La sombra de la serpiente. Parte III

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La gutural entonación de un extraño canto se coló poco a poco a través del pesado manto de la inconsciencia que aún envolvía a Cyan. Un tanto atemorizada por el cavernoso sonido, la rubia abrió los ojos con extrema lentitud; sus párpados se sentían tiesos, pesados al grado que le costó varios segundos abrir apenas una rendija a través de la cual se coló la irregular luz de dos grandes calderos llenos de leña que ardía con fulgores amarillos, rojos y anaranjados.

Conforme la luz de la consciencia se abría paso a través de sus embotados sentidos, Cyan descubrió un cuadro tan espantoso que lo recordaría con aterradora claridad en los años por venir.

Frente a ella y prácticamente en el centro de un círculo de enormes piedras negras, perfectamente pulidas y alineadas, colocadas en forma de dólmenes (como los que Mastre Yazef llamaba Templos de los Ancestros), el extraño hombre que había aparecido entre los cuervos justo antes que Cyan perdiera la conciencia se erguía en toda su altura frente a una gran plancha de roca rojiza, sobre la cual yacía una delgada y pálida figura que a la chica le resultó vagamente familiar.

Con exasperante lentitud, un recuerdo se asomó a la mente de la joven, quien todavía tardó unos segundos en identificar aquella figura como la de la infanta IRizoç DHeuro, sobrina del MHagg OThouçç, dios viviente y gobernante del Principado de Houçç.

Y aun antes que la rubia guerrera notara el penetrante dolor en sus hombros que le indicaba que estaba atada con los brazos en cruz al frente de una de las enormes piedras, se dio cuenta, no sin algo de terror, que la infanta se encontraba totalmente desnuda. El hermoso cuerpo, blanco como el papel, lucía aún inmaculado, sin embargo, de pronto, y ante la alarma de Cyan, el alto individuo tomó un cuchillo que refulgió a la luz de las llamas a pesar de estar hecho de coral-obsidiana, la negra roca cristalina, gemela del coral-cuarzo, que crece en las mortales entrañas del pantano que los zndaorus conocen como Zwmp Rudvehn.

Cyan ni siquiera tuvo tiempo de gritar, rápido como el rayo, el brujo describió un fulgurante arco con el cuchillo y un espeso chorro de sangre se derramó sobre el blanco cuerpo de IRizoç, quien no pudo sino gritar de asco y miedo.

Por suerte (aunque Cyan aún no podía decidir si buena o mala) el hechicero no había apuntado al cuerpo de la joven, sino al cuello de una gran ave negra que había tenido atenazada en una de sus enormes manos y que, a pesar de haber estado viva, había estado tan quieta que Cyan ni siquiera la había notado.

Lo que sí notó, mientras mantenía un ojo sobre el brujo, quien comenzaba a trazar extraños símbolos sobre el cuerpo de la infanta usando la sangre como macabra tinta, fue un ligero movimiento a su derecha y cuando logró voltear, descubrió al capitán Bachiergnils colgado, igual que ella, de uno de los gigantescos rectángulos de piedra que, según las leyendas en Wunderlänt, habían sido erigidos por una raza de gigantes de un solo ojo justo después del amanecer de los tiempos.

Al igual que ella, el veterano de guerra había recuperado poco a poco la consciencia y al igual que ella, mudo de horror contemplaba el cuadro que tenía frente a él, incluso antes de buscar a la joven Kalaensendraa, quien, a la derecha del capitán, colgaba de la piedra aún viva, pero desmadejada como una muñeca rota.

De repente, el canto del brujo cambió su gutural entonación por una totalmente vocal, en la que el tono variaba dependiendo de la abertura de la boca del hechicero, quien, además, comenzó a caminar o bailar alrededor del altar al tiempo que en sus manos agitaba un par de extraños bultitos que, en un principio, ni Bachierg' ni Cyan consiguieron identificar.

No obstante, pronto lo hicieron, aunque desearían que no hubiese sido así; con renovado horror, ambos guerreros descubrieron que lo que se agitaba en las manos del brujo como macabros cascabeles salpicando sangre sobre el cuerpo de la infanta y colgando de rojizos cordones, no eran sino los ojos de Surtfamatheas. Hasta entonces, el soldado (o lo que quedaba de él) había estado parado muy quieto exactamente al otro lado del altar, oculto a la vista de Cyan y Bachierg' tanto por la alta figura del brujo como por el resplandor de las enormes fogatas que refulgían a los lados de la plancha de roca.

El antes orgulloso guerrero aún portaba la broncínea armadura prerrogativa de la Coenyywaechtr, sin embargo, las delgadas líneas púrpura de la infección, contagiada por el arreva-nant unas horas antes, habían invadido por completo las partes visibles de la piel de Surtf', de cuyos dedos aún escurrían macabros hilos de sangre, los cuales contaban una horrenda historia que, por la Furia de Morrigan, Cyan juró que vengaría.

Poseído por una ira similar, el capitán Bachierg' se revolvió frenético entre sus ataduras, sin conseguir otra cosa que lastimarse aún más los hombros y las muñecas. Cyan, en cambio, hizo hasta lo imposible por recuperar la serenidad y la sangre fría, al tiempo que hacía un recuento de su situación.

Aunque era casi imposible saber si lo había hecho solo o había contado con alguna clase de ayuda (mágica o de cualquier tipo), el hechicero los había colgado de las rocas con todo y armaduras, y aunque sus armas no estaban a la vista por ningún lado, la rubia guerrera aún contaba con un arsenal completo, si bien bastante más discreto, distribuido en la armadura de la Coenyywaechtr que PRinç XSarm le había dado al enviarla en aquella misión.

Asimismo, la rubia estaba segura de que tampoco Bachierg' ni Kalaens' estaban completamente desarmados y aunque la joven soldado no parecía, ni con mucho, en condiciones de combatir, era "reconfortante" saber que no estaba del todo indefensa.

Y mientras Cyan luchaba por alcanzar una esbelta navaja que había ocultado en el interior de una de sus muñequeras, el brujo había terminado su canto y parado de nueva cuenta entre el trío de soldados y el altar, elevó al cielo un salvaje grito que hizo a la chica respingar, con lo que casi pierde la delicada navaja que había conseguido sujetar apenas con la punta de los dedos.

Lo que siguió, no obstante, hizo que la joven guerrera se aferrara al artefacto como a la mano de Macha en el camino a La Encrucijada; frente a ella, el grito del brujo había transformado los oscuros símbolos en la piel de IRizoç en oscuros agujeros de los cuales comenzaron a surgir una especie de gusanos o serpientes que si bien no eran totalmente sólidos, si parecían lo bastante asquerosos como para que Cyan quisiera vomitar.

No obstante, la joven sabía que no debía dejarse vencer por el horror, si quería vivir y, de paso, salvar a la infanta, tenía que concentrarse en la difícil pero vital labor de cortar la tosca cuerda que sostenía su brazo derecho a la roca.

Poco a poco, las vaporosas y oscuras criaturas que surgían de los agujeros en la piel de la eelph comenzaron a elevarse y a unirse en lo alto, formando una sola y gran forma, mezcla entre un gusano y una serpiente, ante cuya visión el brujo comenzó a pronunciar, sin cesar, una sola palabra: "Ofiukoatl".

Una y otra, vez la boca de aquel hombre aterrador entonó la misma palabra hasta que adoptó un ritmo casi hipnótico que dominó la furia de Bachiergnils y por poco lograba que Cyan soltara la navaja, cuyo avance parecía insignificante en comparación con el grosor de la cuerda.

Por fin, después de lo que le pareció una eternidad, Cyan terminó de cortar la resistente ligadura e ignorando el dolor de las pequeñas pero profundas cortaduras en sus dedos y muñeca derechos, se estiro hasta sacar de su bota un largo y afilado estilete con el que de un sólo tajo liberó ambas piernas y luego el otro brazo, y aun antes que sus pies tocaran el suelo, de su nuca extrajo una de las veloces estrellas arrojadizas que los orūk llaman nahken y con ella consiguió un certero lanzamiento que cortó una de las cuerdas que retenían a Bachiergnils.

La chica ni siquiera esperó a ver si el capitán se unía a ella, simplemente de su otra bota extrajo una daga similar a la primera y se abalanzó sobre el hechicero.

Justo en ese momento, cuando Cyan alzó la vista para ubicar a su presa, algo más ocurrió, la oscura y serpenteante figura sobre ellos se precipitó sobre IRizoç, quien se sacudió en medio de un doloroso estertor al ser "engullida" por la serpiente y aunque no emitió un solo ruido, su boca se abrió desmesuradamente y sus ojos casi se salieron de sus órbitas, para luego comenzar a convulsionarse violentamente.

Cyan dominó el horror que invadía su mente y sin importarle tener que enfrentar al mismísimo "Dios Serpiente" que algunos habitantes de las Tierras Ásperas temían y adoraban en secreto, se precipitó daga en mano en un peligroso intento de salvar a su protegida y, sobre todo, vengar la "muerte", tortura y esclavitud del valiente Surtfamatheas.

De nueva cuenta, Cyan se balanceaba peligrosamente sobre la delgada línea que separaba al valiente del suicida, atada por dos juramentos y por su honor, virtud cada vez más escasa y, paradójicamente, menos valorada en la oscuridad que poco a poco engullía a Phantasya.

Phantasya. El camino de CyanWhere stories live. Discover now