En la oscuridad

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Jeff despertó en medio de la oscuridad. Estaba amarrado a una silla, y sentía que se asfixiaba. Después reparó en que llevaba una bolsa en la cabeza que le impedía respirar. No sabía cuanto tiempo llevaba ahí, posiblemente había estado días secuestrado. Y tenía miedo por Valerie. Primero pensó que había sido Harrison. Pero después se dio cuenta de que todo el dramatismo no formaba parte de la mente sanguinaria de Harrison.
Esperó. Evaluó su situación. La cabeza le pulsaba donde lo habían golpeado. Inhaló aire, tratando de identificar el lugar en el que estaba, pero el olor a encerrado no le decía mucho. Comenzó a revolverse en la silla, y después gritó al sentir que la silla se hacía para atrás.
-Tranquilo, campeón. Si cooperas esto será muy rápido- le dijo una voz masculina. Jeff se quedó callado. Aquella voz no se le hacía conocida. Unas manos le quitaron la bolsa de la cabeza, y encontró a Paul Langdon sonriendo con suficiencia. -¿Y bien? ¿Dónde está Valerie Shields?- le preguntó mientras colocaba una navaja bajo su cuello. Jeff no se movió ni parpadeó. Si esa Lagartija había pensado que él iba a dar información de Valerie, estaba muy equivocado. Le escupió en el rostro.

Paul Langdon se secó la saliva, y llamó a otros dos hombres, quienes entraron al pequeño cuarto. Los tres rodearon a Jeff.

Jeff escudriño la nada. Solo un cuarto pequeño y oscuro. La única luz provenía de un foco empolvado que estaba en el techo. Paul se le acercó de nuevo. -¿Cuánto crees que tarde ella en venir por ti? ¿Seguirás vivo hasta entonces?- le preguntó con voz cargada de diversión. Jeff se encogió de hombros. Sentía miedo que le atenazaba el corazón, pero se obligó a decir lo que sabía que no iba a ocurrir. -Ella no vendrá-.

Paul rió con ganas y dio la señal a sus hombres para empezar.

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Valerie regresó al hotel pateando una piedra con sus converse. Y entonces, sintió el ambiente muy tenso. Observó a todas partes pero no visualizó nada fuera de lo común. Subió a su habitación y la encontró vacía. Eso fue como sentir un balde de agua helada cayéndole por el cuerpo. Entró al baño, y estaba vacío. Se precipitó al lobby, pero sólo le dijeron que Jeff había salido. Había salido. Y no había regresado. Salió del hotel y trató de dominar su pánico. Se dijo a sí misma que su padre no estaba enterado de la existencia de Jeff, que Ezra estaba muerto y que Harrison estaba muy lejos. Valerie comenzó a morderse las uñas mientras caminaba por la acera. -Por favor, por favor, por favor... A Jeff no, a Jeff no- susurraba como una plegaria mientras deshacía sus pasos y miraba a su alrededor buscando algo que la ayudara a encontrar a Jeff. Y entonces, el viento movió una tarjeta de papel hacia ella. Valerie contuvo el aire mientras la leía.
Sintió como cada célula de su cuerpo comenzaba a gritar por sangre. Apretó los puños con fuerza y sus nudillos se volvieron de color blanco. Aún iría por venganza. Ella era Valerie Shields, hija de Eric y Natalie. Había perdido a su madre, y no iba a dejar que le quitaran a Jeff.
Volvió a su habitación y vació toda la maleta hasta encontrar unos jeans negros y una playera de manga larga del mismo color. Se calzó sus botas y se recogió el cabello completamente en un moño. Del clóset sacó la mochila con las armas que le quedaban y las municiones. Tomó varios incaíbles para cabello y los metió en su bolsillo. Bajó con sus pertenencias al lobby y entregó las llaves.
Salió y caminó tres cuadras antes de robar un auto. Guardó todas sus cosas en la cajuela, y condujo a gran velocidad hasta la fábrica abandonada en dónde estaba el cuartel de Paul Langdon.

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Paul Langdon estaba más que enojado. El chico ponía demasiada resistencia. Sus dos hombres se habían retirado, dejándolo a solas con el muchacho. Lo habían golpeado demasiado. Por lo menos, lo suficiente para romperle un par de costillas, dejarle los ojos hinchados y el labio y la nariz llenos de sangre. -Exactamente ¿qué relación tienes con Valerie Shields?- le preguntó mientras se agachaba para quedar a la misma altura que el chico.
Jeff escupió sangre al suelo. Respiraba con dificultad, y trataba de soportar el dolor. Como mucho, esa había sido la peor golpiza que había vivido, y sin embargo se encontraba orgulloso. Sus labios se habían mantenido cerrados. Y continuaron así.
Paul suspiró, desesperado, y salió de la habitación. Caminó por los fríos pasillos de su cuartel hasta llegar a su oficina. Tenía hombres vigilando todo el perímetro, que estaba cercado. Contaba con tres perros Rottweiler entrenados para matar y un circuito de seguridad infalible. Se acercó a su escritorio, y sacó de un cajón una jeringa que contenía un líquido morado. Veneno. Y muy potente. Letal. En sus dedos también tomó el frasquito de antídoto. Agitó el líquido ámbar y sonrío.

La Última JugadaWhere stories live. Discover now