Capítulo XXVI Elegir es Renunciar. Parte III

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Se quedó en silencio y no correspondió a mi abrazo, lo solté para saber por qué. A la luz de los quinqués pude notar sus ojos muy abiertos y una expresión que me hizo sonreír.

—No te sorprendas tanto, nadie en su sano juicio te dejaría, mi querido Maurice. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Volví a abrazarlo y entonces sí reaccionó. Me sujetó con fuerza, temblando de emoción.

—Creí que ibas a irte... —dijo con la voz entrecortada—. Tenía tanto miedo... dijiste que te hacía daño y...

—Olvida lo que dije, he sido un imbécil. Perdóname...

—¡Oh, Vassili, cállate y bésame!

Obedecí en el acto. Otra vez nuestros besos se volvieron interminables, impetuosos, demandantes... tuvimos que recostarnos contra la puerta para no perder el equilibrio.

—Cierra bien —ordenó—. Agnes pasea por el corredor por las noches, no quiero que nos descubra. Esta noche voy a hacer el amor contigo aunque tenga que obligarte.

—¡No tengo nada contra eso! —respondí riendo.

Lo levanté y eché su cuerpo sobre mi hombro, pasé la llave y fui hasta la cama. Podía escucharlo reírse mientras protestaba por semejante trato.

Al dejarlo sobre el colchón abrió los brazos invitándome, me recosté sobre él. Los dos estuvimos mirándonos en silencio por un momento, diciendo sin palabras toda nuestra historia y lo que anhelábamos para el mañana. Estaba más hermoso que nunca.

—Te amo —dijo llenándolo todo de luz—. También quiero pasar el resto de mi vida contigo.

—¿Aunque soy un miserable?

—¿Quién no lo es?

—De verdad puedes perdonarme todo lo que he hecho? Yo... yo incluso dormí con tus...

—¡Basta! —se apresuró a decir colocando sus dedos en mis labios—. No necesitas confesar tus pecados una y otra vez. Te perdoné en el mismo momento en que rompiste mi corazón. Me marché porque lo que proponías era una locura y nunca íbamos a ser felices.

—Lo sé. No volveré a pedirte algo así jamás. En cuanto a lo que preguntaste ese día, ya tengo una respuesta —me senté en la cama, él hizo lo mismo. Quedamos frente a frente.

—¿Qué cosa?

—Preguntaste qué eras para mí. Escucha bien: eres mi vida. Tú no solo llenas de sentido mi existencia, también la haces posible. Sin ti yo simplemente no existo.

Volvió a mostrarse sorprendido. Me felicité por dejarlo sin palabras dos veces en una noche. Nos fundimos en un beso que fue haciéndose más intenso a cada instante y nuestros cuerpos exigieron ser uno por completo. Se quitó la camisa y me ayudó a liberarme de la mía, no fui capaz de deshacer la corbata.

En el momento en que intentó quitarme uno de los guantes, me paralicé.

—Espera... no lo hagas. Mis manos son horrendas.

—Vassili, no es así. Están mucho mejor ahora.

—¡No quiero tocarte con ellas!

—¡Ya tuve suficiente! —rugió. Me empujó para que cayera de espaldas en la cama—. Escúchame, ya no hay remedio, tus manos están deformes, pero al menos no duelen tanto y pronto podrás usarlas como antes. Quiero que me toques con ellas y que hagamos el amor como antes...

Retiró el guante de mi mano derecha y me obligó a colocarla sobre su mejilla. Cerré los ojos horrorizado del contraste entre mi piel quemada y la lozanía de la suya, era la imagen de nuestra relación, lo infame atreviéndose a tocar lo sagrado...

Engendrando el Amanecer IWhere stories live. Discover now