Kascar

50 2 0
                                    

Ya ha pasado media hora y Kascar está cada vez más cerca. De a poco, los árboles comienzan a cubrirnos. La lluvia ahora es granizo, y el viento aún no para. Maggie se acerca hacia mí, tambaleándose. Nos abrazamos y ella se cubre en mi pecho. Estamos muy cerca de la orilla, en unos posibles instantes, seguramente vamos a colisionar contra ella. El granizo se transforma radicalmente en una llovizna. Aun así, el viento aumenta y nos empuja contra la costa de la isla. Maggie debe de estar muy asustada, porque presiona aún más su cuerpo contra el mío. De pronto, el pequeño bote revienta contra las rocas. Maggie y yo saltamos y caemos bruscamente. Al bote se le rompen un par de tablas, sin importancia comparado con el lío en el que nos vemos involucrados.
–¿Estás bien?–le pregunto y rápidamente le ayudo a levantarse.
–Sí, claro–responde–. Muchas gracias, en serio. Disculpas por lo estúpida que fui hace un rato.
–Shhh–le pongo un dedo entre sus labios–. No hay momento ahora para disculpas.
De la mano, corremos por la arena y nos refugiamos entre los árboles.
–Adam, tú ve por refugio, yo recolectaré comida–me besa apasionadamente, lo que disipa el enojo anterior y se pierde entre los árboles.
He estado alrededor de diez minutos buscando refugio y no encuentro nada. Sigo caminando y una rama se quiebra a mi izquierda. Me giro y encuentro una cueva de unos dos metros de alto. Feliz, corro de vuelta al lugar en el que me separé de Maggie. Cuando la encuentro, está cargada de frutas.
–¡Encontré un refugio y no está muy lejos de aquí!–le grito excitado por mi descubrimiento.
–¡Y yo mucha comida!–es ahí cuando escucho una carcajada sincera, que no escuchaba hacía años ya que, mi familia murió en un accidente de tráfico y mi vida no ha sido muy alegre desde entonces.
Feliz la abrazo y beso en sus bellos labios y la llevo en mi espalda en dirección a la cueva. Cae rápidamente la noche, el aire se pone denso y triste, y todo se oscurece.
Maggie aprovechó de recolectar ramas secas, que las usaremos para la fogata. El fuego no tarda en prender, así que nos ponemos alrededor de él y nos abrazamos. Ambos nos calentamos con las tibias brasas del fuego, comiendo algunas de las frutas que trajo. Está apoyada en mi hombro y siento su exquisito aroma corporal. Intercambiamos dulces miradas que lo dicen todo.
–Mañana en la mañana repararemos el bote, construiremos nuevos remos y llegaremos sanos y salvos a nuestro hogar–le digo, como el primer día en el que le declaré mi eterno amor–. Luego de eso, esperaremos la llegada de nuestra bella hija y seremos una familia feliz.
–Siempre y por siempre juntos–me dice, luego me mira y se acerca para besarme.

Siempre y por siempre juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora