Capítulo 4.

79 5 0
                                    

—¡Damian! —Grito cuando entra con más fuerza, creo que me va a partir en dos y ni por eso quiero que se detenga.

—Joder. —Gruñe, cerrando sus ojos y mirando al techo.

Llevo los brazos hasta la pared que sostiene mi espalda intentando estabilizarme, pero no sirve de nada.

La realidad es que su potencia me tiene anonadada y muy hipnotizada, en el buen sentido.

Mi espalda sigue resbalando contra el sólido material con cada impulso de su parte, puede que la primera vez haya sido considerado pero, justo ahora está haciéndome gritar de placer hasta el punto que los dedos de mis pies se erizan. Siento una gota de sudor resbalar por mi frente hasta caer en mis pechos, y cuando sus labios se lanzan en esa dirección entiendo que también lo ha notado.

Afirmo el agarre de mis piernas en su cadera y lo apreso con ellas. Mis labios están sedientos de los suyos y se lo hago saber. Nuestras lenguas se funden en un vaivén muy parecido al de nuestras caderas, cosa que sólo vuelve más densa la neblina de excitación en la que estamos envueltos.

Damian muerde mi labio inferior y me taladra con ese azul tan intenso que siempre ha poseído.

Por un instante me pierdo en su mirada y así, sin despegar la vista del otro, nos corremos al unísono.

Me incorporo en mi cama, sumamente acalorada, ya no debo pensar en la noche anterior, no me traerá nada bueno. Después de la extraña mañana a la que nos tuvimos que enfrentar al admitir que dormimos juntos, me repetí un montón de veces que debía desechar dichos recuerdos, que nos hacía mal. Tanto a él como a mí.

Pero si soy sincera conmigo misma, olvidar como me entregue en tres ocasiones a mi mejor amigo y que en cada una de ellas me hizo tocar las estrellas, no es tan fácil.

Tres veces. Tuvimos relaciones tres veces. ¿Cómo es eso posible?

Muerdo mi labio cuando un latido en mi parte íntima me hace recordar porqué se repitió.

Porqué fue fantástico, me dice mi conciencia.

—Deja de pensar tonterías. —Me reclamo, incorporándome en mi cama de golpe pero quedándome en el sitio, la resaca no se ha ido del todo. Con ahora una lentitud digna de un premio me deshago de las sábanas y me siento en el borde. Estoy desnuda, el calor de hoy es insoportable, pero al contrario que la mañana, me encuentro sola. La conversación que tuve con él horas antes me ha dejado inquieta y un poco confundida.

Niego con mi cabeza, dispuesta a ocupar mi mente en algo menos estresante y extraño y me encamino a tomar una dicha fría, después de tales recuerdos me hace falta.

Al terminar miro mi teléfono para saber la hora, pasan de las 3:00 p.m.

Busco un poco de ropa cómoda para pasar la tarde de mi domingo y después bajo para ver televisión mientras como un poco de galletas, que bueno que ya hice mis compras, pues los domingos suelen ser terriblemente aburridos.

Ya abajo, cambio de canal para pasar el rato, y como cosa extraña, no lo consigo.

Ruedo mis ojos cuando me quedo en uno de los canales que más frecuento y donde transmiten comerciales actualmente.

El teléfono local comienza a sonar y doy un respingo, sorprendida. Llego hasta su ubicación y atiendo.

—¡Mel! —Gritan del otro lado.

Alejo el auricular de la oreja por temor a quedarme sorda y espero a que la alterada voz se calme, cuándo lo hace, hablo.

—Hola, Alex.

El DeslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora