Capítulo trece: Despedida.

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En cuanto Jess estuvo en cama, Julian se acercó a él y acarició su frente con suavidad, murmurando un pequeño hechizo entre dientes que lo haría dormir sin interrupciones por un largo rato, luego saltó del techo hacia el patio y pasó un rato caminando por el vecindario, intentando aclarar su mente y tomar una decisión de una vez por todas.  

El tiempo era frío y se sentía extraño el estar ahí luego de todas las cosas nuevas que le habían sucedido; Lilith, la sangre de Lucifer, el lento retroceso de su salud, como poco a poco perdía la confianza de sus amigos, entre otras cosas.

Todo se sentía extranjero y casi incorrecto, como algo que no debería estar ahí, algo que jamás debió haber sucedido, que ensuciaba toda la blanca paz que emanaba de la casa y de aquel pueblo tan alegre como lo era Conder Hills.

Se sentía sucio el estar con sus amigos y tener que mentirles a la cara a cada momento del día; se sentía mal el pensar en lo que ellos iban a hacer y cómo iban a reaccionar si supieran todo lo que había pasado recientemente y lo mucho que él había cambiado, tanto que ya no se sentía merecedor de estar con ellos.

Por eso tomó la decisión de irse.

Decidió huir sin decirles una palabra para dejarlos que ellos sacaran sus propias conclusiones; si creían en él no, si aún lo querían o no... Julian no deseaba estar ahí para verlos discutir y deliberar qué era lo mejor que podían hacer.

Sabía que ellos no lo verían de la misma manera si llegaran a enterarse de todo lo que estaba haciendo sus espaldas, así que por ahora se mantenía lo más alejado posible de ellos sin abandonarlos aún; buscando la fuerza suficiente para despedirse en silencio de ésos que se habían convertido en su familia.

Luego de su pequeño y deprimente paseo, entró a la casa y se sentó en el sillón que estaba al lado del de Tim, quien estaba dormido con la cabeza doblada en un ángulo irregular y seguramente incómoda para su viejo cuello; él roncaba como viejo tractor y movía los bigotes de una manera que siempre le había parecido cómica a excepción de ese momento.

A su mente vinieron todas las memorias de su infancia en el patio de la casa de Tim; como Julian lo sentaba en el cobertizo con él a limpiar sus escopetas en medio del otoño, mientras observaban las hojas de los árboles caer y las calabazas florecer en el huerto.

Recordó el olor a canela y chocolate durante los inviernos, al permanente aroma a pino y libros viejos de su casa y el olor de las florecillas silvestres que crecían en los costados de la casa durante primavera.

Comenzó a recapitular todos sus momentos alegres en aquella casa vieja; como aquella vez en la que Julian se encontraba triste porque era Halloween y él no podía ir a pedir dulces. Sin embargo Nath y Aiden habían aparecido en la casa de pronto; llegaron de una cacería relativamente fácil con un disfraz de Luke Skywalker en la parte trasera del auto que utilizaban en aquel tiempo mientras ellos vestían un muy creíble disfraz de Anakin y Han Solo respectivamente; esa misma tarde Tim le confesó que había guardado la calabaza más bonita y grande solo para que los cuatro le hicieran una terrorífica cara. Terminó siendo un Bob Esponja amorfo, pero Julian había sido tan feliz que no le había importado en lo absoluto.

Recordó también las numerosas veces en las que Julian había derribado pinos del bosque o árboles de la huerta por error en un desliz de sus poderes y cómo siempre había llorado arrepentido por sus acciones, sin embargo en cada una de esas ocasiones Tim solo había reído y le había dado una galleta, ésas que mantenía guardadas en la gaveta más alta como si fueran un tesoro preciado, para luego repetirle que no era su culpa haber nacido como era, y que no importaba cuantas veces lo hiciera; él siempre lo perdonaría y estaría ahí para recordarle que no tenía por qué sentirse asustado.

El Hijo MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora