Capítulo 1: "La mano metálica"

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Unos gritos comenzaron de nuevo a retumbar las paredes, y Natalia escuchó con horror cómo la joven que había vomitado hace unas horas en el camión pedía ayuda. Era fácil reconocer su voz, pues no era la primera vez que gimoteaba de aquella manera. En su asiento, apretó los puños, recordando las palabras del Sargento y cómo había acabado en ese solitario y sucio banco. Una mujer morena, no más mayor que las jóvenes, las había guiado hasta una húmeda habitación, la cual tenía por decoración unas simples taquillas (bastantes sucias y corroídas, todo sea dicho) y unos incómodos bancos; además, cualquiera diría que hacía más frío dentro que fuera.


Sin embargo, Natalia comprendió que aquel era el menor de sus problemas. Aquella mujer, que no se había presentado y resultaba horrorosamente seria, se presentaba de vez en cuando con una carpeta por la habitación, llamándolas una a una sin seguir ningún tipo de orden o patrón. O al menos eso pensó la roja. La única vez que había esbozado algo diferente a un nombre o apellido, fue cuando la vieron por primera vez, y era para desearles buena suerte. En un principio, ninguna entendió para qué. Fueron dos chicas, una morena y la otra rubia, que salieron por llamamiento de la sala para llegar a otra aún más amplia, quienes por fin lo comprendieron. Primero hubo silencio. Un silencio aterrador, hasta que una de ellas esbozó el primero grito. En aquel momento, todas se alteraron, vaciando los asientos para ponerse de pié y mirarse unas a otras con una mirada expectante. Estaban solas en un lugar desconocido, y la tensión fue aumentando a media que la sala se vaciaba, quedando ahora unos doce en ella, cuando antes eran a lo menos cincuenta. 

La rusa, que apenas podía mantenerse quieta en su asiento, comenzó a mirar de reojo a las restantes, sopesando la idea de tener que enfrentarse cara a cara con alguna (dadas las circunstancias era muy difícil que aquellos gritos de socorro se debieran a una actividad diferente como la de una pelea a muerte). Éstas, que pensaban igual que Natalia, la imitaron, y un tedioso juego de miradas dominó la sala. Sin decir nada, se observaron durante un buen rato. Finalmente, tras unas cuantas visitas de la fémina que las había llevado a ese corredor de la muerte, Romanova se quedó por primera vez sola. Por un momento, creyó que se iba a salvar. Por un momento, creyó que la vida le había dado una milagrosa oportunidad y que la iban a dejar marchar. Las llamaban de dos en dos para que obviamente pelearan, y ahora mismo ella era la única que se encontraba allí.

Sin embargo, todas aquellas ideas de poder ser libre, de poder escabullirse y dejar el enfrentamiento para otro día, se desvanecieron cuando el Sargento Dokorotich entró dentro golpeando la puerta contra la pared. Al verlo, la rusa se puso de pié. ¿Y si ahora tenía que luchar con él? Una sensación de malestar recorrió sus músculos, tensándolos hasta casi hacerle daño. La joven miró al frente, esperando a que le dijese algo. Pero éste se limitó a gruñir, y le hizo un pequeño gesto a la otra para que se acercara, cosa que ésta hizo torpemente sin dudarlo. Como las demás, la pelirroja recorrió un oscuro pasillo hasta una sala que, para ella, resultaba aún más grande que la anterior.

—Siento haberte hecho esperar pero, dado que la señorita Shokiabich se ha equivocado al contar, te has quedado sin contrincante—. Era como si escupiese las palabras. Romanova supo al momento que algo malo le iba a pasar a aquella tal Shokiabich, meditando la no tan descabellada idea de que se trataba de la mujer que las había acompañado yendo y viniendo toda la mañana. Aquella loca idea se confirmó cuando, tras entrar en la sala, al lado de la puerta se encontraba la misma, con los ojos exageradamente rojos, como si hubiese estado llorado hace unos segundos. Ésta, que había notado su mirada, prensó los labios de forma temblorosa. —Lo siento—. Creyó leer la bermeja que, tras ser arrastrada por el Sargento, apartó la vista de la otra. Aquella fue la última vez que la vio.

Ahora, se encontraba en un lugar amplio, semejante al de un gimnasio. En lo alto, se alzaban unas grandes ventanas, por las cuales pudo ver a un cúmulo de gente que la miraban con curiosidad y. . .¿diversión? O eso le pareció captar en los brillantes rostros ajenos.

 La joven forzó la vista, lo suficiente como para poder apreciar sus vestimentas; eran militares, o al menos eso era lo que creía. Sus claros orbes, que habían pasado de una mujer que lloraba a un grupo de personas que parecían alegrarse al verla, se encontraban ahora sobre la de un ring. El Sargento, que estaba cansado de tirar de ella, la dejó en el centro con una sacudida, cosa que no le entusiasmó a la pelirroja, quien respondió con un gruñido. El Sargento se encontraba ahora en una esquina del cuadrilátero, con los brazos cruzados. Una pequeña sonrisa se dibujó en la curva de sus labios; una sonrisa tan sádica que inmovilizó a la rusa. "Voy a morir" pensó, a la par que sus ojos escudriñaban ahora el suelo. Un pequeño grito fue lo único que se atrevió a pronunciar; Enormes manchas de sangre recorrían como alfombras todo el terreno bajo sus pies. Ahora, sea donde fuere el lugar que pisara, se llevaría con ella algún rastro de aquellas que optaron el papel de acompañante en un juego burdo y para el puro siniestro entretenimiento. Se preguntó incluso si sus espectadores personales apostaban. . .Y de ser así, ¿apostarían por ella?

Una fila de soldados se agrupó a su alrededor, fijando con especial interés sus miradas sobre la joven, quien no podía dejar de pensar en lo que tenían preparado para ella. Justo cuando tuvo la valentía -y la desfachatez para algunos- de preguntar (a sabiendas de que no iba a obtener respuestas o que la iban a fulminar con la mirada), una figura comenzó a acercarse desde el otro extremo de la sala. Natalia no se percató de su presencia hasta que éste, quien se iba haciendo hueco entre la multitud de soldados que rodeaba de forma morbosa el ring, subió a la plataforma de la misma. Fue entonces, cuando un pitido escalofriante envolvió durante unos segundos la habitación y aquel cuerpo (el cual no había observado con detenimiento por falta de tiempo) comenzó a acercarse con prisas hacia ella y, en menos de unos segundos, un puño metálico resonó en su estómago; unas gotas de sangre salpicaron desde la garganta de la muchacha, cayendo sobre el suelo y compartiendo resguardo junto a las de sus compañeras que, seguramente, estaban muertas. . .En aquel momento pudo apreciar el rostro del atacante y, para su sorpresa, no era una de sus antiguas compañeras. Ahora entendía la disculpa de Shokiabich.


"Natalia Romanova, la última Viuda."Where stories live. Discover now