VII

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Este capítulo tiene escenas explícitas. Si son menores de edad y me ignoran pues ni madres, ya qué se le hace con esta juventud

.

Olivia estaba dormida cuando encendí el auto y me fui, supongo que debe seguir así. Al menos las manos no me tiemblan al coger el volante y, aunque el camino esté oscuro, sé bien hacia dónde voy. Antón vive a unas cuantas calles de mi casa; su familia se mudó hace varios meses a la zona cara de la ciudad, más o menos coincidiendo con el final del año escolar pasado. Tengo el estómago revuelto. No lo entiendo. Él me dijo que no lo esperase este fin de semana, ¿qué lo hizo cambiar de opinión? No sé si quiera saber la respuesta.

           

                Reconozco la casa porque estuve allí en la última reunión del club de actuación. Fue el día en que todos se pusieron muy borrachos, el día que Antón me dijo que yo le gustaba. Es extraño recordarlo, parece que ha pasado mucho tiempo y en realidad fue hace menos de un año. Las cosas han cambiado muchísimo, pero la elegante casa de dos plantas sigue viéndose igual que esa noche, solo que esta vez ninguna de las ventanas está iluminada y el ruido de la música no retumba alrededor.

                Salgo con cautela. Hace frío, tengo los dedos congelados mientras intento mandar el mensaje de texto a Antón para hacerle saber que estoy allí. No he terminado de escribir cuando siento la presencia fría de alguien apresando mi antebrazo. Mi instinto más básico es echarme a gritar, pero antes de que mi voz pueda salir otra mano me tapa la boca.

                ―Tranquilízate.

                Si antes mi pulso estaba acelerado, al de notar aquel cálido aliento sobre mi cuello se me baja el alma a los pies. Como puedo, asiento y él por fin me libera. Me doy la vuelta para verlo y casi choco con su cuerpo; no sé cómo logró acercarse tanto sin hacer ruido. Doy un paso hacia atrás, lo analizo. Está hecho un desastre, tiene los botones de la camisa desabrochados y el cabello revuelto. Su mirada no se aparta nunca de la mía; aunque hay algo en ella que logra intimidarme, no me muevo ni un ápice cuando él vuelve a cortar la distancia que nos separa. 

                ―A-Antón.

                ―Escúchame bien, Carolinne ―me dice―. Mi familia está durmiendo en este momento, así que no debes hacer ruido hasta que lleguemos a mi habitación. ¿Entiendes?

                Le digo que sí, pero en realidad no lo entiendo. Creo que estuvo bebiendo, huele muchísimo a alcohol y a cigarro. Qué extraño resulta el roce de su piel con la mía cuando me agarra de la mano para guiarme en la penumbra. Nos adentramos a la casa y yo no distingo hacia dónde voy; sé que su cuarto está en la planta de abajo porque no subimos las escaleras, el resto es un misterio para mí.

                Al llegar, me hace pasar y cierra la puerta detrás de nosotros. Al menos, este lado  está más iluminado. Logro distinguir algunas siluetas: una estantería, un escritorio, una mesita de noche junto a la ventana, una cama. Una cama. Trago saliva y desvío la vista.      

                ―¿Por qué estoy aquí? ―pregunto.

                Pasa más tiempo del que me gustaría antes de recibir una respuesta:

                ―No lo sé.

                Frunzo el ceño. A veces, quisiera poder leerle la mente. Esta noche, por ejemplo, moriría por saber qué pasa por su cabeza y por qué sus ojos tienen un color miel más oscuro que antes.

                ―Fuiste tú quien me hizo venir.

                ―Estoy cansado ―me suelta de repente.

SuyaWhere stories live. Discover now