Capitulo 7: Regresando

13.6K 748 45
                                    

  En el pueblo todo transcurría con tranquilidad, aunque el rumor de la desaparición del bello, es decir Ian, había sido la comidilla de los chismes durante varias semanas. Muchos decían que había muerto en el bosque, comido por los lobos, otros decía que un mercader de un pueblo lejano se había enamorado de él y lo había comprado. Muchas hipótesis y muchos chismes, pero nadie se acercaba ni remotamente a la verdad.

Tampoco ayudaba que Don Maurice no dijera ni una sola palabra al respecto ni desmintiera nada, simplemente se había limitado a decir que Ian ya no viviría con él, y que era su culpa. Y esa culpa estaba haciendo mella en el pobre anciano. Cada día se lo veía más agotado y sin fuerza, como si toda esa energía, que siempre lo había acompañado, hubiese desaparecido con su nieto.

Esa mañana Don Maurice se encontraba acomodando los productos en la pequeña tienda que tenía y vio al perro feo de la bestia a su lado. Ese perro siempre iba a visitarlo, como tratando de decirle que su nieto estaba bien.

Lo miro nostálgico y pensó en Ian. ¿Estaría comiendo bien? ¿Se sentiría cómodo? ¿La bestia lo retendría en el calabozo o le habría dado un mejor lugar para dormir? Todas esas preguntas lo angustiaban, pero de alguna manera la presencia del perro lo tranquilizaba.

Salió de la tiendecita a barrer un poco la calle cuando súbitamente un dolor le hizo sujetarse en el marco de la puerta para no caer. Respiró hondo ya que no era la primera vez que sentía algo así, pero una nueva punzada en el corazón le hizo caer. Unos jóvenes que pasaban por allí se acercaron a ayudarlo, pero Don Maurice ya había caído inconsciente.

Lo llevaron al único doctor que no dudó en atender al anciano inmediatamente. Espero pacientemente a que despertara para darle unas infusiones y lo miró triste. El perro feo, que no se había separado del anciano en ningún momento, subió a la cama y gimoteó.

- Don Maurice, usted está muy mal – le tomó la mano al anciano que él quería muchísimo. Don Maurice nunca lo culpó de la muerte de sus seres queridos y eso se lo agradecía de todo corazón. - Usted siempre ha sido muy bueno conmigo y con mi familia, y no puedo mentirle. – lo miró fijamente y soltó la noticia - No le queda mucho tiempo de vida.

El anciano ya se lo esperaba. Suspiró y cerró los ojos. Pensó en Ian y se lamentó no poderle avisar ni poder verlo.

- Cuanto tiempo me queda? – le preguntó.
- No más de dos meses. Sus órganos están muy dañados, probablemente por los largos viajes a caballo, además, su corazón está débil. Podría sufrir otro ataque en cualquier momento. – le arropó con las viejas, pero limpias, sábanas – y no le puedo permitir salir de aquí, por lo menos hasta que se estabilice. Este es el diagnóstico para que mi enfermera lo atienda – dijo dejando el papel en los pies de la cama.

Don Maurice le dio una sonrisa al doctor y se despidió de él, y luego giró para ver al perro feo. Lo acarició y dejó que unas lágrimas cayeran por su arrugado rostro. "Mi Ian" sollozó. Aras dio un ladrido y bajó arrancando el diagnóstico de la cama y luego salir corriendo del hospital rumbo al castillo.

Mientras tanto, en el castillo, ya era bastante entrada la noche cuando Ian fue conducido, con los ojos cubiertos, hacia la segunda planta. La bestia le había colocado una venda y lo llevaba de la mano entre las risas del menor.

- ¿Ya me vas a decir que hay en ese cuarto? – le dijo sonriendo.
- No, ya te dije que tienes que ser paciente – le respondió acariciando su cabello. Ian se apoyó en esa caricia.
- Pero si sabes que soy muy curioso! – le hizo un pucherito con los labios – no voy a aguantar!
- Oh sí, hoy me demostraste que eres muy curioso – dijo malicioso para luego soltar una carcajada, que sonó casi como un gruñido, al ver el notable sonrojo del menor.
- No me lo recuerdes – le dijo al recordar, sin poder evitarlo, todas las cosas que había hecho horas antes. – es tu culpa por provocarme – dijo abrazando el gran brazo de la bestia – y ni siquiera llegamos!
- Solo faltan pocos metros! – dijo la bestia riéndose. Ian lo fascinaba, era tan testarudo pero a la vez tan niño. – ¿Viste? Ya llegamos!
- No lo veo! Porque aun no me quitas la venda! – le reclamó. Escuchó la puerta abrirse y dejó que la bestia lo empujada hacia el interior.
- No valen burlas ¿ok? – le dijo mientras le quitaba la venda.
- Yo jamás me...wow – dijo al ver el lugar.

