Capítulo XI

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Vlad me miró de arriba hacia abajo, repasandome con lentitud mientras se acercaba a mí

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Vlad me miró de arriba hacia abajo, repasandome con lentitud mientras se acercaba a mí. Mi corazón latía como loco, y faltaban unas pocas pulsaciones desenfrenadas más para que me diera un infarto. ¡Maldita sea, estaba claro Lena!

Vlad Drăculea era un jodido vampiro; y ese jodido vampiro me había comprado.

Ahora le pertenecía de alguna forma, y por la manera en la que me miraba, algo retorcido en su cabeza le decía que así era.

Él llevó su palma derecha hasta mi rostro, y antes de tocar mi piel la alejó hasta mi cabello y lo dejó escurrir entre sus dedos.

—¿Tienes miedo, Valery?

Valery; el nombre falso que le di cuando nos conocimos. Se estaba burlando de mí el muy...

Con valor renovado, alcé la mirada para conectarla con la suya, y sus profundos ojos azules me intimidaron más que cualquier otros.

Un momento, ¿azules?

—Tus ojos... ¿por qué...?

Y mi pregunta nunca llegó a ser terminada. Una grave y rota voz resonó por encima de la mía, interrumpiéndome sin miramiento alguno.

¡Oh, mi señor, hacía tiempo que no tenía el placer de hablar con usted! —el intruso hizo una corta reverencia ante nosotros, y cuando alzó su rostro para observarnos, comprobé que él era el mismo anciano que me trajo a este lugar—. Permítame decirle que ha conseguido una magnífica pieza... ciertamente exquisita. Incluso yo, que ya me había aburrido de la sangre humana por la cantidad de sclave que he tenido, me he visto obligado a participar esta vez. Es una lástima no haber podido obtener a esta humana.

Sus tenebrosos ojos carmesí me apuntaron fijamente mientras me repasaban de arriba hacia abajo. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, y por instinto, aunque fuera una locura, me pegué más al cuerpo de Vlad. Él pareció notar el absurdo pánico que me daba ese hombre, por lo que sujetó mi brazo y me arrastró hasta ponerme a sus espaldas, cubierta por sus anchos músculos ocultos en la suave tela de su oscura camisa.

Hasta ese momento no me había fijado en cómo iba vestido, y en una situación como esta era lo de menos, pero no pude evitar darle un repaso al imponente hombre que me acababa de comprar como esclava. Vlad estaba metido dentro de una camisa de botones negra, cuyos bordes tapaban el inicio de su pantalón de tela beige. Sobre el respaldo de la silla en la que estaba sentado antes vi descansar una chaqueta de marca del mismo color crema, haciendo el conjunto.

Me sorprendí a mi misma al pensar en lo irremediablemente sexy que estaba e incluso me sentí culpable por pensar en algo así. ¡Maldita sea! Si tenía que ser comprada por alguno de estos seres, ¿por qué justamente Vlad Drăculea? Con otro en su lugar, la tarea de aborrecerlo hubiese sido pan comido; pero con él no sabía con exactitud cómo responderían mis hormonas y mi pobre corazón.

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