Antes del Infierno IV

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Miguel quiso hablar con Raffaele, pero este se escabulló. También lo evadió durante el baile. Lo siguió con la mirada mientras recorría majestuoso el salón, como si aquella fiesta fuera en su honor. Al verlo bailar con la más hermosa de las damas allí reunidas, sintió deseos de golpearlo, pero se contuvo y decidió disfrutar de la velada.

No pudo hacer mucho. Mientras bailaba con algunas de aquellas nobles y exquisitas mujeres, se sintió frustrado y en cuanto tuvo oportunidad, escapó del salón y buscó refugio en otra estancia que encontró vacía. Mirando las estrellas por la ventana, se imaginó vestido como una de aquellas damas y siendo cortejado por apuestos caballeros, entre los que Raffaele destacaba por encima de todos.

—Soy patético —murmuró.

¿Cuántas veces había preguntado al cielo por qué se sentía así y no había obtenido respuesta? Aquella noche no tenía fuerzas para pensar en su situación. Las ganas de llorar lo asaltaron, pero ni siquiera era libre de expresar su dolor. Tenía que volver con los demás antes de que su padre lo echara de menos.

Al salir al corredor, encontró a Raffaele, parecía estar buscando algo. El corazón le dio un vuelco y no supo qué hacer, retrocedió y se encerró para evitar que lo viera. No pasó un minuto cuando oyó que tocaban a la puerta, su primo lo había descubierto.

—¿Qué haces aquí? Te estaba buscando.

—Salí a tomar aire. ¿Mi padre te envió?

—No. Me preocupé cuando no te vi en el baile. ¿Te sientes bien?

Le tocó la frente para comprobar que no estuviera enfermo, fue un ademán instintivo. Miguel se estremeció por aquel contacto, ¿Qué le estaba pasando?

—Estoy bien —respondió—. Es que los bailes me aburren.

—Antes te gustaba bailar.

—Eso fue hace mucho, cuando éramos niños y todo parecía sencillo.

—Volvamos a esa época entonces.

Raffaele abrió la ventana y el sonido de la música se acrecentó. Luego hizo una reverencia ante Miguel invitándolo a bailar. El joven español titubeó un instante y extendió su mano lentamente; sintió cómo su primo lo sujetaba con fuerza y lo atraía hacia él.

Lo que siguió, fue un sueño. Por unos minutos, se convirtió en lo que siempre quiso ser. La sonrisa renació en sus labios al sentirse cobijado por los fuertes brazos y la mirada llena de cariño de su primo. Deseó que el tiempo se detuviera para siempre.

Estuvieron bailando una pieza tras otra, hasta que la música se extinguió y escucharon a los demás nobles retirarse a sus habitaciones. Raffaele besó agradecido la mano de Miguel para despedirse, este esperó que se incorporara, se puso de puntillas y depositó en sus labios un rápido beso. Después sonrió como un niño travieso y se marchó corriendo.

El mundo giró sin parar para Raffaele. Se dio cuenta de que por más que lo intentara, la relación con su primo iba a cambiar. Se había arrepentido de su comportamiento de esa tarde, no quería arruinar su amistad, recordaba las advertencias del padre Petisco sobre reprimir sus deseos oscuros y no volver a tocar a sus primos. Aquellos juegos que Maurice quería olvidar y que Miguel nunca mencionaba, eran un pecado que no debía volver a cometer.

Pero no pudo resistirse a buscarlo durante el baile y al adivinar lo que sufría, quiso animarlo. Ahora su primo echaba por tierra sus buenos propósitos, con un beso, ¿Qué hacer? Una amplia sonrisa apareció en su rostro, ¿desde cuándo se pensaba tanto las cosas? Miguel lo estaba esperando en su habitación, de eso no tenía duda.

Efectivamente, así era. Miguel lo esperaba sin querer hacerlo, convencido de que estaba mal esperarlo, que era mejor si no llegaba y a la vez, que moriría si no lo veía entrar. Caminó de un lado a otro, luego colocó una silla frente a la puerta y se acurrucó en ella abrazando sus rodillas. Al verlo aparecer, unos minutos después, se puso de pie y ya no pudo moverse.

Engendrando el Amanecer IWhere stories live. Discover now