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El lugar parecía tener mucho trabajo, la gente iba y venía de un lado para otro con pilas de papeles, carpetas y más carpetas. Creía estar en el lugar correcto, ya que, según le habían explicado en la fábrica, sindicatos había muchísimos. No había sido fácil llegar ahí. En primer lugar, tenía muchísimo sueño, en segundo, más allá de que estuviera muy nublado el cielo, había tenido que taparse con un sobretodo negro, de pies a cabeza, ponerse guantes, una capelina y un barbijo. Nada de su sensible piel había quedado expuesta a la luz del sol, por más oculto que este hubiera estado. Todos los que se cruzaban con él lo miraban con extrañeza, cosa que no lo sorprendía. Lo avergonzaba admitir que la capelina azul no combinaba con todo el atuendo negro.

Esperó ser atendido por una de las recepcionistas, que lo envió a hablar con un representante de la entidad a un cubículo.

Leo había estado pensando en todas las dudas que tenía con respecto al funcionamiento del organismo. El hombre que le estaba respondiendo, parecía alegrarse por el extremo interés de Leo, cosa que lo animó a preguntar lo que más le interesaba.

—¿Cómo se puede activamente proteger a un grupo pequeño? ¿Cómo evitan que los demás los destrocen? —literalmente era lo que hacían con un vampiro, cuando este era descubierto.

—Exacto, compañero —le tomó la diestra enguantada y la sacudió con ambas manos—. Ojalá todos quisieran aprender tanto como tú, serás una gran adhesión. Seguiré de cerca tu progreso.

Leo no dijo nada y se limitó a asentir. Después de todo, a él le interesaba aprender. El empleado le pidió que fuera a verlo todos los días y lo llenó de papeles. Con la certeza de que no podría dormir en una semana, salió raudo, para descansar algunas horas, antes del trabajo.

Llegó a su casa y, pese a lo seductora que se veía la cama, se quitó todo lo que lo tapaba y, sintiéndose inspirado, tomó las hojas que Lorenzo utilizaba para sus informes matutinos y comenzó a hacer panfletos, basándose en los que le habían entregado en el sindicato.

Copió a mano un diseño sencillo unas cientos de veces. Un cuadrado con borde negro y un enorme "VAMPIROS" en la parte superior, seguido de "Los hijos de la noche se alzan". Le pareció que era bastante claro y conciso. Siendo que los humanos no estaban jamás seguros de su existencia, eso lo confirmaría y les dejaría en claro que no iban a dejarse pisotear. Leo sonreía de antemano, ante la perspectiva de su madre feliz gracias a él.

Durmió alrededor de una hora y media, antes de correr tarde al trabajo. En el camino, disfrutó su tipo preferido de fluido, puro y sin rebajar, que había conseguido con su propio sueldo. Revitalizado, entró con su pila de panfletos y comenzó a repartirlos. Sólo se sintió satisfecho cuando sus manos se encontraron vacías. Se acercó a su puesto, a la espera de la bocina que les indicaba el inicio de la jornada laboral, y ansioso por ver la reacción de sus compañeros.

Nadie parecía poder procesar la información, y él lo entendía. Seguramente, era muy complicado aceptar que un mito era real, de carne y hueso. En medio de la quietud —en relación al bochorno que siempre era la fábrica—, su amigo barbudo se acercó con los ojos enrojecidos y cristalinos. Leo logró ver el panfleto en su mano y volvió al rostro amable y lloroso. Enzo se limpió las lágrimas y lo abrazó.

—Tienes razón, amigo mío. Somos vampiros y no nos retribuyen ni con paga ni con respeto —añadió, palmeando su espalda.

Acto seguido, todos los trabajadores comenzaron a aplaudirlo, muchos con lágrimas en los ojos. Sin comprender demasiado, Leonardo inclinó la cabeza, en señal de agradecimiento y respeto. Ante el vitoreo, el jefe salió de su sucucho y agitó los regordetes brazos, uno con un puro y otro con unos cuantos papeles.

Lord VampiroWhere stories live. Discover now