Capítulo 3

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¿Qué se supone que debía hacer? ¿Quedarme ahí, como un tonto, y fingir que no había visto nada? ¿Pretender que todo estaba bien?

Por supuesto que eso era justamente lo que no haría. Si Sherlock estaba en peligro, yo estaría ahí para protegerlo. Era lo menos que podía hacer por él.

Me asomé por la ventana, y observé que mi amigo le hacía parada a un taxi. Bajé corriendo las escaleras lo más rápido que pude y salí. Un taxi pasó oportunamente. Inmediatamente le hice parada, y me subí.

-¡Siga a ese taxi!- exclamé, señalando hacia enfrente.

El taxista me miró por el retrovisor como si fuera algún lunático.

-¡Apresúrese, que no tengo todo el día!- grité

El taxista arrancó frunciendo el ceño, señal de su desconcierto.

Llegamos a Pall Mall, y Sherlock bajó del taxi frente al club Diógenes. Yo bajé en la esquina y lo seguí con la mirada a una distancia considerable para no levantar sospechas.

La acera se encontraba llena de nieve, y sentí un aire frío que me hizo estremecer. Mire a mí alrededor y recordé que el club Diógenes se ubicaba justo enfrente de la residencia de Mycroft. Entonces, aquello significaba que Sherlock iba a visitar a su hermano, pues él suele frecuentar ese Club.

Cuando Sherlock entró, aguarde unos minutos y corrí hacia aquel majestuoso edificio.

Hablé con el anciano que atendía en la recepción.

-Buenos días, señor, soy el doctor John H. Watson- me presenté- Vengo a buscar a mi compañero, Sherlock Holmes.

El anciano ya me conocía, pues ya había venido anteriormente a ese lugar con Sherlock. Sin embargo, se me quedo viendo atónito y la gente que se encontraba leyendo sentados en silencio alrededor de la gran sala hicieron lo mismo. Sentí sobre mí la carga de indignación que desprendían y sus miradas molestas.

El anciano simplemente señaló con su dedo índice un letrero que decía: "Estrictamente prohibido hablar o hacer bulla". Me sentí como un estúpido al haber olvidado aquel detalle tan importante, pero, como excusa, puedo decir que estaba pensando en otras cosas más alarmantes.

Después me indicó la ubicación de la habitación de Mycroft.

-Gracias.- dije involuntariamente después de recibir indicaciones. Al darme cuenta de mi terrible error, tragué saliva y me alejé apresurado sin mirar atrás.

Al llegar a la entrada, pude escuchar una fuerte riña entre Mycroft y Sherlock. Sherlock alzaba la voz irritado, pero Mycroft sonaba más tranquilo, aunque ciertamente molesto.

Pensé que quizás hablaban sobre el mensaje que Sherlock había recibido. Si Sherlock requería ayuda de Mycroft, entonces podía ser que una de mis sospechas de que el mensaje estaba relacionado con Moriarty era cierta. Recargué mi oído sobre la puerta para poder oír mejor.

Entonces me di cuenta de que estaba muy equivocado. Era cierto que hablaban sobre el mensaje, pero el tema principal no era Moriarty, sino yo.

-¿Cuál es el punto de enviarme estos fastidiosos mensajes?- preguntó Sherlock agresivamente.

-Oh, hermanito. Tú sabes muy bien cuál es el punto. Desde el primer día que conocí al doctor Watson, sabía que podría ser tu perdición.

- O mi salvación- Agregó Sherlock. Escuchar esas palabras de parte de Sherlock me sacó una sonrisa.

- Tu mismo has mencionado que el amor es una peligrosa desventaja. ¿Acaso necesito recordarte el caso de la señorita Adler? La manera en que terminaste con sus ilusiones fue brutal, y resultó tener las peores consecuencias para ella. Créeme, Sherlock, cuando te digo que no quieres que John te haga lo mismo.

-Tomaré el riesgo- respondió Sherlock firmemente.

-¿Recuerdas la última vez que tomaste el riesgo de preocuparte por alguien, cuando apenas eras un pequeño? ¿Recuerdas a Barbarroja? Porque yo sí, y sé cuánto daño te puede provocar perder a alguien a quien aprecias. Has intentado dejar de sentir emociones, pero no puedes evitarlo. No cuando se trata de John Watson.

-John, entra.- me ordenó Sherlock - Estaría mucho más cómodo si estuvieras aquí adentro, que en el pasillo recargándote en la puerta.

Abrí la puerta e ingresé en la habitación con amplios ventanales que le pertenecía a Mycroft.

Y ahí estaban, los hermanos Holmes, esperando que alguna palabra emanará de mi boca.

Pero no podía. Sentía un nudo en la garganta.

Estaba muy tenso, y muchos pensamientos pasaban por mi mente, sin permitirme comprender totalmente mi situación. Temblaba de pies a cabeza, y no era por el frío.

El secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora