Capítulo 16

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—Estás rara.

—¿Rara? —pregunté, entreabriendo los ojos.

Dejé que los rayos de sol empaparan mi cara. Tanto tiempo dentro del castillo me había convertido en prácticamente un vampiro. Necesitaba aire. Y sol. Y verde. ¿Qué mejor que los enormes castillos?

Kalen me miró, arqueando una ceja.

—Sabes a qué me refiero. ¿Qué es lo que te preocupa?

—¿A parte de lo obvio? —pregunté.

—A parte de lo obvio.

Me senté en el pasto, sacudiéndome el vestido, y suspiré.

—El rey Sivan. Hay algo en él que no encaja—a continuación, le conté todo lo que había visto. De cómo se había retirado la daga que le lancé sin siquiera desmayarse. Le hablé acerca de las Sombras y del episodio de la noche anterior—.... Y teniendo en cuenta que debió morir y no lo hizo, (por fortuna) sospecho que está sucediendo algo extraño. ¿No viste como reaccionó cuando le conté mis visiones sobre los hijos de Sadoc?

—Sí, yo también lo noté—comentó Kalen—. Espero que no sea hereditario.

Yo me reí, pero el chico parecía seguir pensando.

—¿Por qué no se lo preguntamos? —sugirió al fin. Volteé a verle.

—¿Es en serio?

—Creo que sería un buen momento para empezar con las charlas padre-hijo, ¿no te parece?

—No. No hay forma de que esto acabe bien.

Kalen guardó silencio, con la fija en algún punto del jardín. Finalmente, se rindió.

—Bien, hagamos una cosa. Si hasta mañana no resolvemos que es lo que trae el rey entre manos, hablaremos con él. Y se acabó el problema. ¿Trato hecho?

—Hecho.

—Ahora creo que deberíamos entrar—dijo, levantándose con esfuerzo y tendiéndome la mano—. Se estarán preguntando donde nos hemos metido.

El rey frunció el ceño mientras uno de sus capitanes le explicaba detalladamente el plan de defensa que implementarían en la Capital. Habló de tropas y números y estrategias de ataques, pero el monarca solo estaba escuchando a medias.

Sentado en la cama, sus pensamientos se desviaban hacia el avance del enemigo en su territorio, hacia su salud y hacia la reciente pérdida que había sufrido. Sintió que su rabia crecía a medida que la ineficacia del hechicero se ponía en evidencia. Había permitido que casi lo mataran; había dejado que el Oráculo escapara y no había sabido eliminar el veneno de su cuerpo.

—¿Majestad? ¿Qué debemos hacer?

El rey Ezran se obligó a pensar en la batalla.

—Que todos los soldados se reúnan aquí. Los pueblos ya no los necesitan. Esperaremos que las tropas del Este lleguen.

—Como usted desee, Majestad.

El hombre hizo una reverencia, y cuando estaba a punto de retirarse, el monarca lo detuvo.

—Una cosa más. Dile a Nathaniel que quiero verlo.

El capitán se estremeció. Ezran pudo observar como en sus ojos batallaban el miedo que le tenía al hechicero contra la orden del monarca. Finalmente, con lentitud, asintió. Por su bien.

Los Reinos de Aden II: Promesa #WSAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora