2

1.4K 157 24
                                    


El cansancio físico no era algo que entendiera, pero sufría intensamente el hecho de estar sucio toda la noche y tener que ser maltratado por, bueno... todos. Hacía un mes que estaba trabajando allí, tras rogarle a la albóndiga que tenía por jefe, que le pagaba una miseria. Agradeció no ser un humano; ellos tenían muchas más necesidades que cubrir con esa pequeña paga.

Se levantó, luego de un reparador día de sueño, y se puso su overol. No era la prenda que mejor le sentaba, lo hacía ver como una bolsa de papas de color azul. Por suerte, su rostro seguía siendo atractivo como ningún otro.

Sus familiares estaban ya muy despiertos, corriendo entre ellos en el gran parque.

—¡Niños, vengan! —gritó, pero las criaturas seguían revolcándose en la tierra—. Vengan a la una... —amenazó, a lo que todos se detuvieron y lo observaron—, vengan a las dos... —contó con sus dedos sobre su cabeza, pero los aludidos seguían mirándolo sin intención de moverse—, vengan a las dos y media... —extendió su conteo.

Los familiares se miraron entre ellos y Lorenzo, que llevaba el informe diario en la boca y estaba, por supuesto, desnudo, se irguió sobre los demás y lanzó un pequeño gruñido hacia ellos. Todos comenzaron a quitarse la ropa a mordiscos.

—¡No! ¡Lorenzo, basta! —lo señaló con el dedo acusador, logrando que todos comenzaran a correr en círculos—. De acuerdo, se quedaran afuera toda la noche —decidió, cerrando de un portazo la choza—. Les pasa por hacerse caso entre ellos, en lugar de a mí.

Caminó por las calles vacías de Italia. Era bonito que lo confundieran con uno de ellos, siempre había temido que lo atacarían con ajo, crucifijos y antorchas. Llegó a la fábrica, en donde parecía haber un revuelo. Se acercó a un hombre robusto, casi tan alto como él.

—Disculpe... —el aludido se volteó y pegó un salto hacia atrás, con una mano sobre el pecho.

—Por el amor de Jesús, creí que era un fantasma —Leo bufó—, ¿se encuentra usted bien?

—Perfectamente —contestó, tras rodar los ojos.

—¿Está usted seguro? —insistió, palpándole la frente y las mejillas—. ¡Está helado! ¿Lo acompaño a la enfermería? Un poco de azúcar y sal, y se le saldrá la palidez.

—Estoy bien —rió tenebrosamente, en su intento por ser casual—. ¿Qué está sucediendo, buen hombre? ¿Por qué tanto movimiento?

El aludido se alejó un paso y miró a su alrededor.

—Es que parece que el pintor desnudo ha atacado de nuevo, todos quieren salir a ver, se supone que anda cerca, pero el jefe no quiere dejarlos salir. En cualquier momento llamarán al sindicato —comenzó a reír con ganas.

Leo no le festejó el chiste.

—¿Dijo usted "pintor desnudo"? ¿De quién se trata? —la imagen de Lorenzo daba vueltas en su mente.

—Nadie lo sabe, siempre se escabulle en las sombras, luego de dejar una maravillosa obra de arte en alguna pared de Milán.

—Gracias —pronunció Leo, a lo que el hombre torció el gesto y volvió su atención al gentío.

Leonardo se deslizó hasta un callejón cercano, con la intención de convertirse en murciélago, cosa que no se le daba especialmente bien. Por lo general, el rostro siempre quedaba algo humanoide. Concentrándose, se abrazó el cuerpo e hizo fuerza para volverse pequeño y negro, y poder ir a buscar a Lorenzo. Sintió cómo su cuerpo se empequeñecía y la ropa quedaba hecha un bulto de tela en el suelo. Sobrevoló las calles cercanas, hasta dar con él. Tenía baldes de pintura, ¿de dónde los había sacado? Su rostro estaba empapado de negro y no se lo podía reconocer, por suerte. En cuanto sintió las voces humanas acercándose, salió corriendo en dirección a su casa. Leo se dirigió detrás de él, escuchando los comentarios de los mortales. "Es tan talentoso, que lástima que tenga una locura tan extrema". "Creo que es el hijo oculto de los Fabbreschi, ese que sufrió de pequeño un accidente".

Lord VampiroWhere stories live. Discover now