CAPÍTULO 12

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"Gracias Dios, gracias Dios. Thomas, ámame. Sígueme amando. Sálvame"

-Edith Cushing.

***

Al día siguiente, Virginia fue la primera en despertar. Se obligó a salir de entre las tibias mantas. Su cuerpo se resistía al frío y temblaba al punto de sufrir espasmos.

Abrió la puerta de su habitación y se aventuró al pasillo en penumbras que la llevaba a la escalera principal. Bajó con lentitud, observando cada ángulo, cada detalle del recibidor a medida que se abría ante ella sobre un costado. La antesala llena de hojarascas. El barandal roto. Los balcones. Los cuadros y la humedad en las paredes. El techo abierto como una herida que dejaba ver la carne gris de un cielo plomizo. Las pesadas cortinas que parecían anclar la mansión a la tierra arcillosa. Llegó al final de la escalera. La chimenea encendida. Caminó hacia la sala. El cuadro sobre la chimenea. La mujer que la miraba directo a los ojos. Se acercó un poco más. El grabado sobre la chimenea como una cicatriz. Los libros húmedos y abandonados. Giró. El piano. Caminó hacia él. Un escalofrío recorrió su espalda y giró violentamente sobre sus pies. Nada. Habría jurado que alguien respiraba en su nuca. Volvió su mirada hacia el piano. El taburete estaba cubierto de polvo. Con un sólo golpe de su mano, una nube se alzó frente a ella. Tosió un poco cuando las motas de polvo llegaron a su garganta. Se sentó y ejecutó las únicas notas que conocía.

Observaba.

Las notas musicales impactaron en cada rincón de la mansión. La vieja estructura se estremeció, crujió, se quejó, respiró profundamente al recordar.

James despertó con aquel familiar sonido. Se vistió con un pantalón oscuro y una camisa blanca que apenas rozaba su piel. Se calzó sus botas y salió de la habitación como un autómata, siguiendo la melodía que lo condujo hasta la sala. El gélido aire del lugar parecía no afectarle.

Se acercó suavemente hasta pararse detrás de Virginia. Apoyó su cuerpo en la espalda de la joven que no se sorprendió. ¿Lo esperaba? Él cerró los ojos y alzó su cabeza al cielo como agradeciendo el contacto. Virginia no dejaba de tocar las teclas de aquel piano que se había detenido en el tiempo. James puso sus manos en los hombros de la joven y ningún abrigo detuvo el infierno que abrasó a su piel. Ardían.

Observaba.

Dejó de tocar el piano. Sus manos cayeron suaves sobre su falda. Giró lentamente sobre el taburete hasta enfrentar a su hermano. El adivinó el movimiento y retrocedió dos pasos. Cruzaron las miradas. Sintieron como los ojos se clavaban unos en el cuerpo del otro. James bajó su cabeza hasta quedar a unos centímetros de la boca de Virginia. Ella, instintivamente, cerró los ojos. Esperaba el contacto. Ansiaba ese beso que la arrastraría al delirio. Sintió el calor que irradiaban los labios. Sintió la calidez de su aliento. Sintió la suavidad que hizo estallar su deseo como una corriente eléctrica que le aniquiló la conciencia por un instante.

- ¿Qué desean desayunar, niños? –preguntó Annie, su corazón palpitaba con fuerza y le temblaban las piernas. Pudo no haberse asombrado, pero no podía, no quería, no debía acostumbrarse a ver a Virginia y a James de esa forma.

Los jóvenes cerraron los ojos para recuperar la compostura. James sacudió su cabeza tratando de borrar cada rastro de deseo que lo había invadido, pero era inútil. Virginia respiró hondo y sonrió por dentro. La situación era peligrosa, pero ella lo deseaba.

REGRESO A ALLERDALE HALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora