Adela

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Respira.

Profundo.

Respira profundo y sostén las manos sobre las rodillas. Respira profundo, sostén las manos sobre las rodillas. Una, dos, tres, cinco veces. Exhala con cuidado, evitando emitir sonido alguno porque todos duermen y nadie debe saber por qué estas encerrada en el baño de casa a las tres de la madrugada.

Aprieta tu mano huesuda contra los dientes temblantes y ahoga el sollozo que quiere arrancar violento, desesperado por ayuda, clamando la atención de tu alrededor; de aquellas almas inocentes e ilusas que yacen reposando los huesos sobre las camas acomodadas, los colchones tibios y las fibras de las sábanas meticulosamente unidas.

Exhala despacio y cuida que el repiqueteo violento de tus pies no suene en las baldosas, el movimiento compulsivo que te hace temblar cual hoja en días crudos de invierno, aferrada con desesperación a la copa del árbol. Con lentitud libera el aire caliente de tus pulmones que ahogan los sollozos violentos que te abandonan, convulsionando tu suave marco de huesos y poca carne, de cabellos maltratados y uñas mordisqueadas.

Tump-tump, tump-tump. Dos pasos. Tump-tump, tump-tumptump-tumptump-tump ; seis pasos y el rebote de los nudillos regordetes suenan contra la madera, acusatorios, delatores del crimen que cometiste.

─¿Adela?, ¿Adela estás ahí?─ Asientes violentamente y nadie puede verte. Estas oculta tras la puerta de madera gruesa y las manos huesudas que inútilmente han abandonado las rodillas para tapar la nariz afilada y los pómulos flacos que jamás engordaron.

─¿Adela?─ Insiste Pedro, con la voz rasposa, el ácido de una noche interrumpida colándose entre las bisagras para revolverte el estómago y elevar la bilis débilmente hasta el amago de tu boca. Vuelves a asentir al silencio, a la soledad del baño que ha visto tantas personas pasar.

─¿Quieres que despierte a Julieta?, me estas preocupando, ¿estás bien?─ No respondas. No te levantes ni abras la puerta a enfrentar la verdad de tu infierno, pero tu cuerpo frágil te traiciona y las piernas inquietas que jamás dejaron de repiquetear el piso enlozado se apresuran temerosas de perder la oportunidad de escape, lo que pareciera ser Pedro al otro lado de la puerta ,pero no es nada más que un fragmento más de realidad.

El corazón se te revienta en las costillas flacas. Las manos te tiemblan en cuanto quitas el pestillo de la puerta y enfrentas a pobre Pedro, con tu metro cincuenta y nueve de estatura, la enormidad del hombre frente a ti, de sus ojos amables y cálidos que no traen paz alguna a la desgracia de tu vida.

─No llames a nadie Pedro, no hagas nada, Pedro. Pedro, ayúdame Pedro ,¿Qué voy a hacer Pedro?─ Gritas con la nula voz que te queda al llorar tanto. Respira profundo.

Tu mente solo grita "Pedro, ayúdame, Pedro sálvame" en una letanía mortal que solo puedes escuchar tú, en el ruido ensordecedor de las tres de la mañana, en la vida embrutecida de problemas cuando tu estas dentro de ellos.

Pobre Pedro te mira incauto, insoluto del peso en tu cuerpo, en el marco frágil de tus huesos y poca carne, la raíz oscura de los cabellos castaños maltratados, de la letanía confusa de una respuesta que preferirías no saber.

Respira.

Profundo.

Y lloras. Lloras violentamente contra el pecho de Pedro que te ofrece consuelo, sin saber porque gimoteas, porqué el temblor de tus miembros se intensifica como un huracán apunto de arrasar con poblados enteros sin remordimiento alguno. Pedro te abraza y no pareciera ser que sus brazos regordetes te den confort.

Clamas por auxilio en cada respiración. Nadie entendería. Todos son demasiado fuertes y tú aquí, en la debilidad misma de los huesos flacos y la carne nula en ellos.

─¿Pasó algo con Miguel?─ Escuchas el desconcierto en su voz, la preocupación embargar sus pensamientos, rellenar el pasillo vacío lleno de puertas con todos esos cuerpos inconscientes de lo que sucede en tu pequeño mundo. En vuestro pequeño mundo.

Asientes.

Niegas.

Vuelves a asentir. Dos, seis veces, la cabeza pareciera que se te caerá de tanto agitarla. Pedro te vuelve a sostener entre los brazos regordetes, a azuzar la calma a través de una caricia lenta en los cabellos enredados que prometiste a Julieta peinar hace cinco horas atrás.

─¿Discutieron?,¿Te hizo algo?─ Intenta sacar algún indicio, del llanto copioso que borra cualquier rastro de maquillaje que alguna vez quedó en tus pestañas, que ahora corre libre por tus mejillas afiladas, las que nunca recolectaron nada de gordura.

¡Hicimos algo!, piensas de manera violenta y te separas de Pedro con la violencia propia de un animal asustado. Respira, lento, profundo. Cubre los dientes sacrílegos con las manos huesudas. Todo estará bien.

─Estoy embarazada Pedro, ayúdame, sálvame─ Clamas dolorida. El llanto amargo penetrado en el fondo de la garganta, como un gorgoteo grotesco entre saliva y bilis que intenta subir, liberarse de manera profusa para dar rienda suelta al dolor que te carcome por dentro.

─¿Oh?─ ¡Oh!, ¡OH!.

¡Ahí está!, ¡ahí yace!, la maldita causa de tu llanto compulsivo y el dolor violento de tus entrañas que claman a gritos guturales ser arrancadas antes de que sea demasiado tarde. Pedro lo piensa, Julieta también lo pensará así, incluso Miguel, quien fue que creo al ser vivo que yace dentro de ti sin tu consentimiento, sin antes haber pensado en que tu marco pequeño de piel y huesos nunca estará listo.

Hay un momento en blanco donde miras la luz de la habitación que compartes con Pedro y Julieta encenderse, en donde ves el cuerpo de Pedro cambiar incómodo de peso en los pies, sobre la alfombra helada a las cuatro de la mañana. Puedes ver el desconcierto en su mirada, la pregunta gritada de sus ojos chocolate.

¿Por qué lloras?, ¿Por qué lloras Adela?, si tienes a Miguel que te ama, tienes una carrera de la cual valerte, tienes unos padres orgullosos de que seas madre, tienes amigos que podremos apoyarte.

¿Por qué lloras Adela?.

Respira.

Profundo.

─No lo entenderías─ Respondes con el atisbo de voz que queda en las paredes de tu garganta, a la pregunta silenciosa que Pedro te hace en medio del pasillo, desconcertado con tus lágrimas pegadas a su camiseta luego de brindarte consuelo.

Y te das cuenta que nadie entendería tu sufrimiento. Que nadie podría comprender el pavor irracional que se ha asentado en el fondo del estómago, con bilis y ácido trepando por las entrañas con una magnitud abrumante.

Son solo células, es un ser vivo, te dices a ti misma con las manos huesudas aferradas al vientre fantasma que crece dentro de la pesadilla en tu mente. Es tu cuerpo quien sufrirá y tu mente la cual se quebrará irreparablemente si no frenas la montaña rusa a la cual nadie te pidió permiso para iniciar en tu vida.

No es egoísta, te repites violentamente. No es egoísta, gritas con ira cuando Julieta se asoma preocupada por sobre el hombro de Pedro y te pierdes violentamente entre ambos cuerpos en busca del consuelo que nunca llegará.

No soy egoísta. Respiras profundo. Razonas con serenidad falsa cuando tragas las pastillas que te son otorgadas en un vaso de papel patético.

No soy una asesina, repites a diario cuando te miras al espejo y sonríes. Arreglando el cabello maltratado y acomodando las pestañas desparramadas con rímel.

Era solo un ser vivo, pero no era un hijo. Recuerdas de vez en cuando ya, cuando Miguel sostiene tu mano en la ignorancia de tu acto. Los mismos ojos enamorados de siempre, el mismo borde fuerte de sus hombros que te han cargado tantas veces en un escenario.

Esto fue lo mejor para mí. Asumes con el tiempo cuando la escena del baño queda olvidada y en tu mente internalizaste el pensamiento de que solo eran células, que simplemente no había nada allí para querer, que tu mente jamás hubiera soportado la idea de sostener un hijo en brazos luego de parirlo con dolor, porque eres débil y frágil, con un marco de huesos flacos y carne pegada a ellos.

Lo hiciste por ti misma, porque eres débil y frágil, pero no una cobarde.

Respira profundo, AdelaWhere stories live. Discover now