Era un taller de arte, con pinturas, lienzos y muchos líquidos regados. La habitación estaba muy bien iluminada y tenía muebles por varios lados, desde sillas amplias y cojines de todos los colores hasta mesas con frutas y telas. En el piso habían diversos lienzos, muchos empezados y otros en blanco. Las pinturas eran en su mayoría paisajes como huertos, campos e incluso había una pintura sin terminar del castillo. La bestia miraba todo con añoranza, recordando los buenos momentos en que se alejaba de todos y se encerraba a pintar. Era su mayor secreto, solo Frederic estaba autorizado para entrar allí. El resto del personal ni siquiera sabía que había en esa habitación. Siempre tuvo miedo de que lo tacharan de débil o romántico por pasar tantas horas pintando y por eso nunca se lo dijo a nadie.

- ¿Tú los pintaste? – preguntó Ian, señalando la hermosa pintura del pueblo, el cual se veía lleno de gente y de color.
- Así es – respondió cogiendo un lienzo en blanco y colocándolo sobre un caballete.
- Eres muy bueno! – dijo alegre, yendo por todo el saló moviendo las pinturas para verlas todas - ¿Por qué dejaste de pintar? – dijo señalando el rincón con los cuadros sin terminar.
- Pues... -la bestia se quedó sin palabras. ¿Cómo decirle que después del hechizo no había querido volver a entrar allí? – No volví a encontrar inspiración – le dijo finalmente.
Ian se acercó a él y lo abrazó, hundiendo su rostro en el suave pelaje del pecho de las bestia. Levantó el rostro y lo miró sonriendo.
- Gracias por compartir esto conmigo – Estaba feliz de conocer algo más de la bestia. Había tanto por conocer que sentía que esos pequeños avances eran muy importantes.
- De nada, mereces que comparte todo esto contigo – le dijo acariciando el rostro del menor y dándole una lamida. Ian se estremeció y se apretó más contra ese gran cuerpo.
La bestia lo levantó y lo llevó hacia una esquina llena de sábanas acolchadas y almohadones de colores. Lo depositó con cuidado y poco a poco fue deshaciéndose de la ropa del jovencito, el cual se dejaba hacer y levantaba las caderas para facilitar la acción. Pronto quedó completamente desnudo y a merced de la bestia, quien lo miró un momento desde su altura, saboreando cada instante. Ian lo miraba con los ojos entrecerrados y sin vergüenza.

Se acercó al menor y comenzó con el ritual de lamidas y suspiros. Ian se arqueaba a cada lamida, gimiendo despacito y abriendo las piernas para darle más acceso. Observó como la bestia se alejaba para quitarse la única prenda que vestía y dejar el gran miembro al aire. Ian se mordió los labios y sin evitarlo se irguió y comenzó a acariciar el pene rojo y brillante de lubricante.

La bestia lanzó un gruñido y se tumbó para dejar al castaño hacer lo que le plaza. Las manitos de Ian apenas podía cubrir un pedazo del miembro y tenía que usar ambas para lograr abarcar lo más posible. Ian miró como la bestia cerraba los ojos y lamiéndose los labios se agachó para probar un poco de esa carne. Adam abrió los ojos sorprendido por la acción y se tuvo que frenar para no empujar hacia la pequeña boca.

Ver a Ian lamiendo su miembro era más de lo que podía soportar, era sensual, prohibido y lo llenaba de morbo. Gruñó más fuerte al sentir como el pequeño cogía más confianza se atrevía a lamer con más ganas.

Ian lamió todo el tronco y cuando estuvo en la punta trató de abarcarla con la boca, pero era imposible. Apenas un pedacito pudo entrar así que dejó esa idea y siguió lamiendo. El sabor era salado y la textura algo pegajosa pero nada que no pudiese disfrutar. Los gruñidos-gemidos de la bestia lo impulsaban a seguir con la faena, hasta que sintió como unas garras lo cogían y lo levantaban, haciendo que tuviese que colocar las rodillas a cada lado del rostro del mayor. La bestia abrió las nalgas del muchachito y comenzó a dar lametazos sobre la apretada entrada.

Ian gimió con fuerza, sin dejar de acariciar y lamer el miembro de la bestia, y comenzó a empujar sobre esa lengua que lo abría y lo dejaba todo mojado. La lengua entraba y salía, y al ser tan larga como la de un perro, llegaba hasta lo más profundo de él. Pronto una garra sin uña se apretaba contra en él y el joven gritó al sentir la intrusión. El pelaje siempre le daba una sensación completamente diferente y muy estimulante. La bestia lo levantó y empezó a lamer su miembro sin dejar de penetrarlo con su garra. Ian ya se había sentado casi por completo sobre su rostro y solo volteó para mirarlo, con la cara sonrojada y el cuerpo perlado en sudor.

- Por favor...- le dijo entrecortadamente. La bestia sacó la garra y volvió a penetrarlo con la lengua, estirando la entrada para que no le doliera cuando lo fuera a poseer.
- Pídemelo Ian – le dijo sin soltarlo. El menor se sonrojó aun más y suspiró. – pídeme que quieres que te la meta toda. – Ok, parecía un vulgar, pero ver y sentir a Ian lamerlo había sido un detonante para sus más bajos instintos.
- Ahhhhhh – gritó el pequeño, la bestia le estaba comiendo, literalmente hablando, el culo y las olas de placer lo estaban volviendo loco – sí, por favor....ahhh...por favor, métemela – le dijo y no tuvo que esperar más de un segundo para sentir como era echado sobre las mantas y penetrado con fuerza. El aire lo abandonó por pocos segundos y comenzó a gemir con fuerza.

Adam lo tomó y no dejó de lamerle el pecho y el rostro. Los sentimientos lo desbordaban y sentía como Ian se apretaba antes de correrse con fuerza. Él siempre necesitaba más tiempo y sabía que Ian no que quejaba en ser poseído sin pausa, así que lo volvió a coger para girarlo y ponerlo a cuatro patas. Dejó que Ian tomara un respito antes de embestirlo con fuerza y cogerlo con sus garras.

Ian gimió al sentir el cambio de posición y dejó a la bestia seguir embistiéndolo. El miembro grande y duro golpeaba constantemente su próstata y no pudo evitar alcanzar el orgasmo por segunda vez, mucho más intenso que el primero, pero la bestia no parecía querer detenerse. Apoyó el sudoso rostro sobre una almohada y gimió sintiendo un escozor en su ano, pero a la vez oleadas de placer que se mezclaban con el dolor. Las embestidas no detenían y el cuerpo lo comenzaba a sentir cansado, sin dejar de lado la nueva excitación que se alzaba entre sus piernas. De repente sintió como la bestia se quedaba rígido y con un par más de estocadas dejaba correr el líquido caliente en sus entrañas. Un tercer, y casi explosivo, orgasmo le llegó de sorpresa y todas sus energías lo abandonaron. Cayó sobre las matas apenas respirando y dejó que la bestia lo girarara y lamiera todo líquido sobre, y dentro, de su cuerpo. Esa era su parte favorita después del sexo con la bestia, el momento de la "limpieza".

Adam lo miró embelesado y algo culpable al no haber podido detenerse, pero después de sentir esa lengüita sobre su pene, había dejado salir todo el instinto animal. Sin embargo toda culpa de fue al ver la sonrisa cansada de Ian al mirarlo. El menor estaba desparramado sobre las colchas, lleno de sudor y con rostro y el pecho sonrojado, pero no dejaba de sonreír, incluso al cerrar los ojos.

- Eso estuvo genial – le dijo suavecito antes de girar y acomodarse para dormir. Definitivamente las fuerzas se había ido y no pensaba regresan en ese momento.
- Sí...fue genial – dijo acurrucándose detrás de él y acariciando el abdomen del menor – perdón por no detenerme – agregó.
- No importa...lo hizo más...interesante – y lanzó una risita antes de dejarse llevar por el sueño.
- Te quiero Ian – le dijo frotando el rostro contra el menor y levantándose para ponerse los pantalones. Una idea se le había formado y no pensaba dejarla de lado.

Ian abrió los ojos pero no se movió. Todavía estaba amodorrado por las sensaciones y el lugar estaba tan cómodo que no quiso dejar ese espacio calientito y suave. Buscó a la bestia con la mirada y lo vio sentado tras un caballete pintando.

- No te muevas – le dijo la bestia concentrado.
- Me estás pintando? – le dijo sonriendo y sonrojándose.
- Ajá, y no te muevas – le volvió a decir.
- Pero me da vergüenza!
- Pues estás quedando bastante bien.
- Pero estoy desnudo!
- Así me gustas más – le soltó.

Ian hizo un puchero y se quedó callado, muy feliz. La bestia se sentía concentradísimo sujetando el pincel y mirándolo de vez en cuando. Una idea le cruzó y no pudo evitar hablar.

- Entonces...¿Estás de nuevo inspirado? – le preguntó – porque realmente te debió gustar, tienes muchas pinturas y además lo haces muy bien.
- Pues...estaba pensando en preguntarte... si me dejarías pintarte – le dijo azorado. Felizmente el pelaje ocultaba cualquier sonrojo, caso contrario al de Ian, que estaba completamente rojo. – pero aproveché que estabas dormido.
- Entonces...¿yo te inspiro? – no pudo evitar hacer la pregunta. La bestia se acercó y le lamió la mejilla.
- Ian...eres hermoso, pintarte es un honor. Además ya te lo dije, me gustas mucho. – la bestia se dejó caer a su lado y lo abrazó.

El menor lo miró enternecido y asintió con la cabeza. Estaba a punto decirle que a él también le gustaba cuando Aras entró ladrando en la habitación con un papel en el hocico. Ambos, la bestia e Ian, lo miraron extrañados y dejaron que el perro se acercara al menor, dejándole el papel sobre el regazo. Ian se sentó y tomó el papel, algo húmedo por la saliva del perro y lo leyó. La bestia vio como Ian se ponían pálido y las lágrimas caían por su rostro.

- Ian ¿qué pasó? – le dijo tratando de sacarle alguna palabra, pero el muchacho solo lloraba. Esperó a que se calmara y lo dejó hablar.
- Mi abuelo...va a morir – dijo estallando en llanto y abrazándose a la bestia, quien lo envolvió en su pecho y dejó que se desfogara – y no podré estar con él, morirá solo en el pueblo.
- Ian...pequeño – le dijo la bestia, sabía que lo iba a hacer era doloroso para él, pero Ian valía el sacrificio – puedes ir con tu abuelo.
- ¿De verdad? – le preguntó esperanzado.
- Sí, tienes que ir con él – le dijo sintiendo como su corazón de apretaba.
- Gracias! – dijo levantándose y poniéndose la ropa.

Salieron juntos y ya Frederic, Anna y un adormilado Tommy, los esperaban en la puerta. Una máquina estaba allí esperando por Ian para llevarlo al pueblo.

- Mucha suerte joven Ian – le dijo Frederic con una reverencia.
- Cuide mucho de su abuelo, y déle estas infusiones si siente dolor – le dijo Anna entregándole unas plantas. El joven se lo agradeció y levantó a Tommy, que lloraba, para darle un besito.
- No nos olvides – le dijo el pequeño. Ian sonrió y lo dejó con su madre – te voy a extrañar mucho Ian.
- No los voy a olvidar y también los voy a extrañar – les dijo. Salió y se acercó a la bestia, que lo esperaba junto a la máquina, para darle un fuerte abrazo – voy a regresar. Lo sabes ¿no?.
- Lo se – le dijo lamiendo su mejilla – te voy a estar esperando.
- Gracias, por todo – le dijo dejando caer unas lágrimas. La bestia limpió su rostro y lo abrazó más fuerte – te prometo, juro que regresaré.
- Y yo estaré aquí, tómate el tiempo que necesites. Si quieres puedes escribirme con Aras, al parecer le gustan los viajes largos. – Ian sonrió y acarició al perro que estaba al lado de ellos. – Buen viaje.
- Regresaré – fue lo último que dijo antes de entrar a la máquina y partir al pueblo.

Adam miró la máquina hasta que la neblina la cubrió por completo. Nadie habló y solitario se dirigió a la habitación de la rosa. Miró como el último pétalo se tambaleaba suavemente pero sin caer y suspiró. A él mismo no le quedaría más de o tal vez 3 meses si tenía suerte, y esperaba seguir con vida hasta que Ian regresara. Cerró los ojos y se apoyó en la baranda del balcón. Estaba seguro que Ian regresaría, de eso no había duda, el problema era si tendría el tiempo suficiente como para esperarlo.

Amaba a Ian, de eso también estaba seguro, pero todo sería suficiente para que el menor dejara todo de lado para estar con él. ¿Y si conocía a alguien en el pueblo? Pensamientos oscuros lo asaltaron, haciendo tambalear su fortaleza, pero los apartó. Confiaba en el pequeño, y lo esperaría hasta el final. Estaba decidido.

Ian, por su lado, apoyó la cara en el vidrió y vio como el castillo se perdía a lo lejos. Más lágrimas rodaron por sus mejillas pero se prometió ser fuerte. Cuidaría a su abuelo hasta lo que alcanzara y luego regresaría, porque su lugar estaba con la bestia. No había podido decirle que lo quería, que dentro de todo se estaba enamorando de él. Por eso volvería a sus brazos y sería lo primero que le diría cuando se vieran de nuevo. Suspiró y recordó su promesa de ser fuerte. Su abuelo lo necesitaba ahora y él estaría allí hasta el último minuto.



Disney Yaoi: La bella y la bestiaWhere stories live. Discover now