2. Santa Cruz y sus demonios

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Santa Cruz era mucho más grande de lo que se había imaginado

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Santa Cruz era mucho más grande de lo que se había imaginado. Situado a las afueras de Villa Baroja, una ciudad próxima a Valladolid y conocida por el castillo del siglo XV que seguía manteniéndose en perfectas condiciones, el internado se conformaba de dos edificios de no más de veinte años a juzgar por su arquitectura y la construcción medieval que se levantaba imponente ante cualquiera. Y aunque Villa Baroja tenía varios edificios que conservaban la arquitectura románica—medieval, a cachos, claro, el principal foco de atención era el castillo.

Frente a la verja que delimitaba el perímetro, Verónica recordó las palabras que Nana le había dedicado en su apresurada despedida. Su primer día y llegaba tarde.

—No estés resentida, mi niña. Tus padres están haciendo lo correcto. Has de aprender lo que está bien y lo que no —le había dicho Nana con su armoniosa voz, arropando su cuerpo con sus arrugados y envejecidos brazos—. Los niños aprenden con castigos, no con premios.

—Por favor, Nana. Despídete de mis padres de mi parte. Diles que tendrán noticias de mí pronto, muy, pronto. Lo prometo.

Una nube se superpuso al sol y, en consecuencia, Verónica vio con más nitidez lo que se encontraba tras la verja. Una muchacha de su edad, seguramente, estaba mirándola con cierto nerviosismo. Era hermosa, pero muy tímida también. Lo supo nada más poner sus ojos en ella. El tembleque de sus piernas, el sonrojo de sus mofletes, la imposibilidad de mantener las manos quietas... Estaba más nerviosa que ella que ingresaba a Santa Cruz por primera vez. Un brillo peculiar sobresalía de su mirada azulada produciendo una sensación que quiso desechar en cuento fue consciente de ella. No era normal su belleza, ni tampoco la luz que desprendía. Debía de haber sido bendecida por los ángeles.

¿Por qué desprendes tanta bondad y humanidad? ¿Por qué?

La misteriosa joven sacada de un libro de ninfas, conocidas por ser mujeres muy hermosas, se lo pensó varias veces antes de finalmente acercándose a la verja.

—Debes de ser Verónica.

—Llego un poco tarde...

—Lo sé. —La chica sonrió—. Me llamo Holy, Holy Parmen. Desde hoy seré tu compañera de habitación. Espero que nos llevemos bien.

Holy la tendió la mano y Verónica la correspondió al gesto.

La señorita Parmen era tan alta como ella. Tenía el pelo rubio, con reflejos dorados, acompañado de un par de ojos azulados muy parecidos a los suyos. Ambas tenían el iris azul, pero la tonalidad variaba en cada una. No era morena, más bien pálida. Tenía curvas que a su criterio bien podrían ser la perdición de muchos chicos. Adri, su mejor amigo, caería enamorado con tan solo mirarla. Holy era su tipo. Y eso que había zonas de su cuerpo poco desarrolladas, como el pecho, manteniendo una figura envidiable en muchos aspectos.

Las reinas del Infierno (Saga Scarlet #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora