Capítulo 20

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DEBERÍAS DORMIR.

La suave voz de Sydney casi me hizo saltar fuera de mi piel,

probando que incluso mientras estaba en la mente de Lissa,

todavía podía estar alerta. Sintonicé de nuevo la oscura sala de estar de Sonya.

Además de Sydney, todo estaba tranquilo y en paz.

—Pareces un muerto viviente —continuó ella—. Y no lo digo a la ligera.

—Tengo que vigilar —dije.

—Yo vigilaré. Tú duerme.

—No estás entrenada como yo —señalé—. Podrías perderte de algo.

—Aun así no me perdería una pelea de Strigoi bajo la puerta —respondió ella—.

Mira, sé que ustedes son rudos. No tienes porqué convencerme. Pero tengo la

sensación de que las cosas se van a poner más difíciles, y no quiero que te desmayes

en un momento crucial. Si duermes ahora, puedes relevar a Dimitri más tarde.

La sola mención de Dimitri me hizo ceder. Necesitaríamos relevarnos

eventualmente. Así que, de mala gana, me arrastré lentamente hacia la cama de

Sydney en el suelo, dándole todo tipo de instrucciones con las que creo, ella rodó

sus ojos. Me quedé dormida casi instantáneamente y luego desperté rápidamente

cuando escuché el sonido de una puerta cerrándose.

Inmediatamente me incorporé, esperando ver a los Strigoi derribar la puerta. En

cambio, me encontré con la luz del sol arrastrándose a través de las ventanas y a

Sydney mirándome con diversión. En la sala de estar, Robert estaba sentado en el

sofá, frotándose los ojos. Víctor se había ido. Alarmada, me di vuelta hacia Sydney.

—Está en el baño —dijo ella, anticipando mi pregunta.

Ese era el sonido que había escuchado. Exhalé aliviada y me levanté, sorprendida

de cómo unas pocas horas de sueño me habían energizado. Si sólo tuviera comida,

estaría lista para cualquier cosa. Por supuesto, Sonya no tenía ningún tipo de

—D

Vampire Academy Richelle Mead

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comida, pero me conformé con un vaso de agua en la cocina. Mientras estaba

tomándola, me di cuenta de que los hermanos Dashkov se sentían como en casa:

con los abrigos colgados en ganchos y las llaves del coche en el mostrador.

Silenciosamente agarré las llaves y llamé a Sydney.

Ella entró en la cocina y yo se las pasé furtivamente, tratando de no dejarlas sonar.

—¿Todavía sabes de coches? —murmuré.

En una mirada exquisita, ella me dijo que era una pregunta ridícula e insultante.

—De acuerdo. ¿Puedes a comprar comestibles? Vamos a necesitar comida. Y tal

vez cuando salgas, puedes, uhm, asegurarte de que su carro tiene un problema con

el motor o algo parecido. Cualquier cosa que los mantenga aquí. Pero no algo

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