creo que sea lo correcto en estos momentos, dado que es sospechoso de algo muy grave, jovencita —Bennet no parecía muy dado a dejarme pasar a verlo.

—Por favor, solo será un minuto —le rogué poniendo cara de inocencia—. Solo quiero saber cómo se encuentra.

Los penetrantes ojos azules del hombre me escudriñaron por al menos un largo y tenso minuto. Finalmente se encogió de hombros y asintió.

—Tú, cadete —llamó a un joven que se hallaba parado a unos metros más allá—. Llévala a ver a Di Steffano.

El cadete asintió y me hizo una seña para que le siguiera.

Mi mamá intentó ir tras de mí, pero el inspector la detuvo, lo cual agradecí. Tenía que hablar con Roberto a solas, tenía varias dudas que aclarar antes de dar por verdadero algo.

Caminé tras el joven por un largo pasillo, hasta que llegamos a una ventana enorme. Miré a través de ella y me llevé una gran sorpresa al ver a Roberto allí. Estaba sentado tras una mesa de metal, con los codos apoyados sobre ella y la cabeza escondida entre las manos. La imagen me dio una sensación de fastidio y frustración por no poder sacarlo de allí rápidamente.

—Él no puede vernos, ¿verdad? —pregunté al cadete sin quitar la vista de es desmoronado Roberto.

—No —levantó las cejas algo irritado, mientras me señalaba a la puerta junto a la ventana— ¿Vas a entrar?

Sin responder estiré la mano para tomar el pomo de la puerta y la abrí. En cuanto sintió que alguien entraba, Roberto alzó la vista y una sonrisa genuina se extendió por su rostro cuando sus ojos verdes se posaron sobre mí.

—Caroline, ¿qué haces aquí? —cuestionó sorprendido.

No pude evitarlo y corrí hasta él para rodearlo con mis brazos. Él aceptó mi muestra de cariño un tanto conmocionado.

Enseguida me separé de él al recordar que el cadete podía vernos a través de la ventana-espejo.

—¿Cómo estás? —quise saber. Tomé asiento frente a él, sosteniéndole una de sus manos entre las mías.

—Bien, aunque no entiendo nada —admitió fijando su vista en la mesa—. ¿Cómo llegaste aquí?

—Me llamaron para interrogarme —le conté y frunció el ceño—. Y le he pedido al inspector que me dejara pasar a verte.

—Lamento haberte metido en esto, nena —se disculpó acariciándome el rostro.

Retiré la cara hacia atrás y él se me quedó mirando sin entender por qué lo hacía.

—Nos observan —murmuré enganchando su mirada—. Y les he dicho que éramos solo amigos.

—Ah, bien —masculló y se desprendió de mi agarre.

Hilo Rojo Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora