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Agosto 1942, Leningrado

Camila

Todas las historias tienen un comienzo.

Supongo que el comienzo de la mía fue cuando él entró por aquella puerta como un alma en pena que no deseaba atacar a nada ni a nadie pero aún así fue capaz de cambiarlo todo.

Muchas personas dicen que cuando tu vida va a cambiar lo puedes sentir en el aire.
Dicen que no siempre es una sensación tan perceptible, pero siempre está presente como si se tratara de una sombra que te acecha hasta que llegue el momento indicado donde dejar de ser una sombra y se convierte en los tenues rayos de esperanza que suelen presentarse en las miles oportunidades humanas que el destino suele reservarnos.

Sin embargo, cuando él apareció en mi vida, no pude darme cuenta de esa sensación hasta que se fue.

Para mí solo era el último cliente de aquella noche fría de verano que nada de especial tenía, ni siquiera hubiera sido capaz de recordarlo sino hubiera sido por esa extraña sensación que dejó impregnada en lo más profundo de mi ser en el momento en que decidió irse.

Nunca pensé que aquel chico de grandes ojos azules y mirada perdida sería quien cambiaría todo para siempre.

Él no tenía una belleza que sería recordada por días como lo fue mi cliente anterior. Un alemán de cabellos rubios y de ojos grises que te cautivaban tanto que no podías dejar de mirarlos, para complementar la belleza innata de aquel chico que parecía un ángel caído del cielo, él olor a tabaco y chocolate que llevaba en su piel como si fuera parte de él, era un olor tan agradable y único que despistó todos mis sentidos de los quince minutos más dolorosos de toda la noche.

Ese alemán dejó su huella en mí.

No solo recordaría su belleza sino también como había dejado la marca de sus fuertes manos sobre mis muñecas después de llevarlo al himmel, que creo que significa cielo en alemán.

Cuando "él" entró a la habitación yo aún estaba tratando de recomponerme de aquellos quince minutos sin tener que llorar.

Llevaba bastante tiempo en este trabajo y aunque ya no tenía la esperanza de que algún día me iría, aún habían días en que me sentía sucia y no podía dejar de llorar por el dolor que sentía después de estar aproximadamente con 20 hombres todos los días.

Pero como siempre decía Ally, más fuerte que ese dolor es morir de hambre ó no tener nada con que calentarse en las noches frías de inviernos.

Y tenía razón.

Él me miraba sin decir ni una palabra desde el marco de la puerta, yo no noté su presencia hasta que pude levantarme sin pensar en lo devastada que me sentía en aquel momento y con una mirada simple y más bien sumisa me levanté de aquella cama para ir a ponerme la ropa que había sido arrancada hace unos minutos, él se dio vuelta al darse cuenta que estaba desnuda y solo la sábana había ocultado la desnudez de mi cuerpo.

Yo sonreí ante ello, me pareció tierno de su parte.

Ningún hombre que conocía se hubiera dado vuelta.

¿Primera vez? — pregunté mientras trataba de arreglarme las pantimedias que hace menos de cinco minutos estaban en el piso frío de aquella habitación. El chico se tomó unos segundos antes de que su voz grave quedara en cada rincón de los escasos metros que presentaban las cuatro paredes que nos rodeaban, aún no veía su rostro con atención, pero por su porte y por su reacción, suponía que era un adolescente que tenía suficiente dinero como para vivir su primera experiencia.

De la guerra, el odio y otros amores (Libro 1 de amores y otras aberraciones)Where stories live. Discover now