CAPÍTULO 22

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No sabía Lauren que unas horas después de ese encuentro con su madre, un auto llegase a estacionarse a pocos metros de su casa ni que desde ahí un par de policías a quienes ella nunca había visto estarían vigilando la puerta, esperando verla salir. No sabía que no le darían oportunidad ni de echarse a correr ni de volver a meterse a la casa para luego salir por la puerta principal, como era su plan de contingencia. No sabía que se la iban a llevar. No sabía que la tendrían seis horas encerrada en una celda donde solo había un par de sillas y un excusado.

Ciertamente, la ingresaron a las diez cuarenta y cinco de la mañana; casi a las cinco de la tarde oyó que alguien manipulaba su racimo de llaves al otro lado de la puerta de su celda.

Luego escucho que abrían:

- ¿Ya hiciste cargo de conciencia, mamacita?

Era Simón Cowell, solo. Al principio no lo reconoció, ya no tenia su bigote de morsa. Traía una lata de Coca-cola en una mano y una de Fanta en la otra. Se sentó en la silla que quedaba libre.

Lauren lo miró a la cara, pero no le contesto.

-¿Cuál quieres?- Cowell le dio a escoger entre las dos latas.

Ella tomo la fanta

-Tiene más azúcar que la coca, ¿sabias?

El comandante la barrio de arriba abajo mientras ella bebía con avidez. Le habían quitado su chamarra y su mochila y todo lo que llevaba en los bolsillos. También los zapatos. Estaba sentada en esa silla solo con sus jeans y una camiseta anaranjada con desteñidas letras verdes que decían: "Escuela De Yoga". Un hilo de refresco escurrió por las comisuras de sus labios, con un efecto de inequívoca sensualidad que incomodo al policía.

-¿Qué es eso?- le pregunto de repente - A ver.

Lauren entendió a que se refería y le mostro sus antebrazos.

-¿Quién te hizo esas quemadas?

- Yo sola

-¿Por qué?

- Nada más

-"Nada más" - la remedó el comandante-. No me gustan tus respuestas, mamacita. Vas a tener que cambiar de estilo porque pienso hacerte muchas preguntas- se le quedo mirando en espera de alguna reacción a esas palabras.

Pero no la hubo.

- Vamos a platicar a mi oficina. Aquí apesta.

Era verdad: la celda olía a excusado, a mugre humana, a sudor: ese sudor frio que secretan las personas normales cuando tienen miedo.

Salieron a un pasillo largo, mal iluminado, como de hotel. Solo que aquí las habitaciones tenían una ventanita en la puerta. Al final había una escalera que subía a la recepción. Simón miro los pechos de Lauren y se dio cuenta de que tenía frio.

- ¿Traías chamarra?

Ella asintió con la cabeza.

El se dirigió a un escritorio y le ordeno a la mujer policía que estaba ahí:

- Que le devuelvan a esta niña sus zapatos y su chamarra.

- Enseguida, comandante.

No tardaron en llevarle las cosas.

Luego Simón la condujo a un elevador. Subieron tres pisos y entonces se encontraron en un pasillo alfombrado, con oficinas de paredes de vidrio a ambos lados; en casi todas había alguien que parecía estar trabajando. Lauren reconoció en una de ellas a la policía tetona. ¿Cómo se llamaba? Meli?. No, Demi. Sí, eso era.

SÍNDROME DE MEURSAULT (camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora