Sesión 1: "Todo va a estar bien"

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Cada comienzo es duro, los finales también lo son, pero es el intermedio lo que más duele; a fin de cuentas con los inicios tienes la esperanza de que pueda mejorar, con los finales sabes que en algún momento todo se fue a la mierda, pero es ese recorrido entre uno y otro lo que resulta realmente aberrante. La inseguridad de conseguir un mañana, el miedo de pensar en el ahora y la culpa de recordar el ayer se entremezclan de tal forma que aún hoy día me dan ganas de vomitar. Intentaré no divagar, no dejarme llevar por las emociones que retumban con cada pensamiento, pero sé que usted entiende o entenderá en su momento lo difícil que resulta para mí siquiera pensar en contar todo lo sucedido.

    Hace poco logré mirarme en un espejo y me asombré, es decir, no teníamos espejos en la cabaña y créame que hacía mucho tiempo que no veía mi reflejo, al menos no de una forma tan nítida y clara ya que el que proporcionaba el lago o el río no creo que cuente demasiado. A lo que me refiero es que me sorprendió el hecho de haber cambiado tanto, de no ser la niña que un día corría y gritaba, de no ser aquella pequeña que un día entró en un bosque y no salió hasta que se perdió todo de ella y eso me dolió. Aún duele. 

    Cuando era pequeña solía soñar con las típicas tonterías con las que puede soñar una niña. Dragones, castillos, princesas y príncipes que llegaban al rescate sobre corceles de largo y brillante pelaje inundaban mi mente sin cesar. Mis sueños siempre incluían hadas y elfos que por más que intentaba no lograba encontrar en otro lugar que no fuesen los libros que me leía mi papá, eso sin mencionar, que lo que más anhelaba al escuchar una historia como esas, era el final feliz que todas tenían.

    En ese mundo de fantasía y sueños transcurrió un poco de lo que puedo considerar “infancia” ya que el resto… bueno, el resto vendrá después; pero en esos sueños, en esas tantísimas divagaciones existenciales fue que pude conocer un poco de la amarga inocencia que se me arrebató casi tan rápido de lo que tardó en llegar.

    Sin embargo, eran solo sueños, solo aspiraciones inocentes e infantiles que alguien tan pequeño como yo en aquel entonces puede tener, pero que no concuerdan en lo absoluto con la realidad. La vida no es un cuento de hadas, por lo menos no la mía. Yo no era una princesa, no habían castillos enormes y hermosos, no habían príncipes ni caballeros al rescate, no habían hadas, elfos o gnomos, pero si había dragones; dragones que destruían todo a su paso y herían a la gente que más me importaba, y lo peor de todo no era saber que nadie me ayudaría, ni siquiera darme cuenta que mi historia no tendría un final feliz como los que tanto me gustaban, lo peor era entender que el dragón más peligroso y ruin de todos, era mi propia madre.

    No puedo recordar mucho acerca de mi niñez, pero gracias a mis dos hermanos mayores, pude conocer varios detalles que me sirvieron para  entender gran parte de mi tragedia.

    Mis padres eran profesionales cuando se conocieron hace casi veinte años; mi papá era veterinario, de esos que son realmente buenos y nombrados; conoció a mi madre en su trabajo cuando esta le llevó a su mascota a una consulta de rutina. Mi mamá era enfermera recién graduada en una de las facultades de medicina más renombradas de nuestro país, por lo que ambos se hallaban en la plenitud de su vida y tenían muchas cosas en común.

    Más o menos a los inicios de sus veintitantos años se casaron en una boda, que según algunas fotos, fue realmente hermosa y soñada; tuvieron al poco tiempo a mi hermano mayor, Brandon, y se mudaron a un pequeño departamento en la ciudad. Según lo poco que me contó mamá y los escasos detalles de Brandon y Julia, mis padres vivían muy bien en aquel lugar, con todos los lujos que una pareja de jóvenes profesionales podía brindarse. Hasta que apenas unos meses después mamá se embarazó de Julia.

La habitación más oscura© Secretos del bosque ‪#1. COMPLETA.Where stories live. Discover now