XIII

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Lo único rescatable de que Brett la acompañara a su cita médica fue que, a la salida, tal vez intentando que ella olvidara su traumática experiencia con la ecografía, la había invitado a tomar algo con la excusa de tener temas serios de los que hablar. Jess lo ignoró casi todo el tiempo mientras él intentaba torturarla con pensamientos del futuro, pero había pedido un enorme helado de caramelo y, por lo menos mientras lo comía, se permitió dejar el sobreanálisis de sus problemas para más tarde.

Cuando Brett desistió de sus pretensiones caminaron uno junto al otro rumbo a la plaza en la que él había aparcado el auto, pero ninguno de los dos habló. El silencio continuó mientras él conducía los 20 minutos que duró el viaje; a Jess no le molestó, estaba acostumbrada a él en plan huraño todo el tiempo.

Unos minutos después, Brett detuvo el auto frente a su casa.

Jessica pensó en lo frecuente que se había hecho en aquellos días que Brett la llevara hasta su casa, tal vez debería andarse con cuidado porque su madre estaba invirtiendo todo su tiempo libre -que era bastante- en hacer suposiciones románticas sobre ellos. Obvio que eventualmente iba a contarle la verdad algún día, pero en el presente no se sentía preparada para ello y tampoco quería que se hiciera ideas erróneas.

Si su madre pensaba que estaba saliendo con Brett, cuando se enterara que solo se había quedado embarazada durante una noche en la que se excedió con los tragos, una noche en la que además Sandra debió haberla vigilado; y que el padre de su futuro nieto se casaría con otra, la reacción sería el doble de histeria y gritos.

Agradeció a Brett por haberla llevado a casa, también por haberla recogido y abrió la puerta del auto para salir, él la detuvo y cuando se giró estaba extendiéndole un sobre verde. Jessica lo reconoció al instante: era uno de los sobres donde estaban las imágenes de la ecografía. La doctora había tenido la amabilidad de entregarle dos copias, como si por alguna razón hubiera notado su renuencia a compartir con Brett más allá de lo que la vida los obligaba.

Terminó de salir del auto y metió el sobre doblado en su bolsillo trasero, llegar con un sobre del hospital en las manos era una invitación abierta para que el caos se desatara. Su madre estaba en la cocina por suerte. De haberse encontrado en el salón habría tenido más posibilidades de verla llegar en el auto de su jefe por tercera vez. Al menos debía agradecer eso.

—Jessy, linda. ¿Pasó algo? Te fuiste sin despedirte esta mañana.

Jessica había planeado una excusa para aquel día, pero al final la idea de ir soltando mentiras por la casa le causó tanta ansiedad que había preferido escurrirse sin ser vista cuando su padre y Jason se habían marchado y su madre estaba pendiente a otras cosas.

—Lo siento, tenía prisa —respondió ocultando su culpabilidad detrás del vaso de agua que sostenía en las manos.

Su madre esperó por unos segundos para ver si ahondaba en su respuesta, pero Jess simplemente la ignoró hasta que ella volvió a preguntar.

—¿Por qué?

—Debía acompañar a mi jefe a una reunión —La dirección de la mirada de su madre la hizo prevenir cuál sería su siguiente pregunta.

—No parece que hayas estado trabajando.

Jess no se molestó en desviar la mirada hacia su ropa.

—No era formal —replicó. Los nervios comenzaban a hacerla perder la paciencia.

—Bien.

Su madre se encogió de hombros y Jess tuvo que controlarse para no suspirar aliviada. Asintió y enfiló a su habitación. Tan pronto cerró la puerta tras ella, se lanzó sobre su cama y enterró el rostro en su almohada. Aquella situación se le estaba yendo de las manos y aunque sabía que aquello pasaría más temprano que tarde, llegado a ese momento estaba aterrorizada.

Las cosas apenas comenzaban, su primera consulta había sido espantosa y había sido noventa y cinco por ciento preguntas. No se imaginaba cuando tuviera que dar a luz o cuando le tocara hacerse cargo de un bebé del que ni siquiera estaba segura. Había sido la niñera de Sandra algunas veces, pero solo por pocas horas, podía dejar a las gemelas ver películas de terror y comer golosinas hasta la madrugada porque no eran sus hijas. ¡Jamás había cambiado un pañal!

Sus padres estarían decepcionados, tal vez la odiarían. Y detrás de todo aquello, de todas las preocupaciones que daban vueltas en su cabeza y le causaban nauseas, estaba Brett. Hasta cierto punto, él parecía más emocionado que ella respecto a todo aquello, había sido lindo verlo sonreír mientras veía la imagen en la pantalla y, ¿para qué mentir? Había sido lindo sentirlo rozar su mano, como si estuviera dejándole saber sin palabras que estaba allí, junto a ella, más que físicamente. Pero seguía estando a poco de casarse con Miranda. ¿Por qué se permitía emocionarse por algo que amenazaba con arruinarle la vida a ambos? ¿Y ella por qué dejaba que su sonrisa de unas horas atrás no saliera de su mente?

Como Jess no había asistido al trabajo el día anterior, el viernes tuvo que ponerse al día con las cosas pendientes. Brett no la había molestado ni un poco. De hecho, llamó a las diez de la mañana para decirle que no iría a trabajar. A ella solía gustarle cuando Brett no estaba allí para fastidiarla, pero ese día se sorprendió extrañándolo. El tiempo pasó lento y se aburrió como nunca, Sandra estaba muy ocupada organizando unas reuniones y ni siquiera había podido acompañarla a comer. Pero por lo menos pudo irse a casa temprano dado que Brett no estaba allí para ponerle trabajos de última hora.

Como se había vuelto una costumbre, pasó primero a comprarse un chocolate antes de marcharse. A lo largo de la semana había elaborado una rutina. Al salir del trabajo y luego de ir por su chocolate iba a su casa, se duchaba y luego iba hasta el parque que, aunque le quedaba un poco lejos, había comenzado a gustarle. Jess había ubicado una esquina iluminada y la había hecho suya en las últimas semanas.

Encendió la radio y condujo hasta su casa cabeceando al ritmo de la música. Tardó poco menos de una hora en llegar y cuando por fin aparcó, experimentó esa sensación que últimamente la acompañaba siempre que estaba en casa. Apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos, tal vez aquella solo era una señal de que era el momento de buscarse su lugar propio, un lugar donde al llegar solo la recibiera el silencio y donde no tuviera que encerrarse todo el día en una habitación para evitar la culpa de estar mintiéndole a todos.

Claro que eventualmente le contaría a su familia, pero tampoco podría quedarse allí viendo diariamente como les había fallado a todos.

Caminó con paso lento hasta la puerta, introdujo la llave en la cerradura y entró en el recibidor. Era raro que en su casa hubiera silencio a esas horas, así que fue a la sala a ver dónde estaban todos. Y allí los encontró. Su familia, papá, mamá y Jason estaban en el sofá, aparentemente esperando por ella.

Jess se detuvo e intentó descifrar qué estaba sucediendo. Se rindió diez segundos después.

—¿Qué pasa, murió alguien?

Su madre ignoró su pregunta y caminó hacia ella con el ceño fruncido. Eran raras las situaciones en las que su madre no estaba de un leve buen humor.

—Jessica, necesito que me digas que rayos es esto —inquirió levantando su mano, mostrándole un papel doblado.

Ella sabía muy bien lo que era ese papel, no necesitaba preguntar. Eran las imágenes de su ecografía.

 Eran las imágenes de su ecografía

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