CAPITULO 21

263 25 4
                                    

Aquel monótono canto japonés, el Número myoho renge kyo, seguía vibrando en los oídos de las tres muchachas cuando apretaron el paso para no perder de vista a Nicolás.
Porque se trataba de el, de eso no cabía duda, pero ¿con quién? No era Debby, por supuesto.

Está caminaba con una gracia felina y vestía un pantalón negro, de cuero, que revelaba formas de mujer, no la figura deforme e infantil de Debby. Además no tenía el pelo tan largo como ella; le llegaba al hombro.

-Es su amante- sentenció Lauren, en voz baja.

-¿Tú crees?- preguntó Camila.

-¿Qué otra cosa?

-Podría ser su hija- intervino Normani.

-¿Hermana de Debby? No. Ella nunca ha hablado de tener hermanos. Es su amante, les digo. Si no, ¿por qué la ve de noche, a escondidas?

-Oye, mi mamá tiene un amante y no se esconde para verlo. Al contrario, ella quisiera...

-Tu mamá no es sacerdotisa.

Más y más preguntas tomaban forma en la mente de Camila.

-¿Debby estará enterada?

-Ya cállense, nos van a oír- las regaño Normani.

Las dos figuras caminaban con extraña agilidad, como sólo pueden hacerlo los habitantes genuinos de las sombras, quienes conocen todos sus rincones.

Así se alejaron de esas calles todavía céntricas, pasaron portales, luego el parque y siguieron por la avenida hacia el oriente; pasaron el teatro viejo y la terminal de los tranvías, a esa hora desierta, dieron vuelta dos veces más y finalmente se perdieron por un pasillo abierto entre dos edificios, donde no había más que escaleras oxidadas y depósitos de basura. Al fondo, ésa trampa se abría a una plazuela un poco más iluminada que el resto de las. En uno de sus extremos, una iglesia luchaba por mantenerse en pie, con los vidrios de sus ventanas rotos y los barrotes torcidos.

Ahí, por fin, se detuvieron las sombras. La mujer saltó la reja con extraordinaria agilidad, con todo y la mochila que llevaba a la espalda, y le abrió a Nicolás la herrumbrosa puerta.

Al otro lado del templo, una calle ya sin luz, sin pavimento, se prolongaba en línea recta como buscando el final de la oscuridad. Por ahí se bajaba el río. Lo único que se oía era el apagado canturreo de un par de borrachines.

-Qué raro- comentó Normani.

¿Qué?

-Que vivan en una iglesia.

-¿Por qué raro?- preguntó Camila -Nicolás es sacerdote.

-Exactamente: los sacerdotes no viven en la iglesia. Y menos en una iglesia abandonada. Les dan casa.

-No viven ahí- intervino Lauren -. Si son amantes, ni siquiera han de vivir juntos. Vienen aquí a tener relaciones.

-Bueno- bostezo Normani -, en caso de que tengas razón, ¿qué hacemos? No los vamos a esperar a que terminen, ¿verdad?

-Podrían estarse toda la noche- la apoyo Camila.

Lauren se quedó pensando. Ciertamente, no tenía mucho caso seguir ahí. ¿Para qué? ¿Qué les importaba la vida sexual de Nicolás? Ya él sabría si estaba caminando hacia el infierno, como en su póster. Pero en eso Normani notó algo que no habían visto: un coche viejo, de un color oscuro difícil de definir en esa luz, se hallaba otro estacionado a unos metros de ellos. Tenía en la portezuela un letrero: "Congregación Bethlemita El Buen Pastor"

SÍNDROME DE MEURSAULT (camren)Where stories live. Discover now