Capitulo 1

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Era una noche fría. Y mi segundo mes en ese asqueroso lugar. Estaba encerrada en un burdel, muy lejos de mi casa, con apenas dieciocho años. No sabía qué hacer, porque no me hacían trabajar, ni en qué ciudad me encontraba. Lo único que sabía era que tenía que salir de ahí. Me hacían limpiar las habitaciones donde mis compañeras trabajaban, los pasillos, la oficina de nuestro jefe y hasta la pequeña habitación de la proxeneta. Esto era el mismísimo infierno. Nos daban de comer una vez por día, si a eso se le podía llamar comida. Consistía en un vaso de agua, un pedazo de pan y una manzana. Nada más para toda la jornada. A pesar de que yo no trabajaba como prostituta, mi infierno era otro. Todos los días a la misma hora, nuestro jefe me llamaba a su oficina. Ahí, me azotaba como a él se le diera la gana. Repitiéndome que era demasiado cara por lo que resultaba ser, una inútil. Y que cuando pudiera, me vendería al mejor postor. Y ese día llego.

Eran las once de la noche y me encontraba trapeando el pasillo, el cual estaba repleto de hombres buscando placer barato. Se preguntaran que hacía en el pasillo más concurrido limpiando en ropa interior. La respuesta es mi jefe. Todo iba normal, las mismas burlas, sus asquerosas miradas, los estúpidos insultos de la proxeneta. Hasta que entro él. Y pude sentir más miedo, del que ya sentía. No sabía su nombre, ni porque saludaba tan amable a esa asquerosa mujer, ni porque me estaba atravesando con la mirada. Era hermoso e irradiaba un misterio que tenía que ser capaz de poder develar. Le sonrió a la proxeneta y subió las amplias escaleras de tapiz rojo que conducían a la oficina de nuestro jefe.

Exactamente una hora más tarde, me llamaron para mi tortura diaria. Ayer había consistido en atarme a una silla en ropa interior y golpearme con un cinturón hasta llegar a sangrar. Cuando entre a la oficina se encontraba mi jefe frente al mismo hombre que me había observado antes. Ahora lo pude apreciar mucho más. Era muy alto, con el pelo negro y corto. Vestía un smoking negro que quedaba perfecto con su blanca piel. Pero sus ojos era lo que más resaltaban en la habitación, tan oscuros y penetrantes como el mismísimo cielo un dia de tormenta. Eran de un hermoso color azul.

-Pasa. Me dijo mi jefe en un tono serio. -Quiero presentarte a tu nuevo dueño. Antes de que preguntes, vivirás con él en su casa y serás su prostituta personal. Ya no más este jueguito de conservar tu virginidad trabajando. Eres demasiado cara en el mercado y ya tienes dueño. A partir de este momento obedeces solamente a Kensel.

-Yo no soy ni tuya, y mucho menos de este loco. Dije en un tono casi desesperado.

-Me llamo Kensel, y si quieres seguir viviendo, te recomendaría que cerraras la boca. Eras más linda callada. Me dijo en un tono sínico.

-No haré nada de lo que me pidas, no pertenezco a nadie.

Lo que recuerdo es ver como mi jefe me golpeaba en la mandíbula y me preguntaba si había aprendido la lección.

-Prefiero morir antes que vivir con él. Le grité.

A lo que este me siguió golpeando. Lo último que recuerdo fueron gritos y ver todo negro.

Me desperté desnuda en una cama gigante. Estaba cubierta con sabanas de seda negras. La habitación era enorme y constaba de la cama, un placard adherido a la pared, una pequeña mesa de luz y dos puertas. Nada más. Cuando me iba a levantar, la segunda puerta se abrió.

-Buenos días, veo que ya despertaste. Me dijo Kensel.

-¿Qué pasó? ¿Que estoy haciendo desnuda en esta cama? Le dije calmada.

-Te desmayaste y te traje a mi humilde casa. Estabas tan golpeada que te saque la ropa para que pudieras dormir tranquila. Y además para poder comprobar si eras virgen.

Me dio tanto asco que quise vomitar lo poco que había comido. Este tipo me había visto desnuda y yo estaba inconsciente.

-¿Que mas paso anoche? Me anime a preguntarle.

-Todavía no tuvimos sexo, estabas desmayada y no ibas a acordarte de nada y no era mi idea.

Definitivamente tenía que vomitar.

-Necesito ir al baño.

-Es la primera puerta blanca. Corrí hasta el baño y vomite todo en el inodoro. Me levante y me lave la cara. Cuando me vi en el espejo grite del horror. Tenía la cara hinchada, la mandíbula con un horrible moretón violeta y la nariz rota.

-¿Que me paso?

-Desobedecer mis órdenes tiene su precio linda.

- Terminemos con esta farsa y deja que me vaya a mi casa por favor. Se me río en la cara y sentí otra vez miedo.

-Esto no es ninguna farsa, yo te compre. Doy una orden, la obedeces, hablo, te callas. Es así y no voy a cambiar. La próxima vez que hables sin mi permiso te desfiguro la cara.

Y se fue, dejándome ahí sola con mil preguntas y llorando a mares. En lo que transcurrió del día no lo vi. Una señora regordeta me trajo el almuerzo y la cena. No comí nada, no tenía fuerzas ni para agarrar el tenedor.

Había logrado dormirme cuando sentí unas manos recorrer mi espalda. Me gire y vi a Kensel mirándome con lujuria.

-Estuve esperando todo el día para esto, asique date la vuelta y empecemos de una vez.

Sabía a lo que se refería. Yo no quería tener sexo ahora y mucho menos con él.

-No quiero.

Me pego en la cara.

- ¿Ahora?

- Ni ahora ni nunca.

Se saco el cinturón y me lo estampó contra las heridas todavía abiertas. Que había recibido los últimos dos meses. Me agarro a la fuerza y me obligo a que lo mirara.

-Por favor no lo hagas. Le dije sollozando.

Y no sé qué paso dentro de él porque me soltó y se fue haciendo sonar la puerta. Me quede dormida en el mismo lugar, apenas podía moverme y estaba lleno de sangre.

Me desperté a la mañana siguiente cuando dos brazos fuertes me agarraban y me llevaban hacia la bañera. El contacto con el agua caliente y mi piel lastimada me hizo pegar un grito.

-Tranquila, esto te va a hacer mejor.

-¿Kensel? Dije extrañada.

- Esto no volverá a suceder. Perdóname. Dijo apenado.

Me ayudo a bañarme y a vestirme con ropa interior negra y una remera que supuse que era de él porque me quedaba gigante, del mismo color.

- Gracias. Le dije un poco confusa.

Me sonrió y se fue por la segunda puerta.


Infierno negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora