Capítulo 4: Huyendo.

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  ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Semanas? ¿Meses? ¿o acaso solo eran unos días?

La vida en ese castillo parecía desarrollarse en un tiempo lejano al normal. Ian había perdido la cuenta en el día 11 de su estadía. A partir de allí dejó de importarle. Cerró el libro que estaba leyendo y se levantó del sillón. Caminó hacia el gran ventanal y miró al hermoso invernadero. ¿Cómo dentro de ese desgastado castillo había un lugar tan bello? ¿Cómo había podido sobrevivir al paso del tiempo? Preguntas y preguntas que se le cruzaban por la cabeza, pero intuía que era mejor no saber la respuesta.

Observó a la gran bestia cortar las hojas marchitas de los rosales con sus garras. Se veía concentrado en su labor, cuidando de no dañar las hermosas rosas a su alrededor. Aras dormitaba a su lado y Tommy parloteaba saltando en el piso. Ya casi estaba anocheciendo, pero como siempre, la bestia prefería ese momento para estar con sus rosas.

Tocó el vidrio y delineó la figura de la bestia con los dedos. Sí, era rudo y un insensible con él, pero nunca le había hecho daño en sus encuentros y siempre cuidaba de que nada fuese doloroso, sino al contrario, muy placentero. Se estremeció al recordar como la noche anterior se había atrevido a tocar un poco de ese gran miembro y la bestia lo había mirado asombrado.

Ian se cubrió el rostro sonrojado. Aun recordaba todo del día anterior, cuando la bestia lo había asaltado en el cuarto de los juegos y lo había dejado desnudo y expuesto sobre la mesa. Se comenzó a frotar contra él para luego quitarse los pantalones y colocarle el falo sobre su vientre. Ian lo había mirado curioso y no pudo evitar estirar la mano y pasar los dedos por esa piel húmeda y suave. Al darse cuenta de su atrevimiento retiró la mano y se volteó, demasiado avergonzado como para mirar a la bestia. Este no le mencionó el hecho y prosiguió a girarlo para seguir en lo suyo, en completo silencio. Pero aún así...¿Cómo había podido hacer eso? ¿Qué estaba sucediendo con él? ¿Cómo había podido dejarse llevar de esa manera?. Suspiró frustrado.

Miró de nuevo por la ventana y se fijó que el invernadero estaba vacío. "Probablemente hayan entrado para la cena" se dijo.

Paseó la vista por la estancia y vio todos los libros que tenía a su disposición. Libros de historia, literatura de todos los géneros, ciencia, música, en incluso habían libros en idiomas irreconocibles para él. Además podía entrar a la sala de juegos, al invernadero, a los estudios y muchos salones que habían en ese nivel. ¿Pero qué había arriba? Se moría de curiosidad. Se mordió los labios y trató de quitarse esas ideas. Dentro de todo, la bestia había sido muy amable con él, lo trataba con educación e incluso le había enseñado como utilizar los cubiertos adecuadamente. Parecía que esa bestia habría sido un duque o alguien importante, posiblemente venía de un país habitado por bestias y utensilios vivientes que eran sirvientes , de dijo, y ahora tenía que estar solo. (N.d.A: Que inocente Ian *u*).

En su mente Ian había armado toda una hipótesis. Que la bestia era un príncipe o un duque y había sido desterrado del país de las bestias por algún motivo, y ahora su destino era vivir solo con Aras y sus sirvientes más allegados. O tal vez él se haya ido por ser un antisocial. Sí, eso debía ser. Por eso odiaba la presencia de las demás personas. ¿Pero él? Porque no lo había dejado encerrado en el calabozo para morir y en cambio lo tenía allí, alimentado, vestido y...eh...follado. Volvió a sonrojarse.

Pero a pesar de todo, disfrutaba sus días en ese castillo. La bestia no solía encontrarse con él, suponía para darle su espacio, y él había incrementado su cultura general con todos esos libros. Incluso los juegos lo mantenían distraído, especialmente porque pensaba mucho en su abuelo. No había tenido noticias de él y estaba preocupado. Quería saber si estaba bien, si comía adecuadamente, si seguía con el negocio y si aun lo recordaba. Lo extrañaba muchísimo.

También extrañaba el pueblo, sus pocos amigos y la gente amable que lo rodeaba. No se quejaba de la compañía de Tommy y Anna, incluso Frederic le daba muy buenas charlas. Pero faltaba algo más, y estaba seguro, aunque le doliera admitirlo, que era el dueño de ese castillo quien lo ponía así.

La bestia parecía buscarlo solo por el sexo, a veces por la noche o durante el día, y él se dejaba hacer, dejaba que usara su cuerpo como quisiera, pero al final, el resultado siempre era el mismo, terminaba solo y abandonado.

A veces pensaba como era posible que la bestia fuera tan tierno con sus rosas y a él solo le diera indiferencia. Escuchó la puerta abrirse y por un momento pensó que era la bestia que venía a disponer de él. Internamente se emocionó.

- Ian? – preguntó una vocecita interrumpiendo el hilo de sus pensamientos.
- Dime Tommy – le dijo sonriéndole. Quería mucho a esa tacita, era tan dulce, y no quería que viera que se había decepcionado. ¿Oh! En serio se había decepcionado?.
- Mi mamá dice que te diga que la cena está servida – le dijo – vamos juntos?
- Claro – y acompañó a Tommy hacia el comedor.

La bestia ya se encontraba allí. Lo miró y le indicó el asiento a su derecha. Ian se sentó y comenzó a comer en silencio. La verdad es que nunca hablaban mientras comían y comenzaba a ser un poco incómodo.

Por su lado Adam se perdía en sus propios pensamiento. Ian le gustaba como nunca nadie lo había hecho. Su cuerpo, su voz, todo de él lo volvía loco. Y a la vez, se moría de miedo. Lo veía leer con avidez todos sus libros, jugar y reír con Tommy, e incluso Frederic le había comentado que el joven había empezado a cuidar de unas margaritas que estaban marchitándose en el jardín. Era tan dulce, tan inocente, era demasiado perfecto. ¿Cómo ese ser podría quererlo o siquiera sentirse atraído por él? Él, que sabía que era una bestia horrible.

Siempre, al terminar sus encuentros, huía como loco y evitaba mirarlo a los ojos. Tenía miedo de encontrar asco y desprecio en ellos. Prefería abandonarlo que darse cuenta que Ian lo odiaba.

Tampoco se había atrevido a comentarle nada del hechizo, y le había prohibido a los tres habitantes del castillo que dijeran nada. Lo último que quería era la compasión de Ian si se enteraba que existía una forma de romper esa maldición. Maldita la hora que se encontró con esa bruja. Era mejor que el muchachito se hiciera ideas. Se rió recordando el día en que Tommy le comentó como Ian creía que venían de un país de bestias. ¿Acaso podía ser más tierno?. Sonrió y miró al castaño, que tenía problemas cortando el cordero. La primera vez que lo vio comer se sorprendió. Para ser un pueblerino tenía buenos modales, pero de vez en cuando agarraba algún alimento con la mano, especialmente las carnes, ya que al no haber utilizado casi nunca los cuchillos, la cortaba con la mano.

- Coge el cuchillo con la otra mano – le indicó. Ian lo miró sonrojándose. – hazlo como yo lo hago – le dijo, mostrándole como debía cortar la carne.
- Gracias...- le dijo avergonzado, tratando de cortar lo más elegantemente la carne. – en casa no usábamos los cuchillos y se me hace muy difícil. Lo siento.
- No tienes de que avergonzarte. Lo demás lo haces muy bien – le dijo, sin fijarse en sus palabras. Al no tener respuesta giró a mirar a Ian. Este lo veía fijamente con la boca algo abierta, claramente sorprendido. – Pero aun tienes mucho que aprender. – le soltó, felizmente él no podía dejar ver cuando se sonrojaba. Eso hubiera sido muy raro.
- Claro! – le dijo emocionado. Ian no lo podía creer. Era la primera vez que le decía algo bonito, bueno no era la gran cosa, pero era un comienzo.

Terminaron de comer y cada uno se retiró por su lado. La bestia fue a la biblioteca, donde iba cuando Ian no estaba ya que su olor se quedaba impregnado allí y lo relajaba, e Ian salió al invernadero a visitar sus margaritas.

La bestia entró a la biblioteca seguido de Frederic. Se sentó y miró a su fiel mayordomo, quien lo había criado desde que sus padres murieron.

- Tú crees que soy malo Frederic? – le preguntó.
- No, mi señor. Usted tiene un gran corazón – le respondió rápidamente.
- Entonces, porqué no puedo hacer que Ian me quiera?! – gruñó con un golpe sobre es escritorio, el cuál crujió con fuerza.
- Porque ustedes no le está demostrando que le importa, y el joven Ian se siente solo – le dijo amablemente.
- Le doy su espacio, estoy seguro que no debe querer estar cerca de mí – suspiró y miró al invernadero. Ian se acercaba a las flores – Él es tan bello, Frederic, tan puro. Y yo soy horrible, una bestia inmunda! – gritó lanzando los libros que encontró a su lado.
- Pero amo, el señorito Ian no le teme, y todos notamos cuando está triste porque usted lo ignora – le dijo mientras recogía con presteza el desorden.
- Tú crees? Crees que debería acercarme a él? – le dijo, tal vez debería arriesgarse. Si Ian lo rechaza le dolería, pero era peor el tormento de no saber que hacer.
- Sí amo! Podríamos preparar una comida, algo suave como frutas y chocolate, con velas y música de fondo - le dijo emocionado.
- Y luego podríamos leer o disfrutar del fuego...tal vez podríamos comer en el invernadero! Ya lo sé! Comeríamos en la pérgola! ¿Tú crees que eso le guste? – preguntó emocionado. Tenía una buena corazonada. Se levantó y comenzó a recorrer la estancia sobre las cuatro patas. De a un lado a otro, pensando.
- Incluso podría acompañarlo en el invernadero ahora, le podría enseñar como hacer crecer más rápido las margaritas – le propuso el mayordomo.
- Tienes razón. Iré ahora mismo. – se levantó emocionado y se fue a buscar a Ian. El candelabro lo miró enternecido y salió a buscar a Anna para preparar todo para más tarde.

Anna miró como Frederic entraba a la cocina dando saltos que no eran dignos de un mayordomo.

- Anna! Debemos preparar una comida...romántica! – le dijo emocionado.
- Romántica? Es que acaso...
- Sí! El amo quiere empezar a conquistar a Ian! – se acercó y comenzó a sacar las frutas – será estupendo...y entonces...
- Entonces el amo se enamorará de él y él se enamorará del amo..y PAF! – gritó Tommy – el hechizo se romperá! Tal vez hoy mismo podríamos volver a ser humanos!
- Pero Tommy, no es tan fácil – le dijo su madre – estas cosas llevan tiempo.
- Pero llevan semanas viéndose todo el tiempo a solas, haciendo no se que y no se cuanto! – le dijo el niño exasperado.
- Cosas que tú no tienes porqué saber! – le dijo su madre – además esto es diferente, amarse no es tan fácil mi niño.
- Pero a la rosa no le queda más que un solo pétalo! – suspiró frustrado Tommy – y yo no quiero que el amo muera – gimoteó.
- Nadie lo quiere pequeño Tommy – se acercó Frederic a acariciarle la cabecita de taza.
- Ya sabemos que a Ian no le importa el aspecto del amo, ese es un gran avance – dijo Tommy.
- Pero tal vez deberíamos ayudarlo más. Le prepararé un gran baño y sus mejores ropas. Sí, perfumes y esas cosas – Frederic salió saltando hacia la habitación del amo.
- Bueno pequeño, quedamos tú y yo. Tenemos que preparar una gran comida – le dijo Anna a su hijo.

Mientras tanto, al terminar la cena, Ian, como sabemos, salió al invernadero. La primera vez que vio esa parte del lugar le dio mucha pena. Las pobres flores había sido atacadas por la mala hierba y parecían ir muriendo lentamente. Ian las limpió, las cuidó y ahora se veían mucho mejor. Eran como su pequeño proyecto personal. Cogió la pequeña regadera y se dispuso a seguir cuidando de esas flores, pero Aras se acercó corriendo y se la quitó.

- Aras! Devuélveme eso! – le dijo tratando de quitársela. Pero el perro parecía querer jugar y se alejó para luego detenerse. Ian lo correteó un rato, pero el perro seguía sin soltar la regadera. – Aras! Tengo que regar esas flores!

Pero el perro siguió sin hacer caso omiso y entró a la casa. Ian lo siguió por un rato hasta que lo vio en la cima de las escaleras.

- Aras, sabes que no puedo subir. – le dijo, pero el perro lo miró y se adentró más en ese corredor. Como diciéndole "ven y sígueme". Ian suspiró y subió. Solo cogería la regadera y se iría. Nadie tendría que saber que subió al segundo nivel.

Subió y observó el oscuro corredor, era muy tétrico. No había parte del primer nivel que pese a estar gastado no estuviera limpio, pero allí se notaba que nadie había subido en mucho tiempo. Posiblemente solo la bestia recorriera ese pasillo. Vio al perro mirarlo al final moviendo la cola.

- Aras, ven amigo, ya hemos llegado hasta aquí, dame la regadera – le dijo bajito, pero el perro no se movió. Caminó hacia él y justo antes de que lo pudiese atrapar el perro entró a una habitación. Ian lo siguió y se quedó mirando el lugar. Este sí estaba realmente destrozado, como si fuese el lugar de desfogue de la bestia.

Siguió caminando, pasando sobre los pedazos de objetos y se fijó en un gran cuadro sobre apoyado en una pared. Este estaba desgarrado de casi todos los lados, pero algunos retazos seguía allí. Sin poder evitar la curiosidad, los trató de unir, quedándose sorprendido al ver el hermoso rostro que le sonreía con prepotencia. No estaba completo, pero era seguro que se trataba de el rostro de un joven sumamente guapo, rubio y con los ojos más bellos que había visto, uno celeste y otro verde. Como los ojos que tanto conocía de su captor ¿Acaso sería un pariente suyo? ¿Alguna herencia familiar? pasmado al ver lo que había adentro.

Escuchó el ladrido de Aras y giró para recuperar de una vez la bendita regadera. Pero una luz llamó su atención. Era ligeramente rosada y venía de la esquina más alejada de la habitación, justo frente al balcón. Allí había una mesita y sobre ella un tallo que flotaba, el cual tenía un solo pétalo. Alrededor de este yacían pequeños pétalos brillantes y todo esto cubierto por una larga tapa de cristal para su protección.

Ian se acercó olvidándose de Aras. Era algo hermoso y a la vez triste, al ver lo que alguna vez fue una hermosa rosa y ahora solo era un tallo y un pétalo que parecía querer caerse en algún momento. Se acercó aun más y rozó el vidrio con sus dedos. Todo allí dentro brillaba y resplandecía en colores imposibles. Era mágico y atrayente. Sujetó con sus dos manos la tapa de cristal y comenzó a levantarla. Escuchó a Aras gimotear y jalarlo del pantalón, pero no le hizo caso. Estaba tan absorto que no se percato en la presencia de la bestia tras de él.

Adam lo miraba furioso. Al salir de su estudio, había visto a Ian subir las escaleras hacia el segundo nivel, aun sabiendo que él se lo había prohibido. Al llegar vio como el muchacho entraba hacia la habitación dónde estaba su rosa. Corrió desesperado a sacarlo de allí y casi estalla de ira al verlo tratar de quitar el cristal.

Le arrebató el cristal de las manos y volvió a tapar la rosa. Apretó el cristal hacía sí mismo y lo miró enojado. Ian se alejó asustado viendo como la bestia iba deformando sus facciones por la furia. Soltó el cristal y encaró a Ian.

- Porqué has venido aquí?! – le gruñó con fuerza.
- Lo siento! Aras se llevó la regadera y lo seguí pero..
- Te advertí que no subieras! – le gritó.
- No quería hacer nada malo! – sollozó.
- Te das cuenta de lo que podías haber hecho?! – y con una garra destrozó la mesa que se encontraba a su lado, haciéndola añicos. Ian siguió retrocediendo sin poder contener las lágrimas. No quería que la bestia lo odiara.
- Basta! – le pidió – no quise hacerlo!
- Lárgate! – le gritó destrozando el armario donde Ian se apoyaba – Fuera! Vete de mi castillo! – le volvió a gritar. Vio a Ian salir corriendo y salió a la terraza. ¿Había tomado la decisión correcta? Se cubrió el rostro y dejó salir un par de lágrimas. Las primeras en 200 años.

Ian corrió asustado. Estaba seguro que esta vez la bestia lo iba a matar. Corrió y corrió hasta llegar al primer nivel. Frederic que había escuchado la bulla había salido y veía sorprendido como Ian corría hacia la puerta.

- Joven Ian! ¿A dónde va? – trató de seguir.
- Me odia Frederic, me odia y quiere que me vaya – lloraba desesperado. Tenía miedo. – Adiós Frederic, despídeme de Anna y de Tommy – y abrió la gran puerta.
- No! Joven Ian! Es peligroso! – pero Ian ya había salido, y por más que lo intentara, sus pequeños saltos no le dejaban avanzar rápido. Preocupado vio como Ian entraba en el bosque y la niebla lo tapaba.

La bestia vio como Ian se perdía en el bosque, y antes de pensar algo, escuchó los aullidos desde algún lugar en el bosque. "Lobos" pensó, y salió disparado hacia el bosque. Si Ian resultaba herido no se lo perdonaría jamás.

Disney Yaoi: La bella y la bestiaWhere stories live. Discover now