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Las semanas iban pasando y no había día en el que no me encontrara con aquella chica, daba igual que temática hubiera elegido para esa semana, ella leía la misma que yo

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Las semanas iban pasando y no había día en el que no me encontrara con aquella chica, daba igual que temática hubiera elegido para esa semana, ella leía la misma que yo. No sabía si simplemente era casualidad o era capaz de leer mi mente pero, ella estaba ahí continuamente y sinceramente, empezaba a estar muy a gusto con su compañía. Con ella sentía que podía ser yo mismo, que tenía a alguien que me comprendiera al máximo.

Esta vez llevaba una pequeña falda blanca que le llegaba a mitad del muslo, una camiseta rosa media anaranjada vestía su cuerpo, color que seguramente se denominaría a ese color como salmón o melocotón, no estaba seguro de que nombre llevaba ese color en concreto pero, le quedaba muy bien combinado con una cazadora blanca. Su pelo estaba peinado a un lado y se encontraba a mi lado mirándome con mucho entusiasmo. Su apariencia de ángel me cautivaba y, empezaba a pensar que realmente estaba mal que empezara a gustarme tan rápido.

Miré hacia delante buscando los libros que llevaba esta semana y ella hizo lo mismo. Esta vez, tenía el dinero suficiente para comprarme los dos libros, por lo que no tendría que hacer una dura elección como semanas atrás. Observé que ningún libro tuviera ninguna imperfección y me dispuse a ir hacia la caja. Ella abrió los ojos, o es al menos lo que noté al mirar de reojo. Caminé hasta la caja y pagué aquellos libros queriendo acabar lo antes posible. Una vez en la bolsa, volví en la dirección anterior y la vi mirando atentamente las estanterías intentando decidirse pero.

—Oye —capté su atención y me miró rápidamente—, siempre estás conmigo y yo siempre te trato mal, ¿qué tal si te compenso y vamos a tomar algo? Invito yo —le ofrecí y ella me miró con un libro entre sus brazos como solía hacer, acción que me empezaba a gustar demasiado.

—Me encantaría —aceptó con su dulce voz mientras me dedicaba una gran sonrisa, una preciosa sonrisa que cautivaría a cualquiera, es más, me preguntaba cómo esa chica no podía tener detrás de ella a miles de chicos.

Después de ayudarla a elegir, salimos de la tienda camino a una de mis cafeterías favoritas de la zona. Solía frecuentar con mi pequeña hermana cuando ambos teníamos tiempo para vernos, siempre servía de desconexión del mundo real además de los muchos alimentos deliciosos que vendían los cuales nadie podría resistirse y hacían sentir a tu estómago y a tu felicidad. Al llegar nos sentamos en una pequeña mesa cerca de la ventana y le pedimos al camarero lo que deseábamos comer. Una vez apuntó nuestro pedido se despidió y reinó el silencio por unos instantes que me parecieron eternos.

—Siento que en este sitio voy a engordar —admitió rompiendo el hielo. Había pedido millones de cosas con demasiado chocolate. Ella miraba por la ventana disfrutando de las vistas de aquella cafetería que daban a un parque muy verdoso.

—Bueno, al menos aprovecha que invito yo —bromeé y ella rió con mucha energía. Me miró divertida e incluso haciéndose la molesta.

—¡Tú de verdad no sabes qué es ser mujer! —Exclamó molesta y no pude evitar reír.

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