Capítulo 3: El Gran Resurgir.

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Capítulo 3: El Gran Resurgir.

Aquella tarde parecía sacada de un libro de terror. Las nubes se arremolinaban en el cielo y el viento azotaba con fuerza las copas de los árboles. Los finos rayos de sol del atardecer eran incapaces de atravesar el espeso follaje, de forma que el bosque quedaba sumido en una oscuridad casi total, reprimida tan solo por algún que otro tímido rayo que, parpadeante, inundaba el ambiente. No se escuchaba el canto de los pájaros, ni tampoco el sonido de los animales. Sólo podía oírse el enérgico ruido del agitar de las hojas, golpeadas una y otra vez por las continuas e incesantes sacudidas que el viento les asestaba.

Era un bosque denso y frondoso en el que la penumbra se fundía con la espesura en una sombría y oscura composición. El terreno estaba cubierto de grandes rocas que, junto a la fina niebla que dificultaba aún más la visión, entorpecían la marcha de un numeroso y enigmático grupo de personas, dirigido por una bella y joven mujer de lindos cabellos dorados como el oro y largos, pero muy recogidos, y de unos enormes y penetrantes ojos de color esmeralda. Ella era la única que, a diferencia de sus compañeros, no llevaba una toga negra con sombrero a las espaldas, sino un largo vestido que parecía estar hecho a base de brillantes y negras escamas. El vestido presentaba unos cuellos puntiagudos y alargados, similares a los que llevarían los vampiros, dándole a la mujer un bello aspecto aterrador. Además ella era la única persona a la que se le podía ver el rostro, ya que todos los demás lo tenían cubierto con una máscara constituida de un espeso humo negro que imposibilitaba su reconocimiento.

Avanzaban juntos como si de un ejército se tratase: sus pasos se oían al unísono y no había persona que pronunciara palabra. Siguieron con su dificultosa caminata durante un largo rato. Aunque en el entorno predominase un insólito ambiente nocturno, todavía faltaba un poco para el ocaso.  

Una persona se acercó con paso ligero a la líder.

—Señora, ¿queda mucho camino por delante? —preguntó con inseguridad un hombre algo mayor. La mujer ignoró su pregunta—. Hay algunos que se quejan, señora —añadió el hombre aprisa.

—¿Cumpliste con tus cometidos? —preguntó ella con firmeza.

—Así es, señora —respondió.

—Pues entonces no debes preocuparte por cuestiones que no sean de tu incumbencia —respondió tajante—. Y dile a esos inútiles —añadió con una entonación mucho más fuerte para que todos pudieran oírla, pero sin dirigirse a nadie en específico ni dirigir la vista atrás— que dejen de gimotear. ¡O seré yo misma quien se encargará para siempre de que no puedan volver a decir una palabra!

—Por supuesto, mi señora —respondió con tono temeroso.

El hombre se retiró haciendo una leve reverencia que su superior ni siquiera apreció y se unió a la fila que andaba tras la líder. Todos prosiguieron su camino por el frondoso y oscuro bosque con una repentina sensación de congoja.

Después de haber andado durante casi una hora más, llegaron a un enorme claro rodeado por árboles altos como torres. Ahí el viento parecía fluir con aún más vigor y algunas hojas, arrancadas y marchitas, revoloteaban de un lado para otro. Esto provocaba un tenue crujir que, mezclado con los tormentosos bufidos, daba al lugar una atmósfera tétrica. El terreno estaba totalmente cubierto por finas hierbas, como si una enorme alfombra cetrina cubriese el suelo del claro en su totalidad. Aunque ya estaban al descubierto, el ambiente sombrío no había cambiado. La noche estaba a punto de caer y ese rumor turbulento causado por la fuerte corriente de aire que dominaba el entorno aún se percibía de fondo como un bramido fantasmal. A lo lejos podían escucharse los aullidos de algunos animales, que se preparaban para cazar en cuanto terminase de caer la noche y pudieran salir a la luz de la luna.

Los Ocultos: El Grimorio de ChronosOnde histórias criam vida. Descubra agora