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Hace unas semanas mi escuela lanzó una convocatoria para un concurso en tres categorías: poesía, cuento y ensayo.

Desde un inicio tenía planeado entrar con un cuento, pero por varias situaciones no pude terminarlo para la fecha final. Además uno de los requisitos era tres cuartillas como máximo; yo apenas iba iniciando el cuento y ya había escrito una hoja y media.

Decidí continuar con el relato por mi cuenta, y pensé en traerles un fragmento de él.

Todo comenzó con una ligera lluvia nocturna. Mas su padre conocía el misterio detrás del inquieto bosque, pues los animales habían huido buscando refugio a tempranas horas de la mañana.

Conforme oscureció, el viento se convirtió en vendaval y su rugido corrió cual jinete embrutecido entre los pinos. La tormenta había llegado.

Los rayos no tardaron en trazar su característico curso hasta la habitación de Arlette, seguido de terribles truenos que hicieron temblar la rústica casa de pies a cabeza. Su techo era el único hogar en varios kilómetros a la redonda, de modo que si el clima continuaba así... quedarían incomunicados.

Debía mantener la compostura como la hermana mayor que era, o por lo menos eso solía recordarle su madre. Pero cuando las ventanas explotaron a causa del viento, ni siquiera se detuvo a pensar en ello. A pesar de su corta edad, y por alguna razón desconocida, Arlette supo que no saldrían bien librados de esa noche.

A la mañana siguiente no se escuchaba ni un ruido fuera de casa. Aunque dentro de ella sí que había actividad; se trataba de su madre sacando el agua que se había colado en las últimas horas. Ese día se veía especialmente preocupada usando varias cubetas en la escena, con su holgado vestido hecho un nudo poco arriba de sus rodillas y el cabello envuelto en una pañoleta. Llevaba la misma mueca frustrada de cuando se le quemaba un pastel o el viento arrastraba la ropa.

Arlette se quedó congelada al pie de las escaleras contemplando la inundación del primer piso: la mesa de madera hinchada, al igual que las sillas. Por otro lado ventanas rotas... y no podían faltar los muebles fuera de lugar. Sí, era un desastre.

En ese instante sus dos hermanos menores se arremolinaron detrás de ella, aquellas respiraciones agitadas delataban la curiosidad que les causaba haber atravesado su primera tormenta con tan solo cinco años de edad. Mientras que para ella era su tercera tormenta en nueve cortos años.

—No bajen, niños —indicó su madre al tiempo que lanzaba el agua de la cubeta por la abertura de la puerta. Luego se llevó las manos a su cintura y resopló —. Ette, necesito tu ayuda.

La hija mayor del matrimonio se arremangó el camisón antes de acercarse. Mala suerte fue la suya al notar de reojo el verdor de un bosque ahora destrozado; su madre no pasó por alto la impresión de la niña y dijo:

—Lo sé, fue terrible —Un largo silencio procedió a sus desanimadas palabras —Anda, ve a echar un ojo.

Arlette le agradeció con una sonrisa y salió casi corriendo de la derruida casa. Una vez fuera tuvo que tomarse unos segundos para asimilar el estado del bosque, aquél que guardaba todas sus historias místicas y juegos sin fin. La buena noticia era que el clima marchaba de maravilla, incluso algunas aves canturreaban en las copas de los pinos que habían quedado en pie.
Pero fuera de ahí la naturaleza estaba pisoteada y machacada, como si un gigante hubiera bailado encima durante toda la noche. Ette dejó escapar una risilla de solo pensarlo.

Localizó a su padre tratando de apartar el tronco caído del camino que llevaba al pueblo más cercano. Era evidente por sus resoplidos y movimiento bruscos que no conseguía moverlo ni un centímetro, y por si fuera poco, el rededor de la casa estaba totalmente bloqueado por el mismo caso. Fue cuestión de segundos para que la niña cayera en la cuenta de la gravedad del asunto.

—¿Papá? —musitó al acercarse a él.

El ancho hombre se dio la vuelta de golpe; era tan alto que podría haber sido confundido con un pino más, sus pequeños ojos delataban suspicacia, y siendo cazador... debía tener un firme pulso. Llevaba una especie de hacha corta, la cual bajó de guardia en cuanto vio a su niña, luego se obligó a relajar su tenso gesto, y es que lo último que quería era preocupar al resto de la familia.

—Buenos días —saludó al tiempo que se hincaba frente a ella —Estamos atorados aquí... ¿cierto?

Su padre desvió la mirada al suelo y tragó saliva. No había esperado que lo notaran tan rápido... había pensado que podría encontrar un camino libre antes de que se percataran.

—Así es —decretó volviendo sus cansados ojos a Arlette.

La niña lanzó miradas a todas partes y luego esbozó una media sonrisa.

  —Saldremos de ésta, justo como la última vez.

—Esoespero. ¿Por qué no vas a explorar un poco? Ya sabes, evaluar daños y demás.Sólo ten cuidado.

El gran hombre se irguió cuan alto era antes dealejarse a un montículo de troncos que él mismo había quitado del camino. Demodo que Ette volvió a casa por su pequeña libreta y un lápiz mordisqueado; ahísolía anotar o dibujar datos clave del bosque. Tenía algunos bocetos de floresy el nombre que había asignado a cada integrante de una numerosa familia deconejos. Pero lo más importante de todo era su dibujo de la mágica manada devenados que habitaba en lo profundo del bosque.

La niña pasó de largo por donde se encontraba supadre y atravesó las coníferas caídas con cuidado. La nueva imagen le cortó larespiración; era demasiado el daño al bosque, ni siquiera las tormentasanteriores habían conseguido tanto a su paso. El ambiente que se respiraba eramuy silencioso para su gusto, cargado de una especie de tensión somnolienta,como si el propio bosque todavía no estuviera enterado de su fatal estado. Sellevó una mano a la boca cuando vio un diminuto conejo sin vida debajo de lasramas. A cada paso que daba entre el desastre apuntaba detalles que más tardecomentaría a su papá. Por varios minutos avanzó mirando tan sólo las gastadashojas de su libreta hasta que le pareció pisar algo distinto al suelo.

Arlette apartó la libreta de su campo de visióny retrocedió un paso. Fue entonces que una sofocadora sensación la recorrió dearriba abajo; era un venado lo que había pisado. Su inanimado cuerpo yacía conel cuello torcido en un ángulo desagradable y una rama le sobresalía de...

Se obligó a apartar la vista cuando sintió elnudo en la garganta, deshizo sus pasos a trompicones y cayó de espaldas porculpa de una raíz. Si emitió un grito o no, jamás se dio cuenta debido a laimpresión; se apoyó en sus temblorosos codos como pudo mientras el pecho lesubía y bajaba al ritmo de su acelerado corazón. Sin embargo (una vez máscalmada) regresó la mirada al venado.

Deslizó sus ojos por cada contorno del animal,desde los músculos de sus largas piernas a aquellos cuernos que reciéncomenzaban a crecer... y no lo harían más. La niña absorbió su nariz y reunióvalor para ponerse de pie. De pronto la escena más allá del venado le parecióincluso más aterradora.

Una corriente de aire heló el bosque entero. Lalibreta que llevaba consigo se le zafó de las manos al ver la escena completa.Uno, dos... cinco, siete venados en el mismo estado.

Se atrevió a avanzar con paso temeroso entre elcementerio de aquellas bellas criaturas. ¿Cómo una tormenta había causado tantodaño? ¿Había quedado algún venado vivo?
Y si era así, ¿por qué no habían huido desde elprincipio?

Un crujido entre el follaje la paralizó porcompleto. Observó su entorno buscando qué lo había causado, escudriñó lassombras de los pinos y echó un vistazo detrás de las rocas; no dio con nada.
El ruido se repitió a unos metros delante, detal forma que Ette se acercó procurando no pisar ni una rama. qdǦ

De Todo Un PocoWhere stories live. Discover now