Capítulo 31

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 Decidimos quedarnos junto a Addie lo que restó del viernes. No sé cuánto tiempo estuvo llorando, pero a mi me parecieron horas hasta que se quedó dormida entre medio de Eppy y yo. Hice un gran esfuerzo por no llorar con ella, me costó una barbaridad y estoy orgullosa de mi. No dejé salir por mi boca nada de lo que por mi cabeza rondaba – y sigue rondando –, demasiada presión tengo como para agregar el decirle a alguien sobre mi encuentro con Brandon el martes pasado. Martes pasado. Martes pasado; me repito a mi misma. ¿Solo tres malditos días? ¿Ese es el tiempo que pasó desde que me amenazó? Maldición. ¡Solo tres días! Parece una eternidad y es porque cada día lo siento como una semana entera.

 La tía Lucie vino a ver cómo estábamos anoche y fue una suerte que nos haya encontrado dormidas – para ser precisa, yo no lo estaba –, no sé cómo hubiéramos echo para cubrir el hecho de que su hija estaba llorando porque acababa de descubrir que va a ser madre. Ninguna de las tres es muy buena mentirosa, no se nos hubiera ocurrido una buena mentira para zafar del momento.

 Desperté, como siempre, antes que ellas dos. Me entró paranoia al no encontrar mi celular, pero al momento recordé que ayer lo dejé en el auto y no debe tener nada de batería con el frío que hace a la noche. Suspirando, me levanto de la cama. En el gran reloj que hay arriba de la cama, dice que son las doce del medio día. Alzo las cejas por la sorpresa, ¡Dormimos como osos en hibernación! Uau. Me decido por robarle ropa interior a Addie y darme una ducha. Antes de hacer algo hoy, necesito ir a hablar con Brandon.

 Veinte minutos después, ya estoy bañada. Dejo mi pelo mojado suelto, para que seque al natural; lo haría con el secador pero no quiero despertar a mis primas. Me pongo la misma ropa de ayer y, dándoles un beso en la mejilla a ambas, salgo de ahí. Escucho la televisión cuando bajo por las escaleras y el ruido del agua proveniente de la cocina. Me voy sin saludar, pues no quiero que la tía Lucie me haga preguntas que no puedo ni quiero responder. Como ya dije, no soy buena para las mentiras. Además ¿Por qué voy a hacerlo? Las mentiras me enervan. Hago mi salida en puro silencio exitosamente. Sé que quizás escuchen el ruido de mi auto cuando arranque el motor, pero no me puede importar menos, ya me inventaré alguna excusa por mi salida silenciosa.

 Ya en la calle, me fijo en mi celular. Como pensé: no tiene batería. Lo dejo en el maletero, sin perder la mirada sobre la carretera. Me dirijo al apartamento de Brandon, con la esperanza de que siga viviendo allí. Tengo miedo de enfrentarlo, pero necesito saber si lo que me dijo son hechos, cosas con las que puede hacer daño o solo son amenazas vacías.

 Cuando estaciono frente al edificio, tengo los nervios a flor de piel. No creo que exista algo que me pueda calmar en este momento. Sí que lo hay, me recuerda mi consciencia. Suspiro. Derek. Su mirada reconfortante, sus ojos expresivos, su voz profunda, cautiva y grave, su tacto... todo él. Sacudo mi cabeza y salgo de auto. A penas pongo mis pies en la vereda y cierro la puerta, el auto hace un <<Bip>> y las luces parpadean. ¡Maldición! La llave quedó adentro y el auto se cerró. Maldigo el día en el que mi papá le hizo poner semejante sistema. Para completar esta deplorosa situación, no tengo manera de llamar a alguien: mi celular no tiene batería; tampoco puedo volver en taxi: no tengo dinero. ¡¿Algo más?! Exclamo con furia en mi fuero interno. Con un gruñido, me acerco al panel de timbres, presiono el número cincuenta y espero a que alguien me atienda.

 – ¿Hola? – habla una voz conocida a través del portero.

 Siento alivio y terror al mismo tiempo.

 – ¿Brandon? Es Lorelay...

 – ¿Hastings? – suena sorprendido – Woah, ¿Qué haces aquí?

 Me sorprende que no haya echo ningún comentario amenazador o estúpido como suele hacer.

 – Uhm, ¿Puedo pasar? – pregunto temblorosa.

La vida de LorelayWhere stories live. Discover now