prólogo.

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─Lo siento, James. No voy a poder ir a la cita ─escuché al otro lado de la línea.

─¿Y ahora qué pasó? ─no pude evitar preocuparme, incorporándome en la fría silla del rincón del puesto de comidas.

─Bueno, puede que tenga planes para ir al cine con otro chico... ─¿Había escuchado bien?

─¡Pero si habías quedado conmigo aquí en el cine! ¡Llevo más de una hora esperándote!

─Sí, lo sé, y no quería ser descortés en San Valentín pero...

Le colgué. Eso era todo.

Desde el momento en el que aquella chica cuyo-nombre-no-recuerdo había aceptado en salir conmigo con una sonrisa incómoda había intuido que me dejaría plantado. Luego, cuando había tardado media hora en llegar supuse que simplemente se retardaría. Ahora que se había dignado a atender el teléfono y me había explicado sus razones era otro cuento.

No sabía por qué se me había ocurrido invitarla al cine, cuando apenas la conocía. Para mí el cine bien podría ser un lugar sagrado, no por nada lo visitaba cada vez que tenía oportunidad, y simplemente pensar que ella había logrado estropear mi tarde de película me ponía contentísimo con todo el sarcasmo correspondiente.

Pasar San Valentín solo en un cine y con la película empezada.

Genial. Maravilloso. Estupendo.

¿Qué podría ser más emocionante?

Resoplé, pensando en qué hacer ahora que no tenía un plan. Eché una mirada a mí alrededor, a pesar de conocerme el lugar casi de memoria. La mayor atención la recibían las filas para comprar las chucherías, donde unas pocas cajeras atendían a las personas sin ninguna expresión en el rostro, pero aceptando el hecho de que hacían bien su trabajo: la fila se movía relativamente rápido. Algunos estaban sentados como yo, a diferencia de que llevaban compañía y se sacaban el alma a besos sin poder esperar a entrar a la sala oscura.

La escena me divirtió, por más molesto que estuviera. Unas cuantas veces había estado en el lugar de ellos y sabía cómo se sentía: era como esa necesidad que te llama a comerte las palomitas cuando apenas van por los tráilers de la película y cuando te has dado cuenta, te las has acabado antes de comenzar. Tampoco es que me alegraba verlos nada más.

Alejé la vista para ver los boletos en mis manos con algo de resentimiento. Evalué la posibilidad de entrar a la sala, pero deseché la idea al instante. ¿Quién me había obligado a escoger una película romántica empalagosa justamente en un día como aquel? Estar rodeado de personas dándose afecto en público pudiendo yo hacer lo mismo no era lo que estaba en mis planes.

Por lo visto, ninguna chica estaba libre ese día. A menos que se pusiera a considerar otras opciones...

¿Quién dijo que tenía que irme a casa?

Oh, sí. Una sonrisa surcó mi rostro en cuanto un plan empezó a maquinarse en mi cabeza.

Me fijé en una de las chicas que atendía el puesto, intuyendo que era nueva en aquel trabajo y fracasando en el intento de recordar si la había visto antes. A pesar de moverse con soltura, la sonrisa que permanecía en sus labios no parecía desvanecerse por nada del mundo y eso era simple muestra de que era novata. Llevaba su castaña melena recogida en una coleta bajo una gorra con el logo del cine, y si mis cálculos y vista biónica no fallaban debía rondar por mi edad.

Parecía una de esas chicas entusiastas, que se dejaban llevar por la emoción de una buena película, que amaba los clásicos y se quedaba hasta el final de los créditos. ¿Que cómo una simple sonrisa podía decirme todo aquello? Ni idea. Pero sin duda lo descubriría.

Mientras me acercaba a la fila podía verla más de cerca, y estaba casi seguro.

Ya había encontrado una buena candidata para mi plan de aquella tarde.

Pero... ¿y si terminaba siendo más que eso?

Oh, lectores. Que se apaguen las luces y empiece esta historia.



Solo en cines.Where stories live. Discover now