Capítulo 11: La Cueva.

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Capítulo 11: La Cueva.

Evan estaba en un profundo lago de aguas negras y fangosas. Intentaba nadar, pero grandes ojos amarillentos emergían a la superficie y le miraban con atención, se acercaban a él y le oprimían los pulmones. El chico se vio envuelto en una viscosa masa de lodo que le arrastraba hacia el fondo del lago. Él se resistía con todas sus fuerzas, pero no pudo hacer nada ante la incansable insistencia de las criaturas. Empezaba a notar cómo, en una terrible agonía, sus pulmones se llenaban agua lentamente.

De repente apareció en un bosque en llamas. Evan corría en todas direcciones en busca de una salida que no era capaz de encontrar. Grandes llamas le rodeaban y desde las alturas caían troncos calcinados. La luz naranja del fuego inundaba todo el lugar en un cegador destello ígneo. El humo, cada vez más abundante y denso, reemplazaba al aire puro. Evan cayó al suelo: no podía respirar. Hacía un calor insufrible. No había escapatoria. Todo quedó impregnado del crepitante sonido del fuego que, impasible, le atrapó como a uno más de aquellos árboles carbonizados.

El chico atravesó una deslavazada sucesión de escenarios agonizantes hasta aparecer en una cueva, una cueva que le resultaba familiar. Se adentró de a poco en sus profundidades y se topó con un ambiente gélido que dificultaba la respiración. Al expirar, un vaho blanquecino se escapaba de entre sus labios. La humedad se le adhería al cabello y formaba pequeñas gotas de agua sobre los mechones que, mojados, se le pegaban a la cara. Sin previo aviso, brotó de la nada un intenso resplandor azulado que le impedía ver con claridad. Prácticamente cegado, continuó a paso lento con los ojos entrecerrados. A lo lejos, pudo distinguir una silueta femenina convertida en sombras debido a la intensa luz que brillaba detrás de ella. La mujer le hablaba, pero él era incapaz de distinguir sus palabras. Quería acercársele para poder oír lo que tuviera que decirle pero, por mucho que anduviese, no conseguía avanzar. Echó a correr, pero aquella figura se alejaba de él conforme él se aproximaba a ella. Entonces, el tiempo se ralentizó, lo que entorpeció aun más los agonizantes movimientos de Evan que, aunque intentaba avanzar lo más rápido posible, apenas conseguía moverse. Aún podía ver la enigmática figura femenina en frente de él. Una única frase retumbaba en la cabeza de Evan al despertar: "Nada está escrito".

—¿Guégona?

—Sí —le contestó Evan a Callidora—. Creo que es el nombre de la mujer que te he dicho.

—Es muy raro que los dos veamos la misma cueva. ¿Será la Cueva Coronada?

—Puede ser. Lo que está claro es que tiene alguna relación con el símbolo. ¡Ahora no encuentro la página! —Evan tenía el grimorio en las manos y lo hojeaba en busca de la imagen de la mujer y el símbolo que había visto la noche anterior.

—No pasa nada. ¡Ahora tengo incluso más ganas de llegar! —confesó Callidora, que deseaba poder descubrir algo acerca de sus extrañas habilidades.

Cuando Ambustus regresó, los chicos emprendieron de nuevo el camino. Nadie dijo una sola palabra en todo el trayecto. Callidora y Ambustus habían llegado de forma independiente al acuerdo de que, si Evan se enfadaba cuando discutían, ni si quiera iban a hablarse. De esta forma, entre eternos silencios, pasaba un día tras otro. El octavo día de viaje, las temperaturas bajaron al fin. Por este motivo, Ambustus le exigió un poco de premura al grupo, pues según Severo ya deberían haber encontrado la cueva.

A Evan le sorprendió que Callidora no hubiese hecho ningún comentario hiriente contra los continuos avasallamientos de Ambustus. El ambiente agresivo, casi bélico, que solía impregnar todas las conversaciones que los chicos mantenían se había reducido al más sepulcral de los silencios. El soplido del viento y el crujir de las ramas eran los únicos que conseguían romperlo. A Evan le frustraba que no pudieran encontrar un término medio, pues esa situación era, con diferencia, más incómoda que la anterior.

Los Ocultos: El Grimorio de ChronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora