El Dueño De La Espada

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—El Jardinero    

—¿Mellor, el mandoble legendario? —dijo El Jardinero, pues el arma le brincó y le dio un fuerte golpe en la nariz.

«No seas tonto, no es nada importante.»

—¡Otra vez tú! —gritó el hombre—. Cómo me chocas voz, ya no te soporto, desearía que te fueras de mí. Si morir fuera necesario lo haría.

«Te ha elegido, pero no puedes mantenerla contigo. Debes regresarla por donde vino.»

El Jardinero tomó el mandoble entre sus manos y lo blandió hacia la fuente. Se oyó un crujir que despertó a medio castillo. El amanecer se acercaba y por ello todos estaban alborotados. Algo más había pasado en el castillo.

El Rey se asomó por su ventana alta y pudo vislumbrar todo el valle y al Jardinero en especial. Muchas mozas, sirvientes y demás salieron por las puertas hacia el jardín y se quedaron rodeando al Jardinero. Comenzó a hablar —la sangre del Rey actual le permitía tener una voz grande que llegaba a lugares algo lejanos, como el jardín—, pero hizo una mueca extraña que lo interrumpió.

De entre la multitud salió la princesa Elia Collinson, algo diferente, con algo de sangre en su rostro, algo hiperactiva, muy extraña.

—¡Príncipe Milón! —el Jardinero lentamente se fue haciendo joven, tomando cierta musculatura y sólo hasta aquel momento él tomó consciencia de que alguien lo estaba controlando, manteniéndolo en un estado desconocido, en que no sabía quién era y no tenía sus habilidades con armas, como el arco y la espada.

—¿Princesa Elia? —dijo El Jardinero, que ahora era El Príncipe Milón.

—En eso sí que te equivocas. Me parezco a ella, pero no soy ella —con aquella sonrisa entre los labios, sacó un cuchillo y comenzó a matar a cuanto pudo, abriéndose paso hasta el castillo. Era bastante claro que buscaba matar al Rey.


Publicado el 15 de diciembre de 2015.

El Ajedrecista Del DuraznoWhere stories live. Discover now