Capítulo 12

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Christine se despertó por el olor de pan recién hecho que venía de la barroca mesita de noche que tenía a su lado. En una bandeja había manjares de todo tipo a elegir. No lo pensó dos veces antes de atacar. Satisfecha se durmió de nuevo con una sonrisa complacida en los labios. Tendría que agradecérselo a Sara, ella era la única que podía haberle traído la comida. A la mañana siguiente fue lo primero que hizo, pero ella no sabía nada del asunto. ¿Samuel? ¿Él haría una cosa así por ella? Lo dudaba. Dejó de hacer de detective y se puso a trabajar. Samuel ya había salido así que ella se dirigió a la lavandería. Ya se había acostumbrado a la poca luz que había en ese cuarto, el más alejado de la casa y que desprendía un olor a húmedo. El grupo de arpías ya tenía las garras afiladas para atacarla, pero ella ignoró las burlas. Le tocó lavar de nuevo las sábanas del muchacho. ¿Ese niño nadaba en estiércol? Una chica joven, la única que no seguía con las bromas crueles de las demás vio la expresión de su cara y se compadeció.

- Vienen así todos los días, trae que te ayude - le dijo mientras se ponía a fregar - por cierto, soy Wendy.

- Christine - se presentó - ¿De verdad vienen así cada día?

- Sí, ese niño no tiene disciplina. Mis hijos no entran con los zapatos sucios en casa nunca y menos en la cama.

- Pues habrá que dársela - dijo mientras salía en busca del hijo de Samuel.

- Suerte con ello - le contestó, aunque ya estaba demasiado lejos para oírlo.

Christine encontró al niño en la plaza donde lo había visto por primera vez, estaba jugando con otros niños, más mayores que él y a su lado parecía muy pequeño y un sentimiento de ternura se instaló en su corazón, pero eso no la detuvo, había hecho algo mal y ella tenía que enseñarle, en eso consiste educar ¿no? O eso le había enseñado su madre.

- Benjamín - lo llamó. Así era como le habían dicho que se llamaba porque de la boca de Samuel aún no había salido que tenía un hijo, aunque no hacía falta que se lo confirmara. Era un hecho. El niño se giró extrañado pues nadie le llamaba así - Ven aquí, por favor.

Ben se acercó hasta ella y se la quedó mirando, desafiándola con la mirada. Anda con el pequeñuelo pensó Christine.

- ¿Has visto cómo has dejado las sábanas esta mañana?

- Sí, revueltas - los amigos del niño se rieron a coro ante la broma del niño, pero ella la ignoró. No caería en su trampa.

- Y sucias, muy sucias y luego soy yo la que las tiene que lavar, no tú, así que te pido que no subas a la cama con los zapatos llenos de barro.

- ¿No es tu trabajo limpiarlas?

- Mi trabajo no es arreglar las caballerizas que parece ser que es donde duermes.

Los niños se rieron de su contestación y el muchacho, humillado, se marchó enfurruñado clamando venganza. Una venganza que no tardaría mucho en llegar. A la mañana siguiente cuando fue a trabajar lo que encontró la dejó petrificada, sobre las sábanas había una pila de estiércol, paja y barro, como si lo hubiesen echado en cubos. Ese niño quería guerra, pues la iba a tener. Ante la atenta mirada de las arpías que la miraban con guasa, retiró el mayor bulto y lo limpió a desgana.

***

Samuel había estado trabajando de sol a sol en sus cañas de azúcar, tanto que ni siquiera se encontraba con Christine. Por las mañanas se levantaba y cuando bajaba a desayunar ya había salido y cuando volvía ya estaba acostada. Aún así no se la quitaba de sus pensamientos y eso lo frustraba demasiado. No recordaba la última vez que se había sentido de esa forma con una mujer.

Un mar revuelto (En Corrección)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant