Epílogo 2. El tercer artefacto

150 19 13
                                    


Llevaba ya casi una semana preguntándoselo: ¿por qué IRizoç no había curado su pierna? Es decir, él estaba consciente de que absolutamente ningún mago ni hechicero podía curar enfermedades naturales, pero las heridas y otros accidentes eran asunto prácticamente de todos los días e incluso cuando se trataba de los padecimientos más comunes, como resfriados o malestares estomacales, hasta un brujo de mediana alcurnia podía encontrar formas de darle la vuelta a las tres intrincadas normas que regían la magia en Phantasya.

Es más, aun en el caso de que su fractura no hubiera tenido un remedio directo por medio de la magia, ella podría haber lanzado una bendición que le permitiera usar la pierna sin agravar la herida o podría haberle cantado una oración que acelerara el tiempo alrededor de la fractura y disminuyera el periodo de convalecencia o podría haber grabado en sus vendas un par de runas que alejaran el daño y el dolor.

Pero no lo había hecho, en su lugar, la infanta IRizoç DHeuro, sobrina del MHagg OThouçç, había esgrimido un montón de elaborados pretextos que iban desde las "confluencias astrales" hasta las "energías" que emanaban de EttonyhTatze-rohp. Pura palabrería.

Y ahora, PRinç sabía realmente el porqué.

A su derecha, Bachiergnils yacía paralizado en un campo de éxtasis provocado por el canto de un par de nunjai mientras, unos 10 metros frente a PRinç, Kalaensendraa aún yacía convaleciente en su estera; todavía faltaba mucho para que la joven se recuperara de las heridas sufridas durante su batalla contra el shamán de Ofiukoatl, aunque tal vez aquella fuera otra de las mentiras IRizoç.

El cavaler a su izquierda elevó una bendición y su espada pareció difuminarse y de su filo se elevaron hilillos de algún tipo de vapor, pero de ningún modo era algo que PRinç no hubiera visto. En ese estado, se suponía que la espada (o cualquier arma) debía atravesar cualquier escudo o armadura, pero sin perder sus cualidades cortantes o contundentes al entrar en contacto con la carne.

No obstante, Lownefäng, la espada del príncipe, no era llamada "La Invencible" sólo porque sí. Ante la sorprendida mirada del cavaler, el arma de PRinç interceptó el tajo que buscaba su cuello y de inmediato contraatacó con una rápida estocada que atravesó la garganta del monje guerrero, quien cayó pesadamente al suelo, muerto.

En medio de la batalla, PRinç había conseguido cubrirse la espalda contra el único peñasco que había en los alrededores y con Bachierg' cubriendo su flanco derecho (incluso paralizado como estaba) a los cavaleri sólo les quedaban dos rutas, directo de frente (francamente un suicidio) o desde su izquierda, el lado contrario a su pierna fracturada y, por lo tanto, por el que tenía un poco más de estabilidad.

Uno más, un tanto más precavido que su compañero, tanteó la defensa del medio-elfo con un par de estocadas de su lanza, sin embargo, rápido como una serpiente, el príncipe desvió una de ellas y le lanzó una pequeña daga arrojadiza que, como por arte de magia, había aparecido entre sus dedos.

El proyectil no fue ni la mitad de certero de lo que PRinç hubiera querido, pero aun así cortó profundamente en el muslo izquierdo de su rival, quien tuvo que retirarse para no estorbar la embestida de otro de sus camaradas.

Las espadas de los cavaleri eran armas anchas, potentes y poderosas, pero en las manos de un soldado bien entrenado eran tan rápidas y letales como cualquier estoque; su gran desventaja, al menos en este caso, es que eran mucho más cortas que la gran claymore de PRinç, quien aprovechó su mayor alcance para simplemente lanzar un amplio tajo semicircular que arrojó a un lado el arma de su enemigo, quien todavía no alcanzaba a recuperarse del violento encontronazo cuando ya sintió el pesado bastón en la mano izquierda del príncipe estrellándose contra su costado.

Phantasya. El camino de CyanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora