Segunda parte: Elaida

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Elaida miraba con interés a las dos mujeres que le estaban prestando sus servicios en su residencia. Lo que ellas realizaban podía resultar surrealista para quienes no creían en lo paranormal, se mostrarían escépticos sin duda. Por suerte, no era una de esas personas.

Amelia, la hechicera con más experiencia, procuraba mantener la atmósfera caliente y Tirza, la hija de ésta, la asistía en los conjuros de atamiento prolongando la permanencia en este mundo.

Distinguió el refulgente hilo dorado que mantenía la unión; se hacía más delgado a medida que transcurrían las horas. Otra persona en su lugar tendría miedo, ella no. Había vivido una tortuosa vida a la sombra de Naún, nada podría ser peor que eso. Si todo salía según el plan, él estaría cerca de llegar. Por primera vez desde que estaban casados la presencia nefasta del coronel iba a ser de vital importancia.

Esbozó una sonrisa traslúcida de satisfacción. La anciana Amelia era quien le había dado su carta de libertad. De ella y de Saulo, que fue el que la contactó, para luego enviarla hasta su casa. Después de tantos años de sufrimientos y vejaciones por fin sería libre. ¡Ambos serían libres! Nadie la iba a apartar de su cometido, ni siquiera el todo poderoso coronel Naún Lamar. Su marido de conveniencia; un compañero que nunca quiso, pero que debió aceptar obligada por sus padres.

Faltaba poco tiempo. Esa noche se reuniría con su gran y único amor... para toda la eternidad.

—Señora, el tiempo pasa... —el rostro de Amelia era de preocupación—. ¿Está segura de que el coronel vendrá? No se cuánto tiempo más podré seguir manteniendo el enlace una vez han sido recogidos los pasos —la anciana retorció sus ajadas manos—. También debo recordarle que el mundo de los espíritus es inestable, algún espectro podría aprovecharse de la situación y forzar la abertura.

Elaida se acercó despacio. La anciana se estremeció ante su cercanía; Su trabajo era tratar con personas como ella, siempre por petición de otros. Era la primera vez que un posible errante se lo pedía en persona. Y aquello la intimidaba más; poco importaba que la mujer fuera de naturaleza noble.

—Tranquila, Amelia. Mi esposo llegará, estoy segura. El dinero siempre ha sido el motor de Naún y esa será su perdición. Además, con seguridad Omar se lo debió de informar. Tú solo búscanos tiempo. Todo el que puedas darnos.

La anciana asintió y volvió a sus tareas de nigromancia.

Elaida se acercó a una de las ventanas. Fijó su mirada azulada en la lejanía, tratando de divisar la figura del hombre que, hasta ese día, sería su marido. Ya falta poco Naún, reflexionó malévola. Tú tiempo se acerca.

Tras los pasos de Elai ©Where stories live. Discover now