Capítulo 26.

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La vuelta a casa se convierte en un monólogo sobre lo estupendos que son mis suegros. Adam se ha quedado dormido en el preciso instante en el que le hemos sentado en su sillín, parece que ha tenido un día duro. James conduce con una sonrisa en los labios. Creo que es el más encantado con la situación.

Son 45 interminables minutos en los que mi lengua y labios no dejan de moverse ni un solo segundo. Bendigo a James por no cansarse ni un solo instante. Al llegar a casa estoy tan sedienta que me bebo prácticamente todo el litro de agua. Pero, ¿cómo no estar así? ¡Tengo familia!

John me ha aceptado desde el primer momento, me adoraba ya sin conocerme, parece que mi novio les había hablado extremadamente bien de mí y de mi niño. ¡Qué amor por mi bebé! Se han comportado como auténticos abuelos. Y él estaba tan contento... ¡Incluso ha aprendido a decir "bela" y "belo" para nombras a los abuelos!  Y, la verdad, aunque Catherine no parecía muy feliz con la idea de tener un nieto que no es de sangre al final ha sido la más cariñosa y simpática. Detrás de esa mujer protectora con su hijo (que yo seré peor), se esconde una mujer fantástica que solo busca lo mejor para sus seres queridos. Eso la honra.

Después de dejar el niño en la cuna, como siempre hago, me voy a la puerta y me quedo mirando como se despide James. ¡Es tan buen padre! Ojalá le hubiera conocido antes, el niño sería suyo y no de ese maltratador sin corazón. Pero ahora no puedo volver al pasado.

Los dos juntos nos dirigimos al salón y nos tiramos sobre el sofá. Mi chico sigue con la sonrisa estúpida en los labios. No puedo evitar que se me contagie. Me mira fijamente, parece maravillado.

-¿Qué pasa?

-Eres preciosa.

Me sonrojo.

-¡James!-río tímida.

-Es verdad, amor. Eres preciosa, estupenda y me elegiste a mí. ¿Por qué he tenido tanta suerte?

-Tal vez por ser tan precioso y estupendo como yo-me acerco a él.

-No lo creo-susurra.

Sonrío. Nuestros labios se unen en un beso suave, dulce y cargado de sentimiento. Reacios a la idea de separarnos lo alargamos cada vez más. Segundos que se convierten en minutos. Su camisa desaparece, la mía le sigue. Sé como va a acabar la cosa, no soy tonta. ¿La única pega? Parece que mi hijo tiene un sensor para estas situaciones. Una vez más (no creáis que es la primera), justo cuando mamá y papá están a punto de disfrutar de un momento de intimidad, el niño se despierta y se echa a llorar para que le saquemos de la cuna. ¿Por qué tuvo que dormir la siesta en el coche? Tendría que haberle mantenido despierto hasta llegar. Los dos suspiramos resignados al separar nuestros labios. Quedo con la cabeza apoyada en su pecho mientras ambos regulamos la respiración. No nos concedemos demasiado tiempo, lo llantos se siguen oyendo junto a un maravilloso "Papi, papá" que reclama la atención de mi chico.

-Te reclaman-susurro.

-Voy a ver.

James se levanta del sofá. De camino a la habitación recoge su camisa y se la pone. Imito el gesto. Después me voy a la cocina. Prepararé la cena, aunque ni idea de qué hacer. Abro la nevera en busca de inspiración. Con el viajecito se nos ha hecho tarde, necesito algo rápido. A Adam puedo prepararle fácilmente dos pechuguitas de pollo y, si se queda con hambre, darle media manzana, pero ¿Y James y yo? Al final el bacon me da la respuesta.

-Mami, mira quién se ha despertado para cenar con los papis-aparecen mis razones para vivir.

-¡Hola mi amor!-me acerco y le cojo en brazos-¿Qué tal has dormido?

-Ben-sonríe enseñándome todos sus dientes.

-¿Te apetece titín para cenar?

-¡Sí!-salta contento.

Sobra decir que le encanta el pollo. Le siento en su sillita con su juguete de música y, esta vez, me dirijo a James.

-¿A ti te va bien una ensalada con huevos revueltos?-sonrío-Les pondré bacon, como te gusta.

-Sabes cómo convencerme siempre, mamá.

Río por sus ocurrencias. Hace casi un año, cuando Adam dijo papá y no mamá, James empezó a llamarme así para que a nuestro niño se le pegara. A la vista está que lo conseguimos, pero él ya se había acostumbrado. Ahora intentamos que se vaya la manía para no ser esos típicos padres ñoños que hablan raro incluso cuando el bebé no está. Mi peque se hace grande y todos tenemos que ir evolucionando el comportamiento con ello. 

Cojo la sartén y señalo la nevera.

-Prepararé las pechugas, los huevos y el bacon... Tú encárgate de la ensalada.

-¿No quieres que haga nada más?

-Amor, el día que no quemes la comida, juro que te dejaré ayudarme. Hasta entonces, déjame decirte que la semana pasada adelgacé dos kilos gracias a ti.

-Siempre para servirte-hace una reverencia.

Ruedo los ojos. Saco las cosas y empiezo a cocinar mientras veo a mi ayudante de cocina moviéndose de un lado a otro.

-¿Cuándo le quitaremos la cuna?-suelta.

-Es a partir de los dos años.

-Ya lo sé. Solo estoy harto de que nos interrumpa siempre.

-Claro, es mucho mejor que nos encuentre haciéndolo-ironizo.

-No lo creo.

-¿Qué se lo impediría?

Le dejo pensativo. 

Después de unos minutos parece volver al presente. Cambia de tema.

-Michi, ¿pensaste en aquello?-pregunta reflexivo.

-Depende, ¿qué es aquello?

-Lo de vivir juntos.

-Amor, para vivir juntos tenemos dos opciones o que alguno de los dos se mude al piso del otro, dejando uno desierto o vender ambos e irnos a una casita. La verdad ninguna me convence, si nos vamos a una casita, no tenemos dinero, si nos mudamos al piso del otro, adiós espacio y, ¿quién se muda?-suspiro-Cuando no te quedas tu a dormir a casa, somos nosotros los que vamos a la tuya, pocas son las veces que dormimos solos, pero hacerlo permanente me parece complicado. ¡Nada me gustaría más!-le tiendo a mi niño su cena-Pero hay trabas.

-Podríamos pedir una hipoteca.

-Ya, pero yo no puedo permitírmelo, en otras palabras, sería tuya. ¿Y si algo sale mal? Mi niño y yo nos quedamos en la calle.

-¿Por qué siempre tenemos que suponer que algo va mal?

-No quiero pensar eso, pero yo siempre he de mirar por Adam.

-No le faltará nunca de nada.

Suspiro.

-¿Podemos discutirlo en otro momento? Adam entiende más de lo que aparenta.

Él también suspira. Los dos nos sentamos a cenar, pero ninguna vuelve a pronunciar palabra. Esta es una de esas noches en las que dormimos separados, donde no aparecen las palabras adecuadas.


Destinos cruzados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